Parece que la masacre cometida en el barrio 12 de octubre de este año en la que un hombre asesinó a toda su familia, no ha sido única en la historia de terror en la ciudad.
Hace ocho años, Juan Hernández tenía solo 12 cuando tuvo que ver cómo su padre clavó en repetidas ocasiones un machete en el cuerpo de su madre y en el de sus hermanos. Los celos enfermizos llegaron a la vida de un hombre de 49 años la noche del 9 de noviembre de 2013, cuando con sevicia y cegado por la ira arremetió contra Jenny Lozada, de 35 años, y los menores Mateo, de 6 años, y Brayan, de 9 años.
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Los protagonistas de la sangrienta noche fueron los gritos de terror que salían de la casa ubicada en el barrio San José, en Bosa. Fueron cerca de siete horas en los que Juan gritó una y otra vez que auxiliaran a su madre y sus hermanos; sin embargo, pocos minutos después de las 11 p. m. de ese día ya no había grito o ayuda que pudiera salvar a la familia.
Toda la noche, los vecinos escucharon cómo pedían ayuda, y la Policía no entró
“Fue un error de la Policía. Los interruptores estaban llenos de sangre porque los niños seguramente intentaron prender la luz. Llamaron a doña Nieves, una vecina. Toda la noche, los vecinos escucharon cómo pedían ayuda, y la Policía no entró”, afirmó Yanive Lozada, hermana de la víctima y quien vivía apenas a unas cuadras de la casa donde Hernando Hernández Patiño acabó con la vida de Jenny y de sus sobrinos.
Esa noche pareciera como si el libreto ya hubiese estado escrito para Jenny, Mateo y Brayan. Según los investigadores, que trataron de reconstruir minuto a minuto la escena del crimen, Hernando habría esperado a que la casa estuviera a oscuras para escabullirse hasta el cuarto donde dormían los niños, allí propinó cortes desesperados e irregulares sobre el cuerpo de María Paula, una sobrina de Jenny que había llegado desde el Huila y encontró la muerte en casa de su tía.
Luego siguió con sus propios hijos. Sin embargo, el terror ya se había apoderado de la casa, los gritos habían llenado el espacio y la sangre de María Paula ya se había deslizado sobre el piso de cerámica del segundo piso de la casa.
El bullicio de la noche despertó a Jenny, quien rápidamente le pidió a Juan que llamara a la Policía para tratar de salvar a sus hijos. No obstante, el hombre casi como poseído por un demonio ya había tomado dos vidas: María Paula y Brayan. Después siguió Mateo, el hermano menor, quien murió tratando de defender a su madre, o al menos eso creyó el asesino.
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Finalmente, mató a Jenny, su gran amor, quien estaba a punto de abandonarlo, según él, por correr tras otro hombre.
Todo lo que pasó esa noche es un recuerdo que todavía siente vivo Juan, el único sobreviviente y quien hizo hasta la imposible para salvar a su madre y a los hermanos pequeños. “Cuando el niño ha podido hablar de eso, dice que a él lo que le da rabia es que estuvo harto tiempo llamándolos porque quería sacar a los ‘guambicitos’ rápido por la puerta para pedir auxilio para su mamá”, le contó Yanive Lozada a EL TIEMPO en su momento.
Al cabo de unas horas, la masacre en la casa de Bosa ya se había consumado y antes de que saliera el sol, sobre las 6 de la mañana, el asesino descansó, se abrió una herida leve en el cuello con el mismo machete, se tiró en el suelo y se sumó a la mancha roja como si las cosas hubieran terminado. Pero no fue así.
Según los reportes de ese entonces, un Policía trató de entrar, sin lograrlo, a la casa de la familia Hernández. Y aunque las cortinas, llenas de sangre, dibujaban la silueta de una masacre que se había terminado hacía apenas unas horas, los vecinos contaron que el uniformado apenas insistió.
Pero era como si la tragedia estuviera planeada para extenderse por horas. Cuando los bomberos lograron entrar a la casa, sacaron los cuerpos con vida de Mateo, Juan y Hernando; todos agonizando, heridos y con el rastro de lo que había sido una verdadera noche de terror que estalló sin una aparente razón.
Como una puesta teatral de tragedia, afuera de la casa, vecinos escuchaban y observaban lo que adentro ocurría; gritos, golpes y sangre. Impávidos, nadie hizo nada, pero todos, como narró una vecina que fue testigo de los hechos, estaban dispuestos a linchar al hombre una vez estuviera fuera de la casa. La pregunta, ¿ya para qué? Nunca salió por la puerta, al contrario, lo hizo por una ventana, agonizante y con la vida de sus dos hijos en el filo del machete.
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Tía, dígale al doctor que le dé una carta a mi mamá, que le escriba que tiene un hijo enfermo
Las ambulancias aceleraron, pero cuando lograron llegar al Hospital de Kennedy, ya había un muerto más; el pequeño Brayan se había ido. Unidos por lo que habían visto y hecho esa noche, ambos en orillas diferentes, Juan y Hernando fueron ingresados por urgencias.
Aunque ambos se salvaron, cada uno tendría un destino distinto. Hernando fue enviado a la Modelo a pagar por sus crímenes; en cambio Juan, aunque recuperado de sus lesiones físicas, tuvo un lento trasegar para entender qué había pasado esa noche del 9 de noviembre.
“Tía, dígale al doctor que le dé una carta a mi mamá, que le escriba que tiene un hijo enfermo, porque yo he oído que cuando los papás tienen un hijo así les dan permiso”. Siempre creyó que su mamá estaba trabajando, contó Yanive.
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Encuentro inesperado
“Entré a la tienda a escoger las cosas del almuerzo y comencé a mirar unos yogures que les gustaban a los niños. Fue ahí cuando una señora entró y dijo: ‘parece que el señor de allí se volvió loco y mató hasta a la cuñada’. Cuando escuché, sentí que me desarmaba, algo me decía era para mí”. Así se enteró Yanive de la muerte de su familia.
Al llegar a la casa de su hermana, todo estaba cubierto de sangre, dice, que hasta en la cara de los agentes del CTI y la Policía se notaba el horror por lo que había pasado la noche anterior.
Yanive recordó que luego de todo pudo hablar con Hernando, quien le aseguró que lo que había pasado era culpa del otro hombre, del que Jenny se había enamorado, y que nadie más podía disfrutar de sus hijos si no era él.
Esas fueron las palabras que sellaron las muertes de esa noche. Nunca más se supo del hombre carnicero que perece en la cárcel, y de Juan se sabe que tardó mucho en asimilarlo; que las palabras se le fueron; que preguntó muchos días por su mamá y sus hermanos; pero sobre todo, que decidió eliminar de su voz la palabra papá, o asesino, en este caso.
JONATHAN TORO
REDACCIÓN BOGOTÁ
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