Para el exprocurador y exministro Fernando Carrillo, la democracia en Colombia y en el mundo está en riesgo. Esa es la tesis que esgrime durante las más de 300 páginas de su nuevo libro ‘Sin miedo, defender la democracia desde la democracia’, publicado por Debate. Por eso, asevera que debe haber un frente común para acabar con el maniqueísmo de derechas e izquierdas y enfrentar los afanes autoritarios de los últimos años.
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En diálogo con EL TIEMPO, Carrillo retoma dicha propuesta y hace un diagnóstico de la realidad política colombiana. Es crítico de las propuestas constituyentes de la actual administración y prende las alarmas frente a lo que puede ocurrir con la democracia colombiana si no se cambia de enfoque.
¿Usted considera que la democracia en Colombia está en peligro según lo que usted ha expuesto en el libro?
La democracia en Colombia y a nivel regional y global está más amenazada que nunca y es por tres factores que operan simultáneamente: el populismo, el autoritarismo y el caudillismo. Creo que esos tres fenómenos utilizan a la democracia para llegar al poder y una vez son elegidos debilitan las libertades y los derechos. Instauran un modelo autoritario hecho a su medida. Han pasado cosas que eran inverosímiles, como la toma del Capitolio el 6 de enero del 2021, una cosa que solo cabía dentro de la cabeza de unos fanáticos y se convirtió en una realidad. Y dos años después pasó lo mismo en Brasil, en la Plaza de los Tres Poderes, cuando se trataron de tomar el poder después de la victoria del presidente Lula y cuestionar los resultados electorales. Entonces estamos viviendo unos tiempos en donde la democracia parece más frágil que nunca. La fragilidad lleva a que tengamos que proteger la democracia todos los días. Hay que lucharla y conquistarla. No puede darse como un hecho cumplido.
¿A qué se debe esa crisis?
Hoy se reconoce en todos los foros internacionales que la primera causa de la crisis es la erosión de la democracia, de sus instituciones y de los principios y valores. Hoy en día están puesto en entredicho los valores democráticos por los extremos, por la extrema izquierda o por la extrema derecha, siempre acudiendo al autoritarismo populista.
Su libro pareciera a veces muy dedicado al actual mandatario colombiano, Gustavo Petro. ¿Lo ve así?
Está dedicado a todos los extremistas, a los que creen que la política es un cuadrilátero en el que a puñalada limpia uno gana las batallas. Eso es un gravísimo error. Estamos ante una patología psíquica del sistema político: es la política del insulto, de la amenaza, de la descalificación del otro y eso es gravísimo. La democracia es la principal víctima de la mala política que se está haciendo. Lo que vemos actualmente es que al adversario se le convierte en un enemigo para destruirlo y eso no puede ser. Lamentablemente las redes sociales y las bodegas -en España le dicen las cloacas- son los peores escenarios para esta realidad. Entonces, para concluir, creo que al que le caiga el guante, que se lo chante.
Y esos escenarios que plantea en su libro, ¿son algo solo de Colombia?
No, yo creo que eso es un problema de los extremos a nivel mundial, tanto de la izquierda radical como de la derecha radical; el mismo fenómeno de Maduro en Venezuela es el de Bukele en El Salvador; el mismo fenómeno de Milei en Argentina es el de Ortega en Nicaragua. También está Bolsonaro en Brasil. Y el trumpismo, que de alguna manera es una representación de eso que nunca nos imaginamos. No pensábamos que tocara salir a defender las instituciones de la democracia, pero ahora están totalmente en entredicho. Esa es la realidad. Y están en entredicho por la mala política, por los malos políticos, y por las malas políticas públicas que todo eso produce. La política tristemente no se ha enfocado en mejorar la vida de los ciudadanos sino en ganar esas batallas de insultos y a ver quién es más macho alfa en la confrontación. A esto hay que sumar que acá en Colombia tenemos una particularidad y es que somos un país violento. De la violencia verbal, aquí pasamos a la violencia física rápidamente. Y lamentablemente si seguimos por este camino, yo creo que vamos a tener las elecciones más violentas de la historia en 2026.
En su libro usted hace un gran énfasis en el proceso constitucional de 1991, sobre todo debido a que usted fue constituyente. ¿Qué responder a los sectores, sobre todo desde el Gobierno, que han propuesto una asamblea constituyente?
El debate sobre el poder constituyente tiene que ser un debate muy serio y reposado. El gran déficit de Colombia en este momento no es el fiscal, ni el cambiario, ni ninguno de esos, sino el déficit de ecuanimidad. Acá nos falta mucha sensatez y tranquilidad para participar en los debates públicos. Ese debate del poder constituyente es un debate muy serio, es un debate responsable y que hay que hacer de forma comprometida. No se debe alimentar al calor de objetivos electorales o de movilización de adeptos para que respalden a una persona. Eso lo hacen los líderes autoritarios y por eso no se puede forzar un movimiento constituyente.
Usted en su libro hace referencia a las diferencias con el proceso constituyente de 1991 y a la propuesta que hasta hace poco estaba impulsado el Ejecutivo…
En el segundo capítulo menciono 10 diferencias fundamentales que hay entre la forma como se ha planteado acá el proceso constituyente por el gobierno y lo que nosotros hicimos en el 91. Quiero destacar tres por no mencionar las 10. En primer lugar, en ese momento no estaba regulada la asamblea constituyente como mecanismo de reforma constitucional. Ya lo está y hay que respetar sus pasos. En segundo lugar, esto fue el producto de un consenso tan grande y que se repitió en varios procesos electorales. En los 90, los colombianos fuimos a las urnas tres veces para ratificar la asamblea constituyente; hubo dos acuerdos políticos, hubo dos sentencias de la Corte Suprema de Justicia. Entonces, fue un proceso que, en medio de todo, tuvo respeto absoluto de la institucionalidad y avalado por esta misma. Lo otro que destaco mucho es que fue un proceso de abajo hacia arriba, no de arriba hacia abajo. Forzar un momento constituyente desde arriba es autoritario.
¿Cómo resumir entonces la situación actual del país?
La tesis fundamental del libro es que hemos caído en la trampa de la izquierda y la derecha. Nosotros decíamos hace 30 años que era una falta de respeto preguntarle a un joven menor de 25 si era liberal o conservador y hemos caído otra vez en esa trampa binaria. Entonces uno es de izquierda o de derecha. Y resulta que ninguna de esas categorías responde hoy a la solución de los problemas. Son categorías ya rebasadas por la realidad. Lo que está en peligro es la democracia. Entonces la gente no se divide entre ‘fachos’ y ‘mamertos’, como podrían decir vulgarmente, sino entre demócratas y autoritarios. El punto es si uno defiende la democracia o no, o si uno es partidario del autoritarismo o del populismo. Y yo creo que hay que centrar el debate político en Colombia alrededor de eso. Realmente la razón de ser del libro es esa, pues a nivel internacional se aceptan los pactos con los países autoritarios y la democracia va en retroceso. Lo que hay es una gran regresión autoritaria.
En esa línea, ¿cómo entender las democracia plebiscitarias que se ha venido dando y que incluso en Colombia se ha comenzado a escuchar la tesis de que lo único que importa es la voluntad de la mayoría?
Es que realmente la democracia no solo es la defensa de los principios, valores y a determinadas reglas de juego, sino que es el respeto de mayorías y sobre todo de las minorías. Y de nuevo, una gran diferencia con el proceso del 91 es que hoy se intentó un proceso impuesto desde arriba, es un proceso que no viene de abajo. Por otro lado, los mecanismos de plebiscito, referendos y constituyentes están incorporados en la Constitución. Entonces acudan al Congreso de la República a presentar esas iniciativas, pero lo que es inaceptable es creer que uno es el Estado, como decía Luis XIV. Incluso resulta ahora que pasamos del ‘Estado soy yo’ de Luis XIV, ‘al pueblo soy yo’, que es lo que dicen los líderes populistas y que termina siendo ‘la constitución soy yo’. Y eso es una tiranía, evidentemente. Aquí hay que propugnar por las reglas de juego, por eso alguien le decía al presidente Petro que presentara el proyecto de reforma constituyente en el Congreso, para eso es el Congreso. Saltarse al Congreso es saltarse la constitución y pues obviamente sería violentar el Estado de derecho, como lo han hecho muchos de los gobiernos populistas de América Latina y del mundo.
Otra de las tesis de su libro es la desinformación y los medios de comunicación en este momento. ¿Cómo entra a jugar este fenómeno, sobre todo cuando se supone que nunca antes se había tenido tanto acceso a la información?
Este es un análisis fundamental de mi libro, porque las instituciones están golpeadas, entre otras cosas, por la desinformación y por las noticias falsas. Un gran novelista español decía que el problema no eran las mentiras completas, sino las mentiras a medias, porque lo grave es que las noticias falsas están afincadas en algo de verdad, así sea un porcentaje mínimo, y tratan de disfrazarla, de manipularla, de distorsionarla, y le hacen creer a la gente que la realidad es otra.
Por eso hemos insistido mucho en que la prensa responsable, rigurosa, que compara, que verifica es más necesaria que nunca. Hay personas dedicadas permanentemente a difundir esas noticias falsas y se pone a la democracia en un estado de debilidad aún mayor. Ese tema está haciendo un daño grandísimo y es muy difícil de decir cuál es la solución, salvo que hubiera autorregulación y un gran pacto entre todos los medios de comunicación para evitar esas noticias falsas, para no nutrirse de esa falsificación de la realidad.
Trayendo esta situación al caso colombiano: ¿Cómo ve esa confrontación que ha nacido desde los sectores políticos, sobre todo desde el gobierno, con la prensa?
Eso tiene que parar y aquí hay que serenarse y sentarse a pensar. Si es verdad que el acuerdo nacional está avanzando, ese debería ser el primer punto del acuerdo nacional. De aquí en adelante, hay que ponerle fin a todo ese escenario de polarización, de desinformación y de miedo -que es la antítesis de la libertad-. No se puede olvidar que la máxima garantía de una democracia son los medios de comunicación libres, que tengan la capacidad de transparencia informativa y entregar las noticias que son. Yo creo que hay que parar indiscutiblemente este choque, porque es muy grave como se lesiona, por cuenta de ese vocabulario y de ese descontrol verbal, una libertad tan sagrada como es la libertad de prensa. Y todo ese tema de la descalificación lo que exige es ecuanimidad y respeto a garantías elementales. Yo insisto mucho en que esto sea una invitación a que se le baje el volumen a toda esta controversia, a que se busque un debate con altura.
Usted habla de armados tanto en el libro como en esta entrevista. Y uno ve, sobre todo este gobierno, un nuevo resurgir de reivindicación de la lucha armada. Uno lo ve con el presidente Gustavo Petro y el M-19. ¿Qué hacer en ese tema?
Ellos aceptaron las reglas de juego democráticas. Yo siempre he dicho que que aquí hay un gran personaje que la historia ha desconocido y es Antonio Navarro Wolff. Jugó un tremendo papel en la Asamblea Constituyente de parte del M-19. No hay nadie que haya honrado más la palabra y la creencia en la paz que él. Dio unas lecciones a muchos en ese sentido a renunciar definitivamente a la lucha armada. Uno debe recordar el momento de la muerte de Carlos Pizarro, Navarro se mantuvo en que había que respetar los acuerdos de paz y terminó siendo con Álvaro Gómez y con Horacio Serpa el alma de la constituyente. Yo creo que el tema de la lucha armada está totalmente enterrado por cuenta, no solo de la constitución del 91, sino de los propios acuerdos de paz, guste o no le guste a quienes no estuvieron en esos acuerdos. En el campo de la lucha política hay que acabar de enterrar esa noción armada y tratar de redirigirla, pues no tiene ningún sentido.
Su libro muestra que la Constitución de 1991 fue un gran pacto político, pero la mala política siguió permeando al país y en los últimos ocho años se ha visto con más fuerza, ¿cómo hacer para recuperar el entorno político colombiano?
Una de las grandes afirmaciones que se hacen en el libro es: si nosotros logramos recuperar la calidad del debate político, vamos a tratar de dar un paso hacia adelante en reformar la política. Como ustedes lo mencionan, lo triste después de la constituyente -que fue como un momento mágico, un gran paréntesis donde la política con P minúscula no funcionó- es que se produjo la recuperación de los espacios políticos por los partidos tradicionales, con el clientelismo, y la corrupción. Por ejemplo, hemos visto hoy en día que todos los males que la izquierda radical le endilgaba a la derecha radical están vivos en ellos. La política hoy en día es tan negativa sea de izquierda o derecha, porque son categorías que no funcionan. La corrupción y la mala política son transversales a los espectros políticos. Por eso creo que debe haber un gran pacto sobre financiamiento de campañas y la recuperación de la majestad de la política. Eso suena muy utópico, pero es la única forma de sacar esto adelante. Es crear un gran acuerdo nacional, que parece que en este momento no se dan las condiciones para lograrlo. Es tener una base fundamental para poder volver a hacer política de otra manera. Es retomar los liderazgos éticos pues en Colombia y en el mundo el momento de la lucha contra la corrupción perdió la fuerza. Es entender que no es algo de derechas o izquierda.
¿Por qué decir que no es algo de un espectro ideológico?
Caímos en un maniqueísmo entre izquierda y derecha. Caímos en la trampa de que la izquierda radical es la única que puede hacer las reformas sociales y la derecha radical es la única que puede hacer las reformas de seguridad. Eso es una gran mentira que nos tiene perdidos como sociedad. Es lo mismo que aquellos que creen que la lucha contra la corrupción es una cosa de moralistas y no de instituciones. Por eso, terminamos diariamente vulnerando las instituciones democráticas.
¿Qué fue lo que pasó en el país para que hace dos años hayamos alcanzado un tema muy importante, que es por fin lograr la alternancia democrática, pero ahora estemos en un momento donde se habla de que la democracia está en peligro?
Esencialmente es por el radicalismo que se ha apoderado de todas las mentes, un radicalismo que venía desde los acuerdos de paz. Obviamente había grandes expectativas del gobierno que se eligió hace dos años y tristemente las reformas no se han hecho, esa es la verdad. Ese déficit en materia de reformas lo único que ha hecho es seguir inflamando el discurso de unos contra otros. Nos hemos pasado los últimos meses en una espiral de insultos y lo demás ha quedado reducido a un segundo plano. Lo que deberían estar haciendo unos y otros es hacer las reformas, ejecutarlas y así demostrar que la democracia sigue siendo el mecanismo para hacer las reformas sociales que Colombia necesita. Entonces, las reformas sociales quedaron en entredicho, cuando es responsabilidad de todos hacerlas.
Por último, usted hace mucho énfasis desde el prólogo en el peligro del trumpismo en 2021, ¿estamos otra vez ante ese mismo peligro en estas elecciones?
Sí, eso parece. Creo que cualquiera que diga que ya sabe quién va a ganar las elecciones en Estados Unidos, está mintiendo porque están prácticamente empatados. Pero, lo que es claro es que el daño que se le ha hecho a la democracia ha sido muy grande: arrancando por esa toma del Capitolio que fue promovida por el propio presidente Trump antes de irse del poder. Paul Oster, aún en vida, decía que esa segunda victoria de Trump seguramente sería la última elección democrática en Estados Unidos. Esa sentencia es muy dura, pero es muy probable. Y lo que nosotros estamos diciendo en mi libro es que la democracia en América Latina es todavía más frágil que las democracias en los países anglosajones y europeos. Luego tenemos que tener mucho más cuidado para evitar que muera la democracia y que se vulneren los principios y valores democráticos.
JUAN LOMBO
Redacción Política
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