Son 370 millones de europeos mayores de 18 años (de 16 años en Austria, Bélgica y Malta) los que elegirán entre hoy y el domingo la única asamblea transnacional del planeta que se decide por sufragio directo: los parlamentarios de la Unión Europea.
(Lea aquí. ¿Qué tan grande será el giro a la derecha del nuevo Parlamento Europeo y qué implicaciones tendrá?)
Los europeos no votan listas continentales, por lo que las “elecciones europeas” son en realidad 27 elecciones nacionales. Pero una vez elegidos, los eurodiputados no se sentarán en el Parlamento Europeo en grupos nacionales sino ideológicos. Los mandatos son de cinco años y la Eurocámara no se puede disolver, tampoco en período electoral. Los eurodiputados salientes lo son hasta el mismo día en que toman posesión los entrantes.
Se eligen 720 eurodiputados: 96 alemanes, 81 franceses, 76 italianos, 61 españoles, 53 polacos, 33 rumanos, 31 holandeses, 22 belgas, 21 griegos, checos, suecos, portugueses y húngaros, 20 austríacos, 17 búlgaros, 15 daneses, finlandeses y eslovacos, 14 irlandeses, 12 croatas, 11 lituanos, 9 eslovenos y letones, 7 estonios y 6 chipriotas, luxemburgueses y malteses. Es un sistema conocido como “proporcionalidad decreciente”, porque si se hiciera puramente por población habría 160 alemanes por cada luxemburgués.
Las principales familias políticas de esta última legislatura fueron la conservadora (176 escaños), la socialdemócrata (139), la liberal (102), la ecologista (72), dos de extrema derecha (69 y 49), los antiguos comunistas (37). Sin grupo quedaron 61 hasta sumar 705, aunque se habían elegido 751, pero una parte se redujo tras la salida definitiva de los británicos por el brexit.
¿Cómo va a quedar conformado el Parlamento Europeo?
Si su subida no es mayor de lo que prevén los sondeos, la mayoría seguirá formándose alrededor de una gran coalición europeísta que deberá reunir a conservadores, socialdemócratas, liberales y ecologistas.
Para formar un grupo deben cumplirse dos requisitos: que tenga un mínimo de 23 miembros y que en él estén representados al menos siete Estados miembros.
Tras tomar posesión de sus cargos, a mediados de julio se irán de vacaciones y volverán la última semana de agosto, cuando empezarán su labor. Lo primero que recibirán será la lista de las 27 personas que formarán la Comisión Europea en los siguientes cinco años. Cada una, de un Estado miembro y nombrada directamente por su gobierno.
Todas ellas deben pasar una audición ante un comité del Parlamento Europeo, que deberá darles de uno en uno su visto bueno. Cuando termina ese proceso, el pleno debe votar por mayoría absoluta (361 votos favorables) al conjunto de la nueva Comisión Europea.
Si su subida no es mayor de lo que prevén los sondeos, la mayoría seguirá formándose alrededor de una gran coalición europeísta que deberá reunir a conservadores, socialdemócratas, liberales y ecologistas.
Tres semanas después de las elecciones, los dirigentes nacionales se reunirán en Bruselas para elegir a los altos cargos del bloque. La elección de la presidencia de la Comisión Europea, que ejerce como brazo ejecutivo del bloque, es esencial porque es la institución que tiene la iniciativa legislativa. Los líderes hacen esa elección por mayoría cualificada (55 % de Estados miembros que representen al menos al 65 % de la población).
La alemana Ursula von der Leyen es la favorita para renovar por otros cinco años. Sin ella, suenan nombres como el del ex primer ministro italiano y expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, y los actuales primeros ministros Kyriakos Mitsotakis (griego) o Donald Tusk (polaco).
Excepto Draghi, que no tiene filiación política clara, los demás son todos del Partido Popular Europeo (derecha), porque se entiende que la primera fuerza política tiene derecho a reclamar ese puesto. Con esa silla ocupada, la segunda en importancia es la de la presidencia del Consejo Europeo, que ahora ocupa el liberal belga Charles Michel. Los socialdemócratas la reclaman (y deberían obtenerla) para el expremier portugués Antonio Costa o la premier danesa, Mette Frederiksen.
Si se respeta la tradición, el tercer cargo en importancia, el del alto representante para la Política Exterior, que ahora tiene el hispanoargentino Josep Borrell, sería para la tercera familia política. Los liberales intentarán reclamarlo para que no caiga en manos de la extrema derecha.
IDAFE MARTÍN PÉREZ – PARA EL TIEMPO – BRUSELAS