Helmut Bellingrod recuerda primera medalla olímpica de Colombia – Otros Deportes – Deportes

Casi todos los días, Helmut, el hijo de Ernesto Antonio Bellingrodt y de Anneliese Ángela Wolff, se mira al espejo. No es una cuestión de vanidad, para nada. Lo hace como parte de una rutina psicológica, con el fin de cumplir sus objetivos, no solo en el tiro deportivo, sino en su vida.

Unas dos horas antes de afrontar la final del tiro al jabalí en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, Helmut, nacido el 10 de julio de 1944 en Barranquilla, se levantó y se dirigió al espejo del baño y dejó escapar esta frase: “Soy el mejor del mundo”, poniendo en práctica lo que le enseñaron en una concentración de cinco días en Cali, en el que los deportistas colombianos aprendieron técnicas para dominar la ansiedad, salir a la competencia y devorarse el mundo.

El primero de septiembre de 1972, Helmut cogió su maletín y acompañado por su hermano, Hans, salió directo a cumplir su objetivo: ganar una medalla en los Juegos.
En el tiro, por ser un deporte de marca, es fácil saber en qué condición llega usted a la competencia, si está o no cerca de sus mejores registros, por eso la confianza del colombiano, quien llegó a Alemania con buenos puntajes.

En el primer día disparó con buen promedio y al día siguiente regresó inmenso, cargado de buena energía.

Disparó 94 y 95, 189 puntos que se convirtieron en 565, pues había que sumar lo que obtuvo en el primer día puntos, lo que le sirvió para ganar la medalla de plata, la primera presea en la historia de Colombia en unos Juegos Olímpicos.

El oro quedó en poder del soviético Lakov Shelezniak, con 569 puntos, y el bronce se lo colgó el inglés Jhon Kinoch, con 562.

Era la 1:15 de la tarde, hora alemana, Colombia apenas se levantaba con tremenda noticia, la misma que embargó de felicidad a un Bellingrodt que no sabía qué había pasado, pues estaba muy concentrado en la competencia.

Un grito, la clave

Helmut Bellingrod

Se dio cuenta de que algo sucedía cuando el desaparecido periodista Édgar Perea gritó: “Viva Barranquilla” y salió disparado del recinto a buscar un teléfono, llamar al país y dar a conocer la buena nueva.

“Hice muchos ejercicios físicos y mentales que aprendí en esa concentración. No llegábamos al tipo yoga, pero es algo parecido. Todavía los hago. Mirarse al espejo, pronunciar frases, decir que uno es el mejor, meterse en la cabeza que uno puede era la idea, pero no se podía decir públicamente lo que significaba”, recuerda este barranquillero, hoy, miembro del comité ejecutivo del Comité Olímpico Colombiano (COC).

Y agregó: “No sabía cómo iba en la competencia. Mi papá, quien fue mi único entrenador, siempre me decía que no tuviera en cuenta a los rivales, sino lo que yo hacía. Que analizara lo que hacía bien o mal. Después del último impacto me enteré cómo estaban ellos”.

Cuando hizo el último disparo vino el grito de Perea, a quien sacaron del recinto, pues si bien el colombiano había terminado su participación, la competencia estaba abierta. Bellingrodt no asimiló el golpe. Cuando se dio cuenta de que era medalla de plata lo recibió como algo normal, tal vez guiado por el pensamiento del presidente de Fedetiro en ese entonces, el coronel Guillermo Guzmán Vanegas, a quien recuerda Helmut como un hombre con pensamiento positivo, que siempre iba para adelante y quien una vez terminó la competencia le dijo: “Todo muy bueno, pero hay que ir a ganar el oro”.

Bellingrodt salió del recinto. Caminó algunos metros y encontró a Perea en una cabina de teléfono. Édgar lo llamó por su nombre y le hizo la primera entrevista como medallista olímpico, un metal de plata que tenía connotaciones de oro, pues el país venía buscando esa presea luego de 46 años de competir en los Olímpicos.

En el momento no asimilé nada. Supe que cumplía el presupuesto, que le cumplí a mi papá de hacer el promedio, pero no más.

“En el momento no asimilé nada. Supe que cumplía el presupuesto, que le cumplí a mi papá de hacer el promedio, pero no más. Salí contento, pero cuando llegué a la rueda de prensa todo cambió. Un periodista dijo que había sido la primera medalla ganada en esos Juegos de un latinoamericano, pero otro señaló que era la primera en la historia de Colombia y ahí comencé a darme cuenta de lo grande del resultado”, cuenta.

Una vez escuchados esos argumentos, la gente se paró y aplaudió. Helmut comenzó a maquinar lo inmenso de su resultado y se fue a descansar.

En la noche, Guzmán Vanegas invitó a la delegación a una cena en un restaurante, comieron, brindaron y celebraron.

El secuestro

Helmut Bellingrodt

Esos Olímpicos tienen una mancha, un recuerdo imborrable y duro, que se conoce como la masacre de Múnich o la Operación Ikrit y Biraamnota, luego del atentado terrorista en el que 11 miembros del equipo Olímpico israelí fueron tomados como rehenes y luego asesinados por el grupo terrorista Septiembre Negro. Del caos se salvó Bellingrodt, pues cuando ocurrió el hecho él estaba a punto de irse de la Villa Olímpica.
Se levantó, miró por la ventana, pero no vio nada raro. Al rato, le extrañó el sobrevuelo de algunos helicópteros. Ya la delegación había terminado su participación y le tocó alistar maletas para el regreso.

Colombia ocupaba el piso ocho de una de los edificios de la villa y cuando percibió los movimientos en el aire dijo: “Acá pasó algo”, pero tomó su maleta y abordó el bus hacia el aeropuerto.

Cuando la delegación hizo escala en Puerto Rico conoció la noticia, algo que impactó, pues estaban en el lugar de los hechos.

“Supimos de la matazón en esa escala. Nos parecía algo increíble, pues nunca había pasado eso en los Juegos. Claro, nos impactó y la angustia era cómo estaban los amigos, algo que finalmente, con ellos, pues no pasó a mayores”, declara.
El vuelo llegó a Barranquilla, pero Helmut no podía irse para su casa, la que estaba acordonada por la policía, rodeada de amigos y gente curiosa, que lo esperaba para felicitarlo.

Una rápida y sobria ceremonia se planeó en la Universidad Autónoma del Caribe, claustro del que se graduó ese año de arquitecto.

El rector de la época, Mario Ceballos, el decano de arquitectura y los nueve compañeros que estudiaban con el nuevo medallista olímpico lo recibieron, lo felicitaron y brindaron con champaña.

Al cabo de las horas, cuando ya su casa había sido evacuada, Helmut pudo dirigirse hacia ella y allá la fiesta fue grande, al lado de sus padres, hermanos y demás familia cercana.

Mi papá fue el primero en salir a recibirme, era mi entrenador, a él le debo todo lo que soy, son inolvidables esas imágenes. Hoy, 50 años después, recuerdo esos momentos felices

“En la casa estaba mi abuela, ella vivía. Mi papá fue el primero en salir a recibirme, era mi entrenador, a él le debo todo lo que soy, son inolvidables esas imágenes. Hoy, 50 años después, recuerdo esos momentos felices”, dice.

Ha pasado mucho tiempo, sí. Hace 10 años, Bellingrodt volvió a Múnich, se subió al segundo cajón del podio, que todavía existe a las afueras el recinto donde fue la competencia del tiro al jabalí, y recordó ese momento histórico.

“Que la gente me recuerde después de todo este tiempo es el mejor regalo para mí”, asegura Bellingrodt, que ha sido cónsul, dirigente deportivo, jefe de misión de las delegaciones colombianas en Juegos Centroamericanos y del Caribe y un ejemplo para los atletas del país.

Helmut Bellingrodt abrió el camino ganador, el mismo que siguió labrando cuando fue plata en los Olímpicos de Los Ángeles 1984.

Hoy, 50 años después, se sigue mirando al espejo, repasando la rutina que aprendió en la concentración en Cali y la que le ha dado excelentes resultados en su carrera deportiva y personal.

LISANDRO RENGIFO
Redactor de EL TIEMPO
@LisandroAbel

Más noticias de deportes



Fuente