En los alrededores de la mina de carbón El Tejadito, ubicada en Zipaquirá (Cundinamarca), sólo se escuchan ecos mudos. El aire es denso, no solo por la humedad que exhalan las entrañas de la tierra, sino por la tensión sostenida de los familiares que esperan noticias de sus seres queridos atrapados tras una explosión.
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De acuerdo con la información entregada por el gobernador de Cundinamarca, Jorge Emilio Rey, los trabajadores se encontrarían a unos 180 metros de profundidad. Al final de la jornada del 5 de junio encontraron a los tres cuerpos sin vida.
La mina colapsó parcialmente, dejando a los mineros sin salida, en un entorno con acumulación de gases tóxicos que impiden el ingreso inmediato de los equipos de rescate.
Los familiares vivieron 20 horas de incertidumbre. Foto:Fernando Ariza / EL TIEMPO
Las víctimas fueron tres mineros: Luis Enrique Sánchez (36 años), Luis Felipe Muchicón (38 años) y Fredy Silva (30 años). Este último, residente del municipio de Pacho, llevaba apenas cinco meses trabajando en el socavón. Era uno de los más nuevos en una mina que operaba clandestinamente de noche, en un punto que ya había presentado emergencias anteriormente.
La detonación se produjo hacia las 6:00 p. m., sin que nadie la escuchara. Las casas vecinas no percibieron ruido alguno. Solo cuando comenzaron a llegar los organismos de socorro se entendió que algo grave había ocurrido. Quien dio la alerta fue el cuarto trabajador que se encontraba dentro del socavón y que logró salir porque estaba cerca de la entrada. Su aviso marcó el inicio de una carrera contra el tiempo en el lugar.
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Desde entonces, el lugar ha sido intervenido por equipos especializados de la Agencia Nacional de Minería, que han realizado al menos seis inmersiones. En cada descenso, el trabajo es ciego: la falta de ventilación, el terreno inestable y los gases acumulados hacen del rescate una tarea muy peligrosa.
A pocos metros de la cinta de seguridad que rodea el área, decenas de personas se agrupan con los ojos fijos en la boca de la mina. La familia de Luis Enrique Sánchez guarda silencio. La hija de Luis Felipe Muchicón, una adolescente, espera de pie al lado de su madre. Su rostro permanece serio, como si intentara comprender lo que pasa.
Más visible, en su entereza y angustia, está Yadmin, madre de Fredy Silva. Llegó junto con su nuera apenas supo de la emergencia. Desde entonces, no ha comido, no se ha bañado ni ha vuelto a casa. “No me iré de acá hasta saber algo de él”, repite con la voz temblorosa, parada frente a la entrada de la mina que, hasta ahora, no ha devuelto señales de vida.
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Recuerda a su hijo como un hombre alegre, trabajador y disciplinado. Lo vio por última vez al salir del pueblo con rumbo a la mina. No imaginó que sería esa la última imagen que tendría de él, vestido de faena, con su casco de minero y una linterna que ahora podría estar apagada en la oscuridad del socavón.
La búsqueda a ciegas
La comandante del Cuerpo de Bomberos de Zipaquirá, Lizeth Sánchez, detalló que habían encontrado dos derrumbes que se interponían entre la superficie y los mineros atrapado. Sin embargo, no se sabía con certeza en qué punto exacto se encuentran los hombres.
“Estamos avanzando a ciegas”, reconoció Sánchez. A pesar de las dificultades, el testimonio del minero que logró salir había sido esencial para orientar los pasos de los rescatistas, quienes avanzaban con madera en mano para reforzar los túneles conforme descienden.
El cuerpo de Bomberos de Cundinamarca estuvo presente en la emergencia. Foto:Fernando Ariza / EL TIEMPO
Cada tanto, una sirena corta el silencio, seguida del crujido metálico de la polea que mueve el carro minero. Es la señal de que los rescatistas siguen descendiendo. Cada sonido en el entorno parece tener un significado mayor: o bien de esperanza o de temor.
La mina El Tejadito no es ajena a las tragedias. Hace dos años fue el escenario de una grave inundación. En esa ocasión, todos los mineros lograron salir con vida, pero el lugar fue clausurado. Sin embargo, como ocurre con muchas minas ilegales del país, las actividades se reanudaron clandestinamente en las noches, sin protocolos de seguridad ni controles técnicos.
La tragedia de esta semana reabre el debate sobre la minería informal en Colombia, especialmente en zonas como Zipaquirá, donde la pobreza, la necesidad y la falta de oportunidades empujan a los trabajadores a arriesgar su vida en minas sin ventilación, sin salidas de emergencia y sin garantías laborales.
En el campamento improvisado fuera de la mina, hay más preguntas que respuestas.
Los ojos de las madres, esposas, hermanos e hijos estaban puestos en el mismo punto, en la misma oscuridad. La noche fue larga. Y mientras el sol se ocultaba otra vez sobre Zipaquirá, la esperanza seguía cavando, metro a metro, hacia el fondo de la tierra.
Otras sanciones
La Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) había anunciado hace poco que avanzan cinco procesos sancionatorios contra minas de carbón ubicadas en la vereda Tibitá Centro, municipio de Lenguazaque, por causar significativas afectaciones a los recursos naturales, por no contar con licencia ambiental y por generar daños estructurales graves a una vivienda habitada.
Organismos de socorro llegaron desde las 8:00 p. m. Foto:Fernando Ariza / EL TIEMPO
Durante las visitas técnicas realizadas por los funcionarios de la entidad, se evidenciaron impactos ambientales reiterados y de gran escala sobre los recursos suelo, agua y flora.
Asimismo, se constató la inestabilidad de una vivienda que presenta fracturas, asociadas a procesos de subsidencia o hundimiento, efecto de las actividades mineras subterráneas realizadas sin control por debajo del inmueble.
Las minas involucradas presentan afectaciones ambientales comunes. Entre los hallazgos más relevantes, se identificaron prácticas inadecuadas, como la acumulación no controlada de estériles directamente sobre el suelo, lo cual ha causado el sepultamiento de la capa vegetal, potreros y zonas de bosque nativo.
En desarrollo del procedimiento por parte de la autoridad ambiental, se detectó el vertimiento de aguas residuales no domésticas (ARnD) y aguas mineras sin tratamiento, a una quebrada innominada que fluye hacia el río Peñalisa y sus afluentes, así como derrames de aceites, combustibles y lubricantes directamente sobre el suelo, sin medidas de contención.
También se evidenció el arrastre de sedimentos desde zonas de cargue y botaderos hacia cuerpos hídricos, aumentando la turbidez y deteriorando la calidad del agua. También se confirmó la intervención en áreas sin título minero ni licenciamiento ambiental, configurando así una operación minera ilegal.
En cuanto al daño estructural, los equipos técnicos de la CAR verificaron el estado crítico de una vivienda ubicada en la misma vereda, la cual presenta múltiples fracturas y riesgo inminente de colapso.
El análisis determinó que los daños son consecuencia de asentamientos diferenciales del terreno provocados por actividades mineras subterráneas no controladas. La Corporación recomendó la evacuación y demolición inmediata del inmueble para salvaguardar la vida de sus ocupantes.
CAROL MALAVER
Subeditora de Bogotá
MARÍA PAULA RODRÍGUEZ ROZO
Enviada especial, Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO