La historia de la casa de ‘La estrategia del caracol’ – Bogotá

Bajo el tímido sol de una mañana de vientos cruzados de agosto, un gato jaspeado se ovilla en la baranda de la escalera de madera donde crujen los pasos de la última camada de inquilinos del vetusto caserón de La Candelaria, símbolo de la resistencia urbana, vecino de la Casa de Nariño, la Casa Valdiri, el palacio Echeverri, entre otras pomposas reliquias arquitectónicas de estilo republicano y de interés cultural del centro de Bogotá, y una de las locaciones de La estrategia del caracol (la casa Uribe), clásico del cine colombiano a órdenes de Sergio Cabrera.

Aquí hubo hasta cuarenta gatos. Algunos se fueron perdiendo, otros se murieron de viejos y unos más los acabaron a garrote el ‘cura rojo’ y ‘la monja falsa’ en la casa entre 1995 y 2002

“Aquí hubo hasta cuarenta gatos. Algunos se fueron perdiendo, otros se murieron de viejos y unos más los acabaron a garrote el ‘cura rojo’ y la ‘monja falsa’ cuando se tomaron la casa entre 1995 y 2002. De niños nos deslizábamos por estas escaleras con las tablas de las camas. Cuando salíamos de la escuela, jugábamos pelota a la vuelta, por la carrera 8.ª, en los antiguos parqueaderos del Congreso, que hoy es la plaza Núñez, reabierta por el gobierno de Petro para disfrute del público”.

El testimonio es de don Juan Oreste Alzate Caro, periodista, narrador, fotógrafo y gestor cultural, uno de los cuatro herederos de la edificación de 850 metros cuadrados, ubicada en la calle 8.ª n.º 8-44, de dos plantas, doce metros de frente por cincuenta de fondo, veinte habitaciones, un patio con pileta, una sastrería, un restaurante, y el café La Estrategia, con piano centenarista, homenaje a la película.

Casa 'La estrategia del caracol'

Un gato comiendo dentro un mueble de la famosa edificación.

Inquilinos novelescos

Según investigaciones de Alzate Caro, la casa data de entre 1850 y 1860, cuando se fueron levantando las primeras viviendas de barro y bahareque del centro capitalino. Con el tiempo, asegura, funcionó allí el Hotel Ariel, que albergaba a provincianos de paso, hasta cuando la adquirió su padre, don Jesús Alzate, en 1952, en permuta con un terreno que tenía en los Llanos.

“En esta casa nacimos, crecimos, nos formamos, y aquí seguimos. Se puede afirmar que nosotros somos patrimonio inmaterial de Bogotá. Una vez el hotel cumplió su ciclo, mi padre continuó arrendando habitaciones a particulares, por mensualidad. Por aquí pasaron personajes pintorescos como el doctor Luis Bolívar, juez de la república, a quien logré captar con mi cámara, él sentado de espalda en el corredor, leyendo EL TIEMPO. Con esa foto me gané el premio Interiores Bogotanos, convocado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo”.

(Lea también: La historia del pasaje Michonik: el primer conjunto residencial de Bogotá)

“Aquí vivió Miguel ‘ Indio’ Rincón, reconocido cinematografista, quien realizó el documental de Kapax, el Tarzán colombiano. Además era curandero. Murió acongojado por el desamparo y el olvido. Otros personajes, el poeta Gamboa, que se vestía igual que León de Greiff, y que todos los 31 de diciembre, a las 12, recitaba El brindis del bohemio”.

“También un agente bancario, espigado, elegante y psicorrígido, que tenía la costumbre de caminar de lado a lado de la habitación después de cada comida. Murió atropellado por un bus en la 10.ª. Cuando sus hermanas vinieron por sus pertenencias, encontraron sobre la mesa un arrume de billetes prensado con un ladrillo, y debajo de la cama, una maleta grande repleta de billetes enrollados. Las señoras, al ver el increíble hallazgo, empacaron el dinero y apuraron paso, dejando la ropa y los enseres del difunto”.

No obstante las cicatrices de las guerras intestinas del conflicto armado, como la violencia del 48, y la mano negra de la delincuencia que ha intentado usurparla y destruirla, la vieja casona se resiste épicamente en sus cimientos, en las macizas columnas y enormes vigas de madera que atraviesan sus techos altos, y en sus melancólicos portones, balcones y ventanas, que como en los frescos urbanos del pintor austriaco Egon Schiele, dan cuenta del tránsito de los siglos en sus fachadas y paredes, fieles a la niebla y al humus dorado del tiempo.

Casa de 'La estrategia del caracol'

Escaleras hacia el segundo piso de la casa.

Casa tomada

Cuando don Juan Alzate cita al ‘cura rojo’ y a la ‘monja falsa’, se remite a uno de los episodios más tétricos y devastadores que ha sufrido su casona. Una historia escabrosa de la realidad que supera a la ficción de La estrategia del caracol, y que pone en bandeja un thriller acorde con las lóbregas tramas de Lars von Trier o Gaspar Noé. Alzate, con el acento y las pausas de un viejo actor de radionovelas, abreva un sorbo de café y narra:

“El ‘cura rojo’ se llamaba Ernesto Zea Mesa. Su rostro, su mirada, infundían temor. Fue un sacerdote expulsado por los claretianos, no sería por un comportamiento ejemplar. El tipo llegó a la casa por una monja fraudulenta que se hacía llamar Isabel Jaramillo: mujer fantasmagórica que acudió al llamado de un lotero caído en desgracia, a quien mi padre le dio la mano y le encargó la portería”.

