El 6 de enero de este año un hecho sicarial estremeció a la comunidad del barrio Siete de Agosto, en la localidad de Barrios Unidos. Un comerciante fue asesinado muy cerca de su local, al parecer por haberse negado a pagar una extorsión de la que venía siendo víctima. Este hecho ocurrió en un momento en el que la ciudad estaba siendo asediada por el crimen como lo muestran las cifras delictivas oficiales del primer trimestre en Bogotá.
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Desde que se inició 2024 se han hecho más notorios los episodios en los que pequeños y medianos comerciantes han sido acosados por cobradores o sicarios de diferentes organizaciones delincuenciales que encontraron en la extorsión una práctica rentable. En el primer trimestre de este año ese delito aumentó 74 por ciento, al corte del 31 de marzo se registraron 516 casos.
Los comerciantes del barrio 7 de Agosto están siendo intimidados y extorsionados.
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Balaceras en las puertas de los negocios, lanzamiento de artefactos explosivos desde motocicletas, repartición de panfletos amenazantes, llamadas de ultimátum y hasta actos de sicariato “ejemplarizantes” han sido el modus operandi usado por las bandas criminales para arrinconar a los comerciantes de la ciudad. En respuesta, se formaron contragrupos de ciudadanos que se unieron para formar un frente de seguridad para “protegerse de la delincuencia”.
“Desde que asesinaron al comerciante nosotros empezamos con el grupo de seguridad (…) aquí hemos tenido más homicidios y eso no se ve; sin embargo, pues aquí somos más los buenos que los malos y se nos ha desdibujado la imagen del sector”, le dijo a EL TIEMPO uno de los fundadores del grupo de seguridad del Siete de Agosto, quien prefirió proteger su identidad.
‘Cansados de ser víctimas’
Hay quienes aseguran que los miembros de estos nuevos grupos de seguridad que operan a lo largo de 11 cuadras en el Siete de Agosto están uniformados y cuentan con armas de defensa personal.
Esas son iniciativas ciudadanas en las que solo se brinda una asistencia más oportuna y efectiva porque la comunicación es más rápida, pero la Policía no brinda equipamientos, eso es cuestión de las comunidades
Sin embargo, al consultar tanto con la Brigada XIII del Ejército Nacional como con la Policía Metropolitana de Bogotá sobre el apoyo a estos grupos de defensa en los barrios, negaron toda participación.
Por su lado, el Gaula Militar mediante su vocero oficial señaló que no tenían injerencia en la formación de frentes de seguridad, como se denominan los vecinos del Siete de Agosto, y que, además, ningún civil podía realizar labores de prevención de extorsión pues esto es jurisdicción única de las autoridades.
En esa misma línea, la Policía del sector aseguró que, aunque tienen una muy buena comunicación con los vecinos del sector y desarrollan trabajos articulados, ellos no hacen parte activa de ningún grupo de seguridad.
“Esas son iniciativas ciudadanas en las que solo se brinda una asistencia más oportuna y efectiva porque la comunicación es más rápida, pero la Policía no brinda equipamientos, eso es cuestión de las comunidades”, explicaron.
Según contó uno de los fundadores de este grupo, las labores que tiene a cargo son la vigilancia y el reporte de personas sospechosas y el “patrullaje” para vigilar que no haya situaciones extrañas. En caso de encontrarse con la delincuencia dan aviso a las autoridades; sin embargo, aseguran que también están “preparados para enfrentarse a ella”.
Son miles las personas que heredaron viviendas de sus padres o abuelos y que se resisten a dejar el barrio.
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Andrés Nieto, analista y exsubsecretario de Seguridad de Bogotá, dice que es “preocupante” que haya grupos de ciudadanos que se autodenominen como frentes de seguridad cuando no lo son.
“Los frentes de seguridad están normados y deben pasar, no solo, por un proceso de formulación, aprobación y codificación por parte de la Policía. Incluso, un frente de seguridad puede perder su estatus si no genera acciones comunitarias, si no cumple los requisitos o si sobrepasa los límites”, aseguró Nieto.
El experto advirtió que de ser verdad la formación de este tipo de grupos en las localidades de la ciudad se estaría ante un panorama muy complejo: “Cada que la ciudadanía ha tomado las armas, acciones u organizarse para prestar servicios de seguridad han terminado en procesos de paramilitarismo”.
Cada que la ciudadanía ha tomado las armas, acciones u organizarse para prestar servicios de seguridad han terminado en procesos de paramilitarismo
En barrios de Santa Fe, Candelaria y Kennedy también hay rastro de esto. Sin embargo, la situación allí es diferente porque la presencia de estos grupos o “frentes de seguridad” es menos latente.
En el barrio techo de Kennedy, por ejemplo, dicen los líderes comunitarios que han tenido que comprar “bates” para defenderse de los ladrones y de quienes han llegado al barrio a dinamizar el delito y la venta de estupefacientes. Uno de ellos reconoce tener un arma traumática para defenderse del crimen.
La justicia por mano propia
“Es entendible que los ciudadanos demuestren el disgusto porque el sistema judicial no ha sido contundente en la administración de justicia (…); sin embargo, hay que tener en cuenta que el hecho de tomar la justicia por mano propia no es una formalidad, ya que, por el contrario, se podría ver inmerso en delitos como las lesiones personales y otros que sean la consecuencia de la ira”, explicó.
Algunos residentes de Kennedy se han manifestado debido a la ola de iseguridad.
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“Hay una propuesta y es quitar la restricción del porte de armas con salvoconducto, que muchos de los comerciantes tienen, pero que no pueden usar debido a la legislación actual. Yo creo que a los comerciantes que tienen un arma con salvoconducto se les debería permitir portarla, y así los delincuentes lo pensarían dos veces antes de cometer muchos delitos”, anotó Juan Esteban Orrego, director de Fenalco Bogotá-Cundinamarca.
EL TIEMPO conversó con Jesús Miranda, líder de un frente de seguridad y defensor de la implementación de la legítima defensa, quien explicó que esto es necesario porque debe haber alguien que tenga una reacción inmediata ante las situaciones de criminalidad.
“Yo coordino un grupo de vigilancia que está armado, y usamos las armas traumáticas para disuadir al delincuente (…); a veces, las autoridades se demoran o, incluso, no llegan”.Miranda señaló que en algunos frentes de seguridad de la ciudad los integrantes “andan con armas letales o traumáticas” que les permitan contener la delincuencia.
Según él, no hay un apoyo efectivo de las autoridades, lo que los lleva a armarse para poder resguardar la integridad de sus comunidades. En otros casos, los ciudadanos han optado por contratar esquemas de seguridad suministrados por empresas privadas.
JONATHAN TORO ROMERO
REDACCIÓN BOGOTÁ
EL TIEMPO

