Una alianza estratégica entre las secretarías de Educación y Salud fue la clave para lograr la reducción más importante, desde hace cinco años, en materia de ideación e intento de suicidio, así como en suicidio consumado entre los niños y niñas entre los 3 y los 17 años.
Dicha estrategia permitió que los suicidios de niños, niñas y jóvenes en etapa escolar pasaran de 33 en 2023 a 17 en 2024, con una reducción cercana al 50 por ciento, y que los casos de ideación suicida bajaran de 1.726 a 1.557, con reducción de 9,79 por ciento durante el primer año de intervención.
Entender la relevancia de estos logros implica pararse desde una orilla específica. Levantarse estresado, no desayunar e ir de afán para llegar a los lugares de trabajo o de estudio es quizá una de las características más usuales entre los bogotanos adultos. Salir a la calle en medio de las construcciones, el tráfico, los escenarios de inseguridad y una ciudad que camina a toda marcha es agobiante para cualquiera.
Un primer factor es la soledad. Son niños y niñas que permanecen mucho tiempo solos, y no porque tengan malos padres y madres, sino porque la dinámica de la realidad que están viviendo los obliga a eso.
Edwin ussaDirector de Convivencia Escolar de la Secretaría de Educación
Ahora, imagínese cómo se recrea esta misma situación desde la mente de un niño de tres años que apenas está aprendiendo a conocer el entorno en el que vive y sobre el que no puede decidir, o desde la de un adolescente que se está replanteando la idea del mundo.
En ese sentido, expertos en salud mental aseguran que a las nuevas generaciones de niños, niñas y jóvenes de Bogotá les ha tocado crecer en medio de ambientes convulsionados donde cada vez hay menos tiempo para cualquier otra actividad que no sea trabajar, estudiar o, incluso, permanecer en largos trayectos dentro de alguna ruta escolar.
En medio de ese caos que genera la transformación de una ciudad en desarrollo, los niños y niñas están experimentando niveles drásticos de soledad que los han arrinconado en el insondable mundo de la depresión, de la ideación suicida, del intento de suicidio e incluso del suicidio consumado. Hablar explícitamente de salud mental en esta población ya no es un tema que se pueda esquivar y la administración distrital lo tiene claro.
Justamente, por esa razón es que la Secretaría de Educación y de Salud, en un intento riguroso por consolidar políticas públicas enfocadas en salvar las vidas de los más pequeños y vulnerables, le han puesto la lupa al tema en todos los colegios públicos y privados de la ciudad en el marco del programa ‘Más Bienestar’, que busca generar entornos seguros y protectores para esta población.
Patricia Molano, directora de Salud Colectiva de la Secretaría de Salud, explicó que, en el marco de ese programa, se articularon los modelos de ambas carteras para intervenir 92 entornos escolares en los que había problemas de seguridad, paisajismo, acceso a servicios de salud, servicios sociales y riesgos latentes de expendio de sustancias psicoactivas y problemas de violencia.
Por su lado, Sofía Ríos, subdirectora de determinantes en salud, destacó la importancia de trabajar en los colegios como entornos protectores y desde donde se ha buscado mejorar la interacción con las emociones de los niños y los diálogos abiertos para desestigmatizar la conversación sobre salud mental y los factores que la alteran.
Es como una gota que cae todos los días sobre una piedra en el mismo lugar y que, al ser repetitiva, va generando toda una fractura en el marco de las estructuras y de las autopercepciones como seres humanos.
Edwin ussaDirector de Convivencia Escolar de la Secretaría de Educación
“Justamente en eso se basaron las acciones de promoción y prevención de salud mental y bienestar emocional. Lo que hicimos fue proporcionar espacios de escucha, crear grupos de apoyo para autorregulación de emociones, manejo de conflictos, comunicación asertiva y, mediante talleres de arte, mejorar los ejercicios de expresión como una forma de prevenir el suicidio e identificar los factores de riesgo”, anotó Molano.
Las cifras mejoran
De acuerdo con los datos obtenidos por las carteras de Educación y Salud, luego de cumplir un año interviniendo las instituciones educativas de la ciudad con más de 744 actividades de promoción y prevención, se pudo identificar que eran 30 instituciones en las que se concentraba la mayor cantidad de casos de niños, niñas y jóvenes con algún tipo de conducta de salud mental que podría decantarse en la ideación, el intento y/o la consumación de un suicidio.