(Le puede interesar: Bogotá subterránea: la historia de los sótanos de la Avenida Jiménez)

“El lotero, la monja, el cura y un tinterillo se confabularon para posesionarse de la vivienda. El cura resultó ser un peligroso invasor de propiedades, que una noche llegó con cinco bandoleros armados con machete a sacarnos. El asalto fue tan violento que mi madre, mi hermana Amanda y yo salimos huyendo con lo que teníamos puesto. Atrincherados quedaron mi padre y mi hermano Jesús. Los bandidos tenían urdido un plan siniestro para tomarse el inmueble. Así comenzó una tragedia familiar y un engorroso lío judicial que duró siete años”.

“El cura tramaba con una engañosa obra de caridad a la que llamaba Fundación del Desamparado, que consistía en reclutar ancianos de asilos para invadir casas. En la nuestra, llegó a meter 200. En las habitaciones hacía caber hasta veinte en camarotes. El resto, en cambuches por toda la edificación. No obstante el hacinamiento, alquilaba espacios improvisados a indigentes y viciosos del Cartucho. Como mi padre canceló los servicios de agua y luz, el cura contrabandeó la electricidad, y a los inquilinos que llegaban les exigía llegar con agua”.

“El tipo era un perturbado mental: en la parte trasera de la vivienda mandó a cavar un túnel con la obsesiva fantasía de encontrar una guaca. Cuando los vecinos del Palacio Echeverri alertaron los ruidos de la excavación y lo llamaron al orden, el muy sinvergüenza se disculpó con el cuento de que estaba construyendo un aljibe”.
“En 2002, una juez, como caída del cielo, por fin falló a nuestro favor y ordenó el desalojo inmediato del cura y su pandilla de invasores, luego del calvario que tuvo que vivir mi padre, quien agotó recursos para pagar abogados. Ese desgaste físico y moral desembocó en su fallecimiento. Con la tristeza que nos embargó su partida, vino la recuperación de la casa, convertida en un muladar”.

“Tuvimos que contratar cinco camiones para el trasteo hecho ruinas del cura y su hediondez insoportable. Duramos dos años sacando escombros. La edificación quedó irreconocible, pero con músculo y recursos propios la recuperamos. Siendo patrimonio arquitectónico, no hemos recibido del Estado ni un tarro de pintura”.

Casa de 'La estrategia del caracol'

Una pared con fotografía y un afiche de ‘La estrategia del caracol’.

En venta

En el café La Estrategia, atestado de funcionarios, policías y personal de seguridad de la Casa de Nariño, Alzate Caro, recostado en el vetusto piano alemán que pareciera haber expulsado las aguas donde se hundió el Titanic, subraya que en enero concertó con sus hermanos la venta de la casa.

“No aguantamos el sostenimiento –subraya Alzate–. Los recibos de servicios públicos llegan muy altos. Ni se diga el predial. La pandemia nos dejó un vacío financiero. Una salvación para continuar sería fortalecer alianzas con entidades culturales y la empresa privada para crear una casa sostenible, proyectada a la memoria de Bogotá, el turismo, las artes escénicas, el debate, la gastronomía”.

“En esta casa se han rodado películas, telenovelas, se ha hecho teatro. Sigue viniendo gente a conocer la casa donde se filmó La estrategia del caracol. En sus paredes se conservan pósteres y fotos del rodaje. Sus románticas han sido elegidas para estudios de fotografía de modelaje. Aquí termina el tour de fantasmas. Después de todo lo que le he contado, esta sigue siendo una casa de puertas abiertas”.

(Siga leyendo: El ladrillo bogotano, sinónimo de identidad y estética)

–Y si la venta de la casa les resulta demorada, ¿han pensado en un plan B?

“Por lo pronto, la petición que le hacemos al Gobierno es que por favor permitan el paso a turistas por la carrera 8.ª y la calle 8.ª, ahora que dieron vía libre al recorrido por los jardines de la plaza Núñez y los alrededores de la Casa de Nariño. El cierre de esas vías obstaculiza el ingreso a nuestra casa, que está abierta a la cultura y al turismo”.

–Profesor Alzate Caro, ¿usted cree en fantasmas?

“No, pero sí me intimidan las terribles criaturas que devastan el erario y nos dejan a expensas del olvido y en el laberinto de la soledad”.

En la despedida, el ilustre anfitrión me extiende su mano fina, larga y fría como una daga de mármol, y al retorno quedo con la duda de que si don Juan es un ser de carne y hueso, o si he estado vagando horas enteras en un lugar etéreo de ánimas suplicantes, pero reparo que es una broma que me juego a mí mismo cuando me pongo en las chinelas del fantasma que me habita: una suerte de casa tomada con los ruidos y los pasos que describió en su cuento magistral Julio Cortázar.

RICARDO RONDÓN CHAMORRO
Especial para EL TIEMPO

Jairo Camargo, el inolvidable policía de La estrategia del caracolEl actor es uno de los invitados al homenaje de los 25 años que cumple la película.

Estrategia del caracol

Reviva detalles de la cinta.


Fuente