Han transcurrido ocho meses de la presente administración y, a decir verdad, no hay muchos cambios o mejoras en la recolección de basuras en las calles de la ciudad. Al contrario: pareciera que cada vez hay más lugares sucios, con bolsas de basura rotas, escombros y todo tipo de materiales que muchos bogotanos arrojan, aprovechando que no existe quien los controle.
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Anuncios y mensajes van y vienen, prometiendo cambios y ajustes al modelo de aseo; palabras que se quedan en el discurso burocrático y que pocas veces van acompañadas de un plan de gestión real para mejorar la gestión de residuos en la ciudad.
No se puede negar que parte del problema obedece al mal comportamiento de muchos ciudadanos y comerciantes que usan inadecuadamente los contenedores y las canecas de basura.
Pero también es cierto que las frecuencias de recolección están fallando, ya que los contenedores se llenan con mucha facilidad y la gente opta por arrojar la basura al lado. En algunos casos, prefieren hacerlo en las canecas de la calle o de los parques, que viven abarrotadas porque las empresas de recolección de aseo no las desocupan a tiempo.
Y ni hablar de la separación en la fuente, pues aún nos falta mucho para realizar adecuadamente el reciclaje en los hogares, y quienes lo hacen a veces se desaniman al ver que todo su esfuerzo se pierde cuando se mezcla todo en los contenedores debido al manejo inapropiado que hacen los recicladores de oficio, sobre todo los informales.
Pero todo esto obedece a la falta de control, por parte de las autoridades, a los ciudadanos irresponsables, a los recicladores sin mayor compromiso ambiental y a los operadores de aseo que se limitan a hacer lo mínimo y lo básico que contemplan los contratos que tienen con el Distrito.
El modelo de aseo presenta fallas técnicas y operativas. Muchas veces no se recogen a tiempo los residuos, tampoco se realiza un aseo adecuado a los contenedores y sus alrededores, que hoy en día se han convertido en focos de roedores y malos olores.
Además, aumentan las canecas de basura rotas o en mal estado, en particular las de los parques públicos, en donde se mezclan los excrementos de mascotas con residuos potencialmente aprovechables.
Del lado de la administración, más allá de anuncios de buenas intenciones, hay fallas en la gestión, el control y la pedagogía; mucha gente desconoce los horarios de recolección y otros tantos no saben reciclar y hacer separación en la fuente.
Son escasas las sanciones para quienes arrojan llantas en las calles, sanitarios, colchones y escombros. Y ni hablar de los sitios de ventas callejeras de comida, que se apropiaron de las canecas públicas y no tienen problemas con llenarlas de los residuos de su actividad comercial. Qué bueno sería capacitar a esta población en el uso adecuado del mobiliario urbano.
Hay casos de éxito, como los aportes que vienen haciendo el sector privado y los centros comerciales al facilitar sitios de disposición de pilas, aceites usados, ropa, libros y residuos que fácilmente se pueden reutilizar.
Muchas ciudades del mundo han pasado por este problema y lo han resuelto con cierto éxito, pues parte de su compromiso con el medio ambiente pasa por desarrollar modelos de aseo sostenibles, e involucrar cada vez más a los ciudadanos con iniciativas a favor de la economía circular. Ojalá acá se pase del discurso a la acción.
OMAR ORÓSTEGUI
Director del Laboratorio de Gobierno de la Universidad de La Sabana