Aunque las cifras no venían siendo alentadoras para la ciudad entre 2019 y el año pasado, durante 2024 y en el marco del programa de intervención directa e integral de la Alcaldía de Bogotá, se lograron las reducciones más grandes desde hace cinco años en materia de contención de conductas suicidas en los colegios y entornos escolares de la ciudad.
Por ejemplo, según los datos arrojados por el Sistema de Alertas Tempranas de la Secretaría de Salud, el ítem de ideación suicida en todos los colegios de la ciudad tuvo una reducción de 1,24 por ciento, con 7.700 reportes de casos, frente a los datos de 2023, cuando los reportes sumaron 7.797.
Si bien la reducción pareciera pequeña, toma aún más relevancia cuando se observa que en la cantidad de niños, niñas y jóvenes que intentaron de alguna manera acabar con su vida durante el año pasado también hubo una reducción de 9,79 por ciento; la más alta de los últimos años, pasando de 1.726 casos en 2023 a 1.557 el año pasado.
Estos dos datos son importantes toda vez que reflejan la ruptura del ciclo que podría llevar a un niño a quitarse la vida.
Es decir, las reducciones de casos dentro de los tres ítems medidos se traducen en que cada vez hay menos niños que están pensando en suicidarse, menos que lo intentan y, muchos menos, los que llegan a consumarlo. Frente a esta última categoría, la de las vidas que no se lograron salvar, el 2024 también reportó un balance positivo con una reducción del 48,48 por ciento en suicidios consumados, con 17 casos, frente al año inmediatamente anterior cuando fueron 33.
Cuando se acerca la mirada sobre los resultados de la estrategia, particularmente en las 30 instituciones focalizadas, los hallazgos también empiezan a mostrar luz verde. El 53 por ciento de estos colegios no reporttó casos de ideación suicida, el 30 por ciento no tuvo casos de intentos de suicidio y el 90 por ciento no reportó ni un solo caso de suicidio consumado.
La soledad y otros factores
Ahora bien, los resultados de la intervención en los colegios también vinieron acompañados de importantes hallazgos respecto a los detonantes de la conducta suicida y la depresión en los niños. Edwin Ussa, director de Convivencia Escolar de la Secretaría de Educación, explicó que, aunque cada caso es particular y depende del contexto, sí hay una lista de situaciones que está incidiendo en el aumento de los casos.
“Un primer factor es la soledad. Son niños y niñas que permanecen mucho tiempo solos, y no porque tengan malos padres y madres, sino porque la dinámica de la realidad que están viviendo los obliga a eso. Los niños llegan del colegio y permanecen encerrados porque a sus padres, que no están, les da miedo que estén en la calle porque es un factor más de riesgo. Entonces, pasar tanto tiempo solos, todos los días, empieza a deteriorar su salud mental”, aseguró Ussa.
Aunado a los problemas de soledad extrema que están sufriendo los pequeños, también están los altos niveles de violencia intrafamiliar y, aunque las estadísticas de la Secretaría de Seguridad no estuvieron en el estudio de las carteras de Educación y Salud, sí vale la pena recordar que, para finales de 2024, la entidad señaló que la violencia intrafamiliar fue el tercer delito que más creció en la ciudad, con un reporte de 42.372 casos y un aumento comparado (2023) de 15,9 por ciento.
En ese sentido, Ussa señaló que, particularmente en las poblaciones de mayor condición de vulnerabilidad, las familias ejercen niveles de violencia mucho más altos. Sin embargo, advierte el experto que los ciclos de maltrato no son necesariamente físicos, sino implícitos dentro de sus mismas dinámicas cotidianas.
Antes había una red de apoyo genuina. Los niños tenían más hermanos, estaban al cuidado de tíos, tías, abuelos o abuelas, y todas las familias vivían cerca, porque esa era la forma en la que se configuraban las familias. Ahora eso no pasa; los niños están solos.
Edwin ussaDirector de Convivencia Escolar de la Secretaría de Educación.
“Es como una gota que cae todos los días sobre una piedra en el mismo lugar y que, al ser repetitiva, va generando toda una fractura en el marco de las estructuras y de las autopercepciones como seres humanos (…) entonces, esa violencia psicológica que se ejerce sobre los niños, de manera constante, genera afectaciones en la salud mental muy importantes”, advirtió.
