La visita a Taipéi de la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha recordado al mundo cuánto le importa Taiwán a China. Pero Taiwán también debería ser importante para el mundo democrático.
No es ningún secreto que el Partido Comunista de China (PCCh) está comprometido con la unificación de Taiwán (que considera una provincia disidente) con el continente. Estados Unidos reconoció formalmente a la República Popular China como el único gobierno legal de China en 1979, y desde entonces las potencias occidentales se han abstenido en su mayoría de reconocer a Taiwán como un país separado. Esta política de ‘una China’, junto con el creciente sentimiento nacionalista en China, hace que la toma de posesión china de la isla en las próximas décadas parezca probable, si no inevitable.
Algunos comentaristas occidentales creen que Pelosi actuó de manera imprudente al visitar la isla. Pero ignoran cómo y por qué Taiwán también es importante para el futuro tanto de la democracia como de la propia China.
Una creencia común entre las autoridades y muchos comentaristas occidentales es que China seguirá siendo no democrática en el futuro, debido a su cultura política profundamente autoritaria. Según esta opinión, el “individualismo” occidental está en fuerte contraste con la herencia confuciana de China, que determina jerarquías rígidas no solo en las familias, sino en toda la sociedad.
La que significa es que el pueblo chino está más dispuesto a asumir su lugar dentro de un orden de autoridad predefinido y menos dispuesto a participar en la política democrática.
Por consiguiente, el politólogo Samuel P. Huntington señaló que “no existen desacuerdos académicos acerca de la proposición de que el confucianismo tradicional es no democrático o antidemocrático”. Y, más recientemente, Ray Dalio de Bridgewater Associates escribió: “Todos estos sistemas chinos son jerárquicos y no igualitarios… Estados Unidos se gobierna desde abajo hacia arriba (es decir, democráticamente), optimizando las condiciones para el individuo; China se rige desde arriba hacia abajo, en beneficio del colectivo… La democracia, como la conocemos, no tiene ninguna raíz en China”.
Es fácil ver cómo los últimos 2.500 años de la historia de China podrían servir de apoyo a estas ideas. China ha vivido muchas rebeliones y el ascenso y caída de muchas dinastías poderosas. Puesto que la política democrática ha estado notablemente ausente en ella, muchos suponen que China está destinada a permanecer bajo el control de un líder fuerte que presida un régimen verticalista, visión que la propaganda estatal china promueve con entusiasmo. Los periódicos y comentaristas políticos chinos constantemente contrastan la eficiencia del sistema chino con la entrampada política occidental, al tiempo que plantean que ella está más en línea con los valores y la cultura chinas.
Pero ¿es así realmente? Tanto Hong Kong como Taiwán tienen el mismo trasfondo cultural que la China continental, pero descansan sobre sistemas políticos muy distintos. Hasta la violenta represión del PCCh sobre Hong Kong en 2020, la isla estaba en proceso de construir una vibrante democracia. Y el caso de Taiwán es todavía más revelador. Desde la década del 80 ha desarrollado una sólida democracia con una amplia participación de base. Lejos de haber sido creado y desarrollado por las élites, el sistema taiwanés es el resultado de las exigencias de estudiantes y otros ciudadanos de a pie hechas a través de canales democráticos.
Democracia creciente
La participación democrática en Taiwán parece haberse intensificado en los últimos seis años. El partido dominante durante la mayor parte de su historia fue el Kuomintang, fundado por Chiang Kai-shek, el nacionalista chino que huyó del continente con sus tropas leales y cerca de 1,5 millones de seguidores tras ser derrotado en 1949 por los comunistas. El gobierno actual, encabezado por el Partido Progresista Democrático, llegó al poder en las elecciones generales de 2016, tras las protestas generalizadas contra los esfuerzos del KMT de implementar un tratado comercial con China a pesar de una importante oposición. Durante las protestas, el Movimiento Girasol (Sunflower Movement), liderado por los estudiantes, incluso llegó a ocupar el Parlamento.
No fue solo una fase pasajera de rabia y protesta. Los taiwaneses son pioneros de la democracia digital. La participación política activa de diferentes segmentos de la sociedad es la norma. Esa es la razón por la que los gobiernos taiwaneses suelen consultar al público sobre decisiones clave, como los viajes compartidos o las ventas de licor.
Taiwán también promueve una ‘hackatón presidencial’ que permite que ciudadanos hagan propuestas directas al presidente, y una plataforma digital proporciona datos de la mayoría de los ministerios, con la finalidad explícita de alentar a la sociedad civil a mejorar las operaciones del gobierno. Y frente al covid-19, su gobierno generó una respuesta eficaz a través de consultas democráticas, una estrecha colaboración con la sociedad civil y nuevas herramientas digitales para realizar pruebas y seguimiento de contactos.
“Todos estos sistemas chinos son jerárquicos y no igualitarios (…).
La democracia, como la conocemos, no tiene ninguna raíz en China”.
Taiwán no exhibe estas fuertes tendencias democráticas por haber tenido una transformación cultural occidentalizante. Hasta 2000, el KMT hacía uso de los valores confucianos para distinguirse del régimen comunista chino, y estudios posteriores han mostrado que estos valores están más arraigados en Taiwán que en el continente.
Así, la isla refuerza un punto que hemos sostenido en un trabajo anterior: no es correcto plantear ningún tipo de vínculo inquebrantable entre valores culturales y sistemas políticos. Todas las culturas, y especialmente las confucianas, deberían verse como altamente adaptables a las circunstancias cambiantes. Los regímenes políticos pueden basarse en muchos marcos culturales.
Si bien Confucio dijo que “la gente común no debate asuntos de gobierno”, también recalcó que “un Estado no puede sostenerse si ha perdido la confianza del pueblo”. El pensamiento confuciano recomienda el respeto y la obediencia hacia los gobernantes solo si son virtuosos. De ello se deduce que, si un gobernante no es virtuoso, él o ella puede –y quizás debe– ser reemplazado. Esta interpretación perfectamente válida de los valores confucianos sustenta la democracia taiwanesa.
En contraste, la propaganda del PCCh sostiene que los valores del confucianismo son completamente incompatibles con la democracia, y que no hay una alternativa viable al gobierno de un solo partido. La democracia es tan factible en China como en Taiwán. No importa lo estridentes que se puedan volver las bravatas del PCCh, no apagarán el deseo de la gente de participar en política, reclamar contra las injusticias ni reemplazar a los dirigentes cuya conducta se aleje de lo que se espera de ellos. Taiwán importa porque representa un camino político alternativo para China, uno que ha sustentado por largo tiempo la libertad y la prosperidad en Occidente.
DARON ACEMOGLU (*) y JAMES A. ROBINSON (**)
© Project Syndicate
Cambridge / Chicago
(*) Daron Acemoglu, profesor de Economía en el MIT, es coautor (con James A. Robinson) de ‘Por qué las naciones fracasan: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza’ y ‘El corredor estrecho: Estados, sociedades y el destino de la libertad’).
(**) James A. Robinson, director del Instituto Pearson para el Estudio y la Resolución de Conflictos Globales, es profesor de la Escuela Harris de Políticas Públicas de la Universidad de Chicago.
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