Balas, veneno y un accidente aéreo: el destino fatal que persigue a enemigos de Putin – Europa – Internacional

Tenían calculado que Alexéi Navalny muriera el 20 de agosto del 2020. Eso, por lo menos, era lo que esperaban sus enemigos. Ese día, el mayor opositor de Vladimir Putin tomó un avión en la ciudad siberiana de Tomsk con destino a Moscú. Poco después de despegar se sintió mal. Caminó hacia el baño y se desplomó. Sus gritos de dolor alcanzaban a oírse en toda la aeronave. Los pilotos optaron por desviar la ruta y aterrizar en una ciudad cercana donde pudieran prestarle auxilio. Esa decisión le salvó la vida al abogado y político ruso, que ya entonces se había convertido, gracias a su activismo y convocatoria, en una piedra en el zapato del presidente Putin.

Navalny estuvo en coma varias semanas. Logró recuperarse por la intervención oportuna de médicos alemanes, que después explicaron la causa de lo sucedido: el abogado había sido envenenado con una poderosa neurotoxina llamada novichok, creada en la URSS de los años ochenta. Putin negó de inmediato que él o el Kremlin tuvieran que ver con lo sucedido y agregó que si hubieran querido verlo muerto “probablemente lo habrían llevado a cabo hasta el final”. Tres años y medio después, en efecto, el pasado 16 de febrero, Navalny murió en la cárcel donde se encontraba preso. Y los ojos del mundo volvieron a posarse sobre el presidente ruso. “No les quepa duda: Putin es responsable”, dijo el propio Joe Biden. Otros líderes mundiales apuntaron hacia la misma dirección. Tiene sentido, si se mira el largo historial de destinos fatales sufridos por varios de sus más poderosos enemigos políticos.

Boris Nemstov

Boris Nemstov, asesinado en el centro de Moscú, en 2015.

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World Economic Forum

Le sucedió también a otra de las voces fuertes de la oposición. Era febrero de 2015. Boris Nemtsov caminaba por el centro de Moscú, a pocos metros de la Plaza Roja. Al día siguiente tenía previsto liderar una manifestación pública a la que se unirían varias de las fuerzas disidentes. Un carro se detuvo a su lado y salió de ahí una ráfaga de disparos que acabaron con su vida. Tenía 55 años. Pocos días antes, Nemstov había dado una entrevista a Newsweek en la que afirmó que por cuenta de las políticas de Putin “Rusia se estaba hundiendo”. El presidente se apresuró a lamentar su muerte y anunció que iniciaría una investigación. Un par de años después, cinco hombres de origen checheno fueron culpados del asesinato. Sin embargo, organismos internacionales que rastrearon el hecho no descartaron la participación del FSB, la agencia de inteligencia rusa —sucesora del famoso KGB— que actúa bajo el mando directo del presidente. Los autores intelectuales no llegaron a ser identificados. Lo único claro era que Vladimir Putin ya tenía un rival menos en el escenario.

“Él hace lo que le enseñaron a hacer”, dijo el político opositor y periodista Vladímir Kara-Murza en el documental Putin: de espía a presidente. Es posible que lo dijera con conocimiento de causa. Antes de ser condenado a veinticinco años de prisión bajo el delito de “alta traición”, por criticar la invasión a Ucrania, Kara-Murza había sido víctima de envenenamiento en dos oportunidades, en 2015 y 2017. Las pruebas realizadas en un laboratorio francés confirmaron, en ambas ocasiones, la presencia de dos toxinas desconocidas administradas por separado. Kara-Murza, de 42 años, señaló que estos hechos “llevaban el sello” del servicio de inteligencia ruso, el FSB, que suele proceder con métodos oscuros que no dejan rastro. Al fin y al cabo es heredero directo de las prácticas que caracterizaron al KGB. Se sabe que el propio Putin se formó como espía desde joven. Con 23 años se unió al KGB y, si bien no está muy clara la importancia que tuvo su labor de espionaje —algunos afirman que fue un espía mediocre—, lo cierto es que llegó a absorber sus formas de acción a la hora de enfrentar el “enemigo”. De ahí la frase de Kara-Murza: hace lo que le enseñaron a hacer.

Venenos y ataques a quemarropa

Anna Politkóvskaya

Anna Politkóvskaya, asesinada el 7 de octubre de 2006.

Uno de los casos que generó mayor impacto mundial fue el de la periodista Anna Politkóvskaya, asesinada el 7 de octubre de 2006. Con sus artículos en el periódico Novaya Gazeta y los seis libros que escribió, todos con fuertes críticas hacia las políticas de guerra del líder ruso, Politkóvskaya se había convertido en una poderosa voz, atendida no solo en su país sino a nivel internacional. Ella también había logrado sobrevivir a un envenenamiento. Ese día de octubre, a las cuatro y media de la tarde, Politkóvskaya recibió un disparo en la cabeza cuando entraba en el ascensor del edificio donde vivía. Junto a su cuerpo dejaron un arma y varios casquillos de balas.

“La gente a veces paga con su vida por decir lo que piensa”, alcanzó a advertir en un encuentro internacional de reporteros. Con su muerte pasó lo mismo que con otros asesinatos de opositores del mandatario ruso: se hizo una investigación superficial en la que terminaron involucrados solo autores materiales. En este caso, cinco hombres recibieron condena como responsables. Uno de ellos fue indultado por Putin el año pasado. Anna Politkóvskaya se convirtió en símbolo de la libertad de prensa en un país en el que disentir puede llegar a ser sinónimo de muerte.

Menos de dos meses después de ese asesinato, cayó otro de los grandes opositores del líder ruso: Aleksandr Litvinenko. Exmiembro del servicio secreto, Litvinenko se volvió un problema para el régimen cuando se negó a obedecer órdenes que, según él, llegaron a incluir asesinatos, y comenzó a denunciar algunas prácticas de la agencia, que describía como acciones criminales orientadas a mantener a Putin en el poder. Litvinenko se llenó de enemigos y su vida en Rusia se volvió imposible. Luego de cumplir una condena en prisión, evadió la orden de permanecer en su país y huyó con la idea de pedir asilo en el Reino Unido. Desde allí inició una acción política y periodística contra Putin y llegó a responsabilizarlo del asesinato de Politkóvskaya.

Aleksandr Litvinenko

Aleksandr Litvinenko murió por envenenamiento, en 2006.

Foto:

Archivo EL TIEMPO 

Pocos días después de haber dicho esto, Litvinenko se sintió enfermo. Los médicos británicos veían cómo su salud se deterioraba sin que, en primera instancia, pudieran identificar la razón. Las imágenes del exespía en una cama de hospital, agonizante, le dieron la vuelta al mundo. Murió el 23 de noviembre del 2006. En su autopsia encontraron restos de polonio-210, un agente altamente radioactivo. Las investigaciones británicas concluyeron que Litvinenko pudo ser envenenado por agentes rusos, que le dieron el tóxico en el bar de un hotel. “Puedes silenciar a un hombre. Pero resonará un gran aullido de protesta por todo el mundo, señor Putin, que se quedará en tus oídos durante toda tu vida”, dejó escrito.

Al tiempo que crecía la protesta mundial por las muertes de Politkóvskaya y Litvinenko, el nombre del abogado Stanislav Markelov ganaba espacio en Rusia como defensor de los derechos humanos. Uno de sus casos más conocidos fue la búsqueda de justicia en el asesinato de una mujer chechena a manos del coronel ruso Yuri Budánov. En agosto de 2009, justo cuando salía de una conferencia de prensa en la que había protestado por el indulto que el gobierno ruso le acaba de conceder a Budánov, el abogado fue asesinado en una calle de Moscú: un hombre encapuchado le disparó en la nuca. La periodista Anastasia Babúrova, que acababa de entrevistarlo, recibió también una ráfaga de balas y murió a su lado. Markelov tenía 34 años. Baborova tenía 25 y escribía sus reportajes en el mismo diario en que lo hacía Anna Politkóvskaya: Novaya Gazeta.

Muertes repentinas, suicidios sospechosos

—Si yo fuera Yevgeni Prigozhin, no despediría al encargado de probar mi comida —dijo el jefe de la CIA, William Burns, después de que el entonces jefe del Grupo Wagner —la agrupación de mercenarios que durante mucho tiempo fue aliada del Kremlin y muy cercana a Putin— protagonizara junto a sus hombres un levantamiento contra el ejército ruso, en junio pasado.

Yevgeni Prigozhin

Yevgeni Prigozhin murió en un accidente aéreo rodeado de sospechas.

Prigozhin explicó que la insurreción no pretendía retar el poder presidencial, sino defender la existencia de su grupo, que parecía condenado a desaparecer por decisión del Kremlin. Putin, por su parte, lo acusó de traición, además de definir la actitud de su exsocio como una “puñalada en la espalda”. Luego de dos días de rebelión, que llegaron a causar tensión en el mundo, el líder de Wagner anunció su retirada. Se suponía que había llegado a un pacto con Putin, pero lo cierto es ya había mostrado sus armas. A partir de ese momento, expertos en seguridad comenzaron a llamar a Prigozhin un “muerto andante” y el propio jefe de la CIA le recomendaba cuidar muy bien lo que comía. La muerte lo perseguía, en efecto, y le llegó dos meses después: Prigozhin murió en un accidente aéreo que hoy continúa rodeado de sospechas. En el avión iban diez personas. Todas murieron. Putin salió a lamentar lo sucedido.

Los sinos trágicos que acompañan a quienes han osado retar la autoridad del mandatario ruso parecen no tener fin. El exespía Sergei Skripal —refugiado en el Reino Unido luego de ser acusado de traición y recibir una condena de trece años— fue víctima de envenenamiento junto a su hija Yulia, en mayo de 2018. Ambos fueron encontrados inconscientes en un parque de Salisbury y llevados de urgencia a un hospital. Sobrevivieron tras un largo tratamiento. La toxina encontrada en sus cuerpos era la misma que recibió Navalny: novichok. La policía británica fue contundente y señaló que Skripal y su hija habían sido víctimas de una tentativa de asesinato y acusaron a oficinas de inteligencia rusa de estar detrás del hecho.

Las sospechas quedaron sembradas también en la muerte del abogado Sergei Magnitski, sucedida en 2009. Magnitski se hizo conocido por sus denuncias de corrupción en las que vinculó a altos funcionarios del régimen ruso. Policías, jueces, banqueros fueron acusados de haberse apropiado de millones de dólares de la firma estadounidense que el abogado representaba en Rusia, Hermitage Capital Management. Para frenar sus investigaciones, terminaron arrestándolo en 2008 acusado de colusión. En la cárcel fue víctima de torturas. Le negaban el agua, la comida. De un momento a otro cayó enfermo y murió. Las autoridades rusas explicaron que dos días antes se le había diagnosticado una leucemia. Pero Magnitski no había mostrado con anterioridad ningún tipo de síntoma.

Muertes repentinas, como la del general Gennady Lopyrev, que al parecer contaba con información privilegiada sobre el descomunal palacio que Putin mandó construir a orillas del Mar Muerto y cuya financiación ha estado rodeada de misterios. Lopyrev, llamado “el guardián de los secretos del palacio”, fue condenado a diez años de prisión por delitos de soborno que él siempre negó. Según sus familiares, poco antes de su muerte estaba bien de salud. “Hablamos y su voz era enérgica”, dijo su hijo el 15 de agosto pasado, un día antes de que el general se enfermara y muriera en prisión.

Suicidios sospechosos, como el del magnate Boris Berezovsky, encontrado muerto en su mansión, al sur de Londres, en marzo de 2013. Berezovsky, uno de los más feroces opositores de Putin, ya había sido víctima de varios intentos de asesinato, entre ellos una bomba que explotó en su automóvil y que mató a su chofer. Con problemas económicos que lo llevaron a la ruina, la primera versión que surgió de su muerte fue la de un suicidio. Pero hay quienes todavía dudan de que esa haya sido la verdadera causa.

Y uno de los hechos más recientes, sucedido el pasado 13 de febrero: el asesinato del piloto ruso Maxim Kuzminov, en Alicante, España. Kuzminov, de 28 años, había desertado de su país meses atrás. Huyó en su helicóptero de combate porque no quería seguir siendo parte de la guerra contra Ucrania. Los altos mandos rusos lo definieron de inmediato como un “traidor criminal”. Viendo cómo son las cosas, eso podía significar una condena de muerte. Según los servicios de inteligencia españoles, el piloto fue asesinado por pistoleros enviados directamente por Moscú.

Asesinatos a quemarropa, envenenamientos, accidentes aéreos, enfermedades fulminantes. Estos son solo algunos casos de las decenas que rodean a Putin con iguales características: dejar por fuera de juego a críticos y opositores. Mientras él insiste en rechazar cualquier conexión, muchos siguen señalándolo. La verdad, en estos hechos, también es una víctima.

Por MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO



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