Es la política, no la economía / Análisis de Ricardo Ávila


Dos años son mucho o muy poco tiempo, según se mire. Pero más de un interesado en la política colombiana opina que es el lapso justo para pensar en aquello que un titular de prensa resumiría como la próxima cita con la democracia

Y es que justo dentro de 24 meses tendrá lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales en la cual se enfrentarán los aspirantes a suceder a Gustavo Petro. Aunque las escaramuzas arrancaron desde hace rato, podría decirse que ahora sí comienza la primera etapa de una larga cuenta regresiva que ganará velocidad en los meses que vienen hasta el clímax de mayo de 2026.

Tal afirmación les sonará prematura a muchos. Pero en lo que se refiere al Pacto Histórico, los motores empiezan a calentarse. Quienes toman la temperatura de las redes sociales señalan, por ejemplo, que la cuenta de Facebook del actual inquilino de la Casa de Nariño se reactivó unas semanas atrás y que varios de sus alfiles han aumentado su actividad.

Resulta evidente que de un tiempo para acá el Presidente de la República entró en una fase distinta. Los compromisos internacionales que en algún momento ocuparon una parte importante de su agenda han desaparecido casi del todo. Estos fueron remplazados por más viajes a diferentes puntos del territorio, que incluyen uno o varios discursos en plaza pública.

Con frecuencia en esas intervenciones aparece la afirmación de que cuatro años son muy pocos para conseguir las transformaciones que necesita la sociedad colombiana. Los más suspicaces entienden esas palabras como el mensaje de alguien que quiere quedarse en el cargo, algo que se lograría potencialmente si se pone en marcha el tan mencionado poder constituyente y se abre la puerta de la reelección.

Otros lo ven como una manera de reiterar una vocación de poder por parte de la izquierda. A sabiendas de que una golondrina no hace verano, lo que busca el actual mandatario es preparar el terreno para designar un sucesor encargado de consolidar un proceso de cambio con el fin de hacerlo irreversible.

Sea como sea, varios columnistas han señalado ya que el foco de la actual administración es otro y que las piezas del ajedrez comienzan a ubicarse en el tablero con miras a una campaña que todavía está lejos, pero que exige mucha preparación. En medio de las turbulencias diarias y de la zozobra que experimenta una buena parte de la opinión, la mira está puesta en la meta de triunfar en 2026, así haya que combinar múltiples formas de lucha para llevarse la victoria.

Comenzar de manera temprana se explica en parte por las frustraciones de un Ejecutivo que tiene poco para mostrar. Desde el punto de vista de las reformas sociales, apenas la de pensiones muestra altas probabilidades de salir, tras haber sido peluqueada en el Congreso.

En otros frentes el panorama es muy malo como lo muestran el deterioro del orden público y el estancamiento de la economía, además de los escándalos de corrupción. La debacle de la atención en salud que han experimentado los maestros aumenta las inquietudes respecto al nuevo modelo preventivo que se está poniendo en marcha por la puerta de atrás, mientras la actual estructura se cae a pedazos.

Para el analista Leonardo García, “el primer tiempo del partido que suponía iba a mostrar una goleada petrista, apenas salió en empate. Con un par de jugadores expulsados y varios delanteros lesionados, el segundo consistirá en ganar a toda costa las elecciones en dos años o, por lo menos, no perder en forma rotunda”.

Suena el pito

A falta de realizaciones, la prioridad del jefe del Estado es seguir controlando aquello que los especialistas describen como la conversación nacional. Puede haber muchas voces, pero la que más suena es la que proviene de la Casa de Nariño, encargada de poner el tema del día, sin importar que ello implique lanzar ideas a diestra y siniestra, muchas sin ninguna viabilidad.

“Como en el fútbol, Petro aplica la norma de que la mejor defensa es el ataque”, agrega García. El estado de permanente confrontación alienta a sus partidarios y silencia a quienes lo controvierten, algo en lo cual ayuda mucho la maquinaria de información oficial y las bodegas que hacen el trabajo sucio de atacar a los críticos.

No menos importante es el empeño en mantener viva la narrativa del Pacto Histórico, según la cual Colombia ha estado dominada desde siempre por una élite a la que no le interesa acabar con las desigualdades sociales ni con la violencia. Insistir en que la trayectoria del país equivale a una cadena de fracasos sucesivos sirve de justificación para plantear que la única opción es hacer borrón y cuenta nueva en múltiples frentes.

Semejante aproximación es útil también para defenderse de los descalabros. Si se pierden millones de pesos, el problema son las mafias de corruptos enquistadas en la administración desde mucho antes; si los resultados no se dan, la culpa es de los intereses oscuros que ponen palos en la rueda. Todas las fallas, en fin, son atribuibles a enemigos, agazapados o no, que van desde el capitalismo voraz hasta los opositores conocidos.

Mantener esa dinámica demanda echarle leña a la hoguera en forma permanente. De vuelta a las figuras deportivas, no es tan grave que en la cancha las cosas vayan mal cuando la tribuna está entretenida en otras cosas.

Que haya gente enardecida es clave para satisfacer a los seguidores de la línea dura. Conservar esa cifra cercana al 30 o 35 por ciento de la opinión que aparece en forma consistente en las encuestas es lo que realmente importa, en lo cual el uso de los recursos del presupuesto nacional acaba siendo un apoyo fundamental.

Sobre el papel, con ese número no hay cómo llevarse el triunfo en 2026. Pero quienes saben del asunto subrayan que lo importante dentro de dos primaveras es pasar a la segunda vuelta y entonces hacer el envión final, ojalá en un clima de antagonismo extremo.

Debido a ello, no se trata de satisfacer a todo el mundo ni mucho menos moverse hacia el centro. En lo que consiste la estrategia es en polarizar y fragmentar, entre otras para que se creen brechas tan profundas que los contrincantes posibles se detesten de tal forma que no se puedan unir, como sucede hoy en día con uribistas y santistas.

Y en el entretanto, ¿qué viene en estos meses? Formalmente el Gobierno sigue con su agenda de reformas, aunque sabe que su espacio en el Congreso es cada vez menor.

 Por tal motivo, vienen las amenazas de usar el garrote ya sea a través de una constituyente que acogería todas las transformaciones de un plumazo o del uso de los estados de excepción, como planteó Petro el viernes ante los tropiezos en el tránsito de la ley que aumenta el cupo de endeudamiento.

Igualmente seguirá la animosidad contra el sector privado. Las empresas del renglón energético están en alerta antes las señales de que la administración está dispuesta a patear la estantería, comenzando con la intervención de tarifas.

Más sutil, pero no menos trascendental, será el propósito de dominar o al menos poner alfiles en los órganos de control y los altos tribunales. En julio la Cámara de Representantes escoge al Defensor del Pueblo y en enero el turno es para el Senado con la cabeza de la Procuraduría General de la Nación, en ambos casos a partir de ternas presentadas por el Presidente.

Por su parte, entre febrero y septiembre de 2025 esta misma corporación designará a cuatro magistrados de la Corte Constitucional, de manera secuencial. La primera terna vendrá del Consejo de Estado, la segunda de la Casa de Nariño y las dos últimas de la Corte Suprema. En el campo económico, el Ejecutivo podrá cambiar a dos integrantes de la junta directiva del Banco de la República a comienzos del año que viene.

No será fácil que el Gobierno acabe con la independencia de los cuerpos mencionados, que son definitivos en el sistema de pesos y contrapesos. Aún así, las alarmas están encendidas ante la posibilidad de presiones de diverso orden y normas que se expidan con base en interpretaciones jurídicas discutibles.

Las cábalas

Los riesgos que se asoman no desconocen que Gustavo Petro enfrenta un panorama lleno de desafíos. Para comenzar, sus números distan de ser buenos. Si a eso se le agrega el desgaste propio del oficio, le quedará difícil convencer a los electores de darle otra oportunidad al Pacto Histórico.

Lo que ha pasado en América Latina es elocuente. En los últimos 23 comicios presidenciales los candidatos de la oposición han triunfado en 20 ocasiones, con excepción de Paraguay, El Salvador y República Dominicana. El turno que sigue es para México, en donde Claudia Sheinbaum aparece como la gran favorita al ser la carta del continuismo.

No obstante, lo usual en la región es que el péndulo de la opinión se vaya para otro lado, a menos que se socaven las instituciones democráticas al estilo de Nicaragua o Venezuela. Y en aquellas ocasiones en que siguen los mismos, la primera condición es una elevada favorabilidad del mandatario que sale o busca repetir, algo que no ocurre en Colombia.

Junto a ese antecedente, una mirada a las métricas de las redes sociales denota que el petrismo ha perdido un enorme terreno frente a las audiencias que llegó a conquistar. Si bien es cierto que todavía conserva un núcleo importante de creyentes, el diagnóstico es que se ha desconectado de la mayoría de la ciudadanía.

Dentro de las explicaciones que se escuchan es que hay un divorcio entre el discurso presidencial y lo que la gente ve en la calle. Tanto el clima de seguridad como la situación económica se han deteriorado, por lo cual no importa que el parlante oficial suene más duro si el público decide ignorarlo.

Dos temas clave –violencia y empleo– son el gran talón de Aquiles de la actual administración. La gente ve la compleja situación del Cauca o registra que el dinero que gana no le alcanza y culpa a quien manda hoy, no a la oligarquía ni a los que antes tuvieron la banda tricolor en el pecho.

En paralelo, la presencia de alcaldes y gobernadores mucho más moderados –cuya popularidad supera la del Presidente– demuestra que las cosas se pueden de hacer de otra forma. Para un proyecto que requiere polarizar para sobrevivir es prioridad que el péndulo no se mueva a la mitad del espectro político en donde, según el Dane, se ubica el grueso de la ciudadanía.

Sin embargo, esa lectura exige que surjan liderazgos y que otros impulsen una narrativa diferente a la de la izquierda. Para el experto Miguel Silva “no basta que el centro demuestre que tiene potencia política”. Agrega que “se necesita que deje de imaginarse como un lugar moderado y equidistante de los extremos para demostrar pasión, capacidad de tomar riesgos y construir un mensaje creíble sobre seguridad y cambio”.

Ya en el terreno de la mecánica, es obligatorio incorporar las lecciones de 2022 cuando la canibalización entre postulantes de la línea media condujo a la desilusión de los votantes que querían algo distinto, con los resultados conocidos. Una opción es introducir un mecanismo de selección previo a las legislativas de marzo, para que eventuales consultas no deriven en divisiones irreconciliables.

Mientras llega ese momento, es importante mirar el futuro con los ojos bien abiertos y no pensar tanto con el deseo. “Sería un error imaginar que Petro en 2026 será irrelevante con un 30 por ciento de apoyo y un sistema de dos vueltas”, enfatiza Miguel Silva.

Si alguien tiene claro eso, es el propio Presidente de la República, cuyo accionar puede parecer caótico y desordenado, pero cuyo norte es conservar el poder. Las decisiones de su Gobierno deberán ser observadas a través de ese prisma y más en la etapa que ya arrancó.

Fue en 1992, durante la campaña que llevaría a la Casa Blanca a Bill Clinton, que uno de sus estrategas hizo famosa la frase de “es la economía, estúpido”, para recordar que muchas personas votarían con el bolsillo. Ahora, en la Colombia de 2024, la frase correcta debería ser “es la política” orientada al triunfo electoral, a la cual se supeditarán las decisiones gubernamentales de ahora en adelante.

RICARDO ÁVILA
​ANALISTA SÉNIOR



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