Finalmente, hay dos aspectos que ocupan gran parte de las preocupaciones de los expertos de las entidades frente a las grietas en la salud mental de los pequeños.
Por un lado, las cargas y responsabilidades que dentro de los hogares se les asignan a los niños, niñas y jóvenes y que no deberían recaer sobre ellos, y que, al final, terminan detonando sentimientos impostores de culpa; y, por otro lado, las situaciones de necesidad económica que ejercen presión sobre la estabilidad de los hogares y que desencadenan escenarios de violencia, frustración e intolerancia.
¿Generación de cristal?
¿Estamos ante los que muchos llaman, erróneamente, una generación de cristal? Sin lugar a dudas, la respuesta es no. Aceptar la idea de que hay una generación más débil que otras y ubicarla sobre el plano de la fragilidad del ‘cristal’ es como asumir, a su vez, que se trata de un grupo de niños, niñas y jóvenes que son incapaces de afrontar por sí mismos las situaciones del día a día, y desde esta óptica también lo ven en la Secretaría de Educación.
Ussa explicó que lo que se ha detectado es un tránsito generacional en términos de entender la importancia de la salud mental y que, sobre ese contexto, la pandemia tuvo un efecto positivo, toda vez que se priorizó este aspecto.
Sin embargo, algunos factores de esa misma evolución histórica han profundizado la crisis dentro de la mente humana. Uno de ellos, y el más relevante en cuanto a niños se trata, es la transformación de la composición familiar.
“Antes había una red de apoyo genuina. Los niños tenían más hermanos, estaban al cuidado de tíos, tías, abuelos o abuelas, y todas las familias vivían cerca, porque esa era la forma en la que se configuraban las familias. Ahora eso no pasa; los niños están solos”, añadió.
Otro aspecto fundamental está relacionado con la arquitectura de las viviendas y la ‘precarización’ de los espacios vitales. Antes, se crecía en casas grandes y ahora se vive en habitaciones. “Cuando usted pasa la mayor parte de su día solo en un cuadro de 2×2, sin poder caminar, hay una afectación de salud mental (…) entonces no se trata de tener una generación más débil, es que ahora tenemos unas condiciones más violentas”, puntualizó Ussa.
Las familias también hacen parte
Las transformaciones generacionales no solo están golpeando a los más pequeños. Madres y padres también deben comenzar un proceso de reaprender y olvidar algunas conductas, y este no es un hilo que queda suelto dentro de la estrategia del Distrito. En esa vía, hay dos escenarios fundamentales dentro de la atención: el primero, la intensificación de la promoción y la prevención en padres cuidadores; y el segundo, la atención en escenarios de crisis.
Frente al punto uno, la Secretaría de Salud ha intensificado las actividades de promoción y prevención en salud mental y tiene el propósito de que cualquier persona que sea cuidador de un niño o una niña tenga las competencias mínimas en términos de educación socioemocional para identificar factores de alarma y saber cuándo levantar la mano. “Cuando se fortalece esto en el núcleo familiar, también se fortalece la corresponsabilidad de la familia, que es uno de los eslabones más débiles entre el colegio y los hogares, siempre se descarga la responsabilidad sobre uno”.
El segundo escenario surge cuando ya ocurrió un evento en el que los padres no saben cómo actuar. En ese momento, desde Educación y Salud se individualiza el caso y se establece un protocolo de trabajo en los hogares en el que deben intervenir todas las personas que habitan con el menor. “Aquí cambia la perspectiva porque no se hace una prevención primaria, sino secundaria o terciaria, porque ya hay elementos graves”.
Los ejes de trabajo van desde temas tan simples como la forma en la que los padres se dirigen a los hijos hasta las herramientas más complejas en términos emocionales.
“A veces, los papás no se dan cuenta de que juzgan cuando hablan, y juzgar a alguien en una crisis es muy delicado (…) en los hogares a veces no hay ni siquiera espacios de diálogo, no se hablan entre ellos, y cuando intervenimos para restaurar los hogares es que aparecen los elementos que explican por qué llegamos a tal punto de gravedad”, explicó Ussa.
JONATHAN TORO ROMERO
Redacción Bogotá
EL TIEMPO
En X: ToroRomeroJ