El régimen talibán, que acaba de cumplir tres años en el poder desde su regreso en agosto de 2021, viene de dar otra vuelta de tuerca a su máquina de represión contra las mujeres y las niñas de Afganistán, con una ley que, en la práctica, las silencia de manera casi absoluta: les prohibe cantar, recitar poesía, leer en voz alta y las insta a evitar que el sonido de su voz sea escuchado fuera de sus hogares. Tras haberlas sacado del sistema educativo y laboral, el régimen les niega la voz y la palabra.
Conforme a los criterios de
El artículo 13 de la ley “para la prevención del vicio y la promoción de la virtud”, dedicado enteramente al comportamiento de mujeres y niñas, las obliga a cubrir todo su cuerpo y tapar su rostro cuando estén en público, con la excusa -explica Margaux Seigneur, cronista y reportera de Le Monde y Vanity Fair- de no convertirse en una “tentación para los hombres”.
Si una mujer deja ver sus tobillos puede ser arrestada o, incluso, azotada. Tampoco puede llevar tacones
La exigencia de guardar silencio persigue, según el retorcido pensamiento del gobierno, evitar que la voz femenina se convierta en instrumento de seducción hacia los hombres.
A pesar de haberse comprometido con la ONU y con la comunidad internacional a no traer de regreso a Afganistán las normas represivas contra mujeres y niñas de su primer mandato a fines del siglo XX, el régimen talibán desconoció sus promesas y promulgó, el pasado 21 de agosto, una severísima ley de comportamiento.
“Si Alá así lo desea, esta ley será de gran ayuda para la promoción de la virtud y la eliminación del vicio”, declaró el jueves pasado Molvi Abdul Ghafar, portavoz del Ministerio para la promoción de la virtud y la prevención del vicio, dos conceptos que son obsesión para el gobierno afgano.
“Los talibanes vuelven casi de manera integral a las reglas dictadas bajo el primer régimen (1996-2001)”, asegura Melissa Cornet, investigadora francesa en temas de derechos humanos, establecida en Kabul desde 2018. “Nada -agrega- ha cambiado en su ideología extremista” que conlleva la lectura más restrictiva del Corán y de la sharía, el código de conducta islámico.
Las mujeres no pueden usar vestidos de telas finas, ni ceñidos ni cortos. Deben cubrirse cuerpo y rostro delante de los hombres -musulmanes o no-, tienen prohibido maquillarse o perfumarse, y no deben mirar a los hombres con quienes no estén relacionadas por la sangre de familia o el matrimonio ni dejarse ver de ellos. Antes de la nueva ley, una mujer afgana podía alejarse hasta 70 kilómetros de su hogar sin estar acompañada. Ahora sólo podrá salir de casa escoltada por un hombre de su familia.
Nos golpeaban en los senos y entre las piernas (…) para que no pudiésemos grabar videos con las heridas y mostrarlos al mundo
Tras los primeros meses de vuelta en el poder, en 2021, el régimen comenzó a alejarse de sus compromisos con la comunidad internacional.
Las primeras medidas represivas fueron contestadas por mujeres, en especial jóvenes, que habían logrado ganar mucha libertad durante los años anteriores, cuando los talibanes eran una fuerza armada rebelde que controlaba sólo algunas regiones alejadas de la capital, Kabul.
Las manifestaciones femeninas de protesta fueron reprimidas con cada vez más dureza. Las autoridades multiplicaron los arrestos y generalizaron la práctica de torturas, que incluyen golpes, patadas y choques eléctricos en diferentes partes del cuerpo, incluidos los senos y el pubis. “Nos golpeaban en los senos y entre las piernas (…) para que no pudiésemos grabar videos con las heridas y mostrarlos al mundo”, dijo una de las jóvenes en un testimonio recogido por Amnistía Internacional.
Prohibiciones y exigencias a las mujeres en Afganistán
Cuando los talibanes volvieron al poder, colegios y universidades llevaban una veintena de años admitiendo a las jóvenes. Pero a las pocas semanas, el régimen argumentó problemas operativos relativos al uniforme, para impedir que las mayores de 12 años se educaran.
Con el paso del tiempo, y en especial con un decreto de fines de 2022, a las niñas y jóvenes afganas simplemente les quedó vedada la educación.
Las mujeres también han sido excluidas del mercado laboral, a excepción de algunas médicas y enfermeras que atienden en hospitales de las ciudades y puestos de salud rurales, “siempre y cuando no haya hombres suficientes para cumplir ese trabajo”, según dice el gobierno. En todo caso, la obligación de desplazarse con un familiar hombre, limita enormemente las posibilidades de las mujeres de ejercer profesional alguna.
La restricción disminuye la visibilidad y el reconocimiento de las mujeres en la sociedad, relegándolas a un papel secundario y negando su capacidad para influir y contribuir al desarrollo del país
En cuanto al vestuario, la nueva ley es taxativa: cuando salen de su casa las mujeres deben estar cubiertas de la cabeza a los pies, incluido el rostro. Mostrar siquiera los tobillos puede ser castigado por los agentes del Ministerio de la Virtud, con insultos, arrestos y hasta azotes.
No pueden usar pantalones acampanados, aún si los llevan bajo el burka, la larga bata que es obligatoria. Tampoco pueden llevar zapatos de tacón, porque las autoridades creen que el taconeo tiene la capacidad de seducir a los hombres.
Ninguna mujer puede salir de su casa, ni mucho menos abordar un bus o un taxi, sin la compañía de un ‘mahram’, un pariente de sexo masculino (su padre, su hermano o su esposo). Tampoco les está permitido practicar deportes, y hasta la visita al salón de belleza o a una peluquería les ha quedado vedada.
La represión también incluye la vida personal
Las restricciones se extienden a la vida en el hogar. Para evitar que las vean desde fuera, las mujeres tienen prohibido asomarse a las ventanas o balcones, y en todo caso, esas ventanas deben tener vidrios opacados para que los transeúntes no consigan ver hacia el interior. Nadie en Afganistán puede tomar fotos ni grabar videos de una mujer, ni publicar imágenes femeninas.
La ONU calificó lo que ocurre como ‘un apartheid de género’ y Amnistía Internacional habla de ‘crímenes contra la humanidad’
Como explica Amnistía Internacional en un impactante documento, “esta restricción disminuye la visibilidad y el reconocimiento de las mujeres en la sociedad, relegándolas a un papel secundario y negando su capacidad para influir y contribuir al desarrollo del país”. Todas estas prohibiciones, agrega el informe de AI, “cercenan su potencial para socializar, crecer y desarrollarse”.
Uno de los aspectos más graves de este desalentador escenario es que las jóvenes ni siquiera tiene derecho a decidir con quién se casan.
“El número de matrimonios precoces y forzados -explica AI- ha aumentado enormemente debido a la grave crisis económica y humanitaria, y a la falta de perspectivas educativas y profesionales para las mujeres y las niñas”. Muchas niñas de apenas 13 o 14 años, son obligadas a contraer nupcias.
Ante la presión del régimen talibán para aumentar su influencia a todas las familias del país, y ante la urgencia de garantizarles a las niñas alimento y abrigo, “las familias (las) obligan a casarse con talibanes, a la par que los talibanes obligan a las mujeres y niñas a casarse con un talibán”, detalla el informe. “Esto tiene un grave impacto en la salud y la vida de niñas y mujeres, quienes ven mermada su autonomía y su poder de decisión con respecto a su cuerpo y su futuro…”, concluye Amnistía.
Afganistán, en el olvido de la comunidad internacional
En la primavera de 2021, el presidente Joe Biden anunció que iniciaba el retiro de sus tropas de Afganistán, un ejemplo que fue imitado en las semanas siguientes por sus aliados occidentales.
Terminó así una intervención iniciada casi 20 años antes, para atacar las bases de Al Qaeda, después de los ataques de ese grupo terrorista que condujeron al derribo de las Torres Gemelas de Nueva York y a la destrucción de un ala del Pentágono en Washington, entre otros dramas ocurridos el 11 de septiembre de 2001.
Con el retiro de sus tropas, Washington dejó en claro que el foco geopolítico de su nueva estrategia estaba en el Pacífico, con el objetivo de detener el expasionismo de China.
Ni siquiera el movimiento feminista internacional parece mirar a ese país donde las mujeres están viviendo un infierno
Pero, al año siguiente, Rusia invadió Ucrania y eso obligó a Estados Unidos y sus gobiernos amigos en Europa, a poner los ojos en un nuevo foco. Y en octubre pasado, el feroz ataque de Hamás a Israel, y la no menos feroz respuesta del gobierno de Benjamín Netanyahu, crearon en Medio Oriente un tercer foco de tensión para Washington y sus aliados.
El retiro de las tropas occidentales sin haber logrado consolidar un gobierno con básicas formas democráticas, abrió las puertas al regreso de los talibanes, mientras los nuevos focos de inquietud para Occidente dejaban a Afganistán en un lugar muy bajo de la lista de prioridades.
“Eso ha llevado al régimen en Kabul a desentenderse de sus compromisos iniciales con la comunidad internacional y a aplicar una represión sin contemplaciones contras niñas y mujeres”, le dijo esta semana a EL TIEMPO una fuente diplomática europea en Paris.
“Habrá que ver -agregó la fuente- si el impacto noticioso que las nuevas y aún más represivas normas está teniendo en los medios de comunicación en Estados Unidos y Europa consigue conmover a la opinión pública y eso obliga a los gobiernos a volver a hablar de Afganistán, pero no es fácil: ni siquiera el movimiento feminista internacional parece mirar a ese país donde las mujeres están viviendo un infierno”.
La ONU ya calificó lo que ocurre con las mujeres afganas como “un apartheid de género”. Y Amnistía habla de posibles “crímenes contra la humanidad”.
Para Agnés Callamard, experta francesa y relatora del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, “las restricciones impuestas a mujeres y niñas (…) atentan contra sus derechos y las excluyen de la participación en la sociedad, obligándolas a vivir como ciudadanas de segunda clase”.
Callamard agrega que las afganas han sido “reducidas al silencio y convertidas en seres invisibles”. ¿Podrá seguir adelante el régimen talibán con esta cruel represión de género, en pleno siglo XXI? Tristemente, nada hace pensar que, a pesar del impacto de estas denuncias, las potencias occidentales vayan a volver sus ojos sobre Afganistán y sobre la oscura pesadilla que allí viven niñas y mujeres.
MAURICIO VARGAS LINARES – Analista Senior – mvargaslina@hotmail.com / Instagram @mvargaslinares