Un mundo asistido por la inteligencia artificial, en el que robots físicos y de software ejecutan tareas, labores y oficios para facilitarnos la vida, viene avanzando a pasos contundentes.
La más reciente estrella de esta revolución es ChatGPT, una inteligencia artificial potenciada por machine learning (sí, aprende en la medida en que más interactúa con humanos) que mediante un portal implementado por OpenAI, la empresa creadora, está sorprendiendo a millones no solo por la fluidez de su capacidad conversacional en línea, sino por las tareas que es capaz de ejecutar y que dan una luz emocionante de lo que viene.
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Se sabe que fue creada con algoritmos refinados capaces de entender de manera contextual las preguntas, comentarios y opiniones de su interlocutor, para resolver dudas y ‘expresar’ también sus posiciones, con más de 175 millones de parámetros.
‘Conversar’ con ChatGPT es una experiencia relevante. Al nivel de, en cierto momento, sumergirse en una charla interesante con ‘otra persona’, con quien, pregunta tras pregunta, y dependiendo de cómo se hile, se puede aprender y comprender de temas variados.
Yo por ejemplo estuve ‘charlando’ con ChatGPT sobre cambio climático y sus efectos en el mediano plazo. Información y datos muy serios, contundentes y vehementes los que entrega la plataforma en ese tema. Aprendí cosas nuevas, entendí varias razones de la problemática.
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Esa capacidad de respuesta humanizada convierte a ChatGPT en una excelente herramienta de creación de contenido. Miles la usan a diario para que les escriba una nota para una tarea, que les transcriba explicaciones o guiones para hacer videos en redes e incluso que les proponga líneas de código a quienes se dedican a crear aplicaciones.
La única limitación que tiene ChatGPT es la data: que pudiese acceder a más información en internet la haría tremendamente poderosa, casi que (como lo leí por ahí) ser la ‘bibliotecaria de Google’, es ‘persona’ capaz de contarnos no solamente dónde está lo que necesitamos, traernos las respuestas, sino con esa data construir nuevo conocimiento y contenidos.
Los derechos de autor y la protección de la propiedad intelectual tendrá que acomodarse a esa nueva realidad para que no se convierta en la talanquera de la inteligencia artificial y, al contrario, ayude a detonar una tecnología que nos sorprenderá cada vez más.
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Ah, y ChatGPT les mandó un mensaje (que le pedí para mis lectores): “Es comprensible que haya preocupación sobre cómo la inteligencia artificial puede afectar nuestras vidas y el mundo en el que vivimos. Sin embargo, no es necesario tener miedo de la IA en sí misma siempre y cuando se utilice de manera responsable y ética. Es importante seguir de cerca su desarrollo y tomar medidas para asegurar que se utilice de manera beneficiosa para todos”.
JOSÉ CARLOS GARCÍA
Editor Multimedia de EL TIEMPO
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