Vio a su esposa tirada en la mitad del asfalto, rodeada de ciclistas, con su rostro tornándose cada vez más morado, sus ojos desorbitados, sin el más mínimo atisbo de vida hasta que varios ángeles aterrizaron como si cayeran del cielo. Una serie de milagrosos eventos inesperados les permite hoy contar su historia, la misma que se rebobinó como una película en los minutos más eternos de sus vidas.
Natalia y Orlando, como muchas parejas en Bogotá, comenzaron practicando deporte de forma moderada. Iban al gimnasio, se ejercitaban en su casa, trotaban, hasta que la bicicleta los enganchó. Ese mundo de emociones en el caballito de acero los llevó a lugares paradisiacos, pero también a enfrentarse con la temida muerte.
Ella es una mujer de 36 años, nacida en Medellín, gerente comercial de un banco y vive en Bogotá hace 11 años, “por amor”, dice entre risas, mientras observa a su esposo, Orlando Molano, conocido por su labor en el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (Idrd) durante la administración de Enrique Peñalosa y hasta hace poco director de Parques Nacionales.
Se conocieron mientras perfeccionaban su inglés en Estados Unidos y ya en Colombia el cariño los unió de nuevo en la capital. Ambos llevaban procesos distintos con el deporte. “A mi esposo le gustaba y eso me llevó a experimentar más. Además, disfrutábamos de esos planes juntos”, dijo Natalia. Claro, eso pasó después de que recuperó equilibrio sobre ruedas.
Pero a Orlando ya lo había picado el bicho de la bicicleta, en parte por su trabajo, así que no pasó mucho tiempo para que la pareja se hiciera a buenas bicicletas, equipos y hasta la vestimenta y pasaran de la ciclovía a paseos por los municipios aledaños a Bogotá. “Nos íbamos a Subachoque, transitábamos por carreteras destapadas, fue divertido”. El deporte le devolvía a Natalia la energía que perdía en las extenuantes horas de trabajo. “Era salud mental”, dice sin dudarlo.

Natalia Cañas y su esposo Orlando Molano comenzaron recorriendo los pueblos cercanos a Bogotá.
Pasaron de la llanta gruesa a la delgada y tiempo después, la emoción de los retos para amateurs, organizados por grandes empresas, los llevó a querer competir. “La bicicleta está de moda. Uno se encarreta con eso. En Colombia hay, por lo menos, 15 eventos al año”, dijo Natalia.
La alegría de entrenar, competir, sentir que los amigos aprietan, la diversión, el reto, hacer mejores tiempos, simplemente, los llenaba de vida. Difícilmente había algo que los retara más.
La carrera
Tenían en mente El Gran Giro de Rigo, un evento de ciclismo en el que se reúnen masivamente aficionados de varias edades, sea con el objetivo de divertirse, medir sus capacidades o en plan de turismo. Por lo general, tiene duración de un día y cuenta con las características de las competencias profesionales. Eso sí, la exigencia física y mental de este tipo de recorridos requiere de un entrenamiento integral. “Claro, es arduo porque uno no quiere terminar exhausto y que lo tengan que recoger en el carrito escoba. Uno quiere, por lo menos, llegar bien”, dijo Natalia.
Ese evento fue el 31 de octubre del año pasado en el departamento de Santander y lo esperaban con ansias porque había sido suspendido por pandemia. Todos los deportistas reciben un kit, les ponen un número, mