Una de las cosas que mayor impotencia genera en Bogotá es el accionar de los bicitaxis o mototaxis. Me aguanto a los primeros –que son cada vez más escasos–, pues mal que bien, a punta de pedalear consiguen el pan para llevar a casa. Y aún así, no falta el atarbán que mete su bicitaxi por andenes o atraviesa avenidas enteras, raya el carro o transita en contravía.
Cuando se inauguró la ciclorruta de la calle 116 fui feliz. Por fin se contaba con un amplio tramo para ir de oriente a occidente y viceversa en bici. Pero se cumplió lo que ya había advertido que venía sucediendo en otra ciclorruta, la de la calle 127: que ya no eran bicitaxis sino mototaxis los que habían invadido ese espacio.
Dicho y hecho: a las pocas semanas, los avivatos de las mototaxis convirtieron la ciclorruta de la 116 en autopista y hoy espantan a ciclistas, mensajeros o simples ciudadanos de a pie. Y no se les puede decir nada, porque muchos de ellos operan como mafias organizadas e intocables. Impotencia total.
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Ni qué decir de lo que sucede en la Autopista Norte. Los mototaxistas se convirtieron en amos y señores de la ciclorruta y no tienen reparo a la hora de disputar también la vía vehicular. Y cuidadito se les dice algo. Policía hay, pero a ellos el tema se les volvió paisaje o simplemente los desbordó.
A la Secretaría de Movilidad han llegado quejas de ciudadanos afectados por el atropello del que son víctimas por parte de estos señores. El año pasado hubo 34 heridos por cuenta de los bicitaxis y este año van 10. Pero la imprudencia también ha dejado muertos en años anteriores.
Calculen ustedes si con todo esto no es hora de formalizar esta actividad. Yo sinceramente creo que el bicitaxismo –ojo, no el mototaxismo, que debe ser erradicado de las calles– es una actividad que bien manejada, bien administrada, con reglas de juego claras y personas capacitadas para ello, podría convertirse en un emprendimiento admirable. Que a un adulto o a una madre con sus hijos un bicitaxi seguro, limpio y nada ruidoso los pueda llevar de una estación de TransMilenio a su barrio, resultaría grato.
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Pero hoy, infortunadamente, hay que decir que se trata de un sector que seguramente nació con buenas intenciones y se pauperizó por el camino. Lo empezaron a controlar mafias que se disputan recorridos, territorios y pasajeros. Verdaderas batallas campales entre conductores de estos aparatos se han registrado en el portal Américas, por ejemplo. Y en el afán por recoger más pasajeros, surgió la mototaxi, que vaya uno a saber de dónde salen los implementos para su fabricación. Ahí hay un tema para la policía.
Y como el mal ejemplo cunde, pues por la misma vía se fue pasando de la bici y del bicitendero a la bicicleta con motor, un verdadero adefesio, contaminante, ruidosa e invasiva. Y eso que la ley prohibe tanto el mototaxismo como las ciclas a motor, pero, seña de que el tema se ha desbordado y que los mototaxistas se han empoderado, fue lo que sucedió esta semana.
Ante el anuncio de la Alcaldía de sacarlos de circulación, como lo ordena la ley, estos señores optaron por el bloqueo de calles, la protesta violenta y la destrucción de buses. Hágame el favor. Razón más que suficiente para meterlos en cintura. Y los ciudadanos deberíamos apoyar en ese sentido a la administración: acabar con el mototaxismo y organizar, de una vez por todas, a los bicitaxis.
En el 2019 se hizo el censo más completo sobre el sector y seguramente las cosas no han variado mucho. Hay que aprovechar esa información, actualizarla y emprender con los bicitaxistas un verdadero cambio para que no haya más estigmatización y sí un servicio seguro, ordenado, limpio y que den ganas de utilizar. Lo otro es quedarnos como estamos: con bárbaros que no responden ante nadie. Estoy seguro de que la mayoría de ellos mismos optaría por lo primero.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
@ernestocortes28
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