Una red social administrada de forma privada por un defensor multimillonario de la libertad de expresión, con un presupuesto reducido, en la que se mueven políticos con millones de seguidores y con normas de contenido muy flexibles.
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¿Le suena conocida? Esa es la dirección que está tomando Twitter bajo el mando de Elon Musk, pero también es la iteración actual de Telegram, una aplicación de mensajería y divulgación que es relativamente desconocida en Estados Unidos pero que duplica con creces el tamaño de Twitter, con alrededor de 700 millones de usuarios activos, y hasta funciona con menos personal.
Mientras Musk busca que Twitter se convierta en un paraíso sin ley –al descartar sus normas de desinformación sobre covid-19 y reincorporar miles de cuentas previamente prohibidas–, hay quienes comparan la plataforma con 4chan, el caótico foro en el que proliferan pornografía y memes racistas.
Pero Telegram, que se ha convertido en un servicio de difusión similar a Twitter, ofrece un formato más realista.
Su crecimiento continuo sugiere un futuro que los críticos de Musk (yo incluida) encontrarán difícil de asimilar: aunque Twitter agote el efectivo, el personal y los usuarios famosos, aun podría prosperar con la actividad que permite.
Telegram fue fundada como una aplicación de mensajería por Pavel Durov, un multimillonario nacido en Rusia cuyas sólidas opiniones sobre la libertad de expresión se reflejan en las escasas reglas de conducta de la aplicación.
Mientras Twitter tiene 16 reglas sobre contenido, Telegram tiene solo tres. Las medidas más recientes de Musk sugieren que reducirán las políticas de Twitter al tamaño de las de Telegram, inicialmente con un enfoque más laxo.
BLOOMBERG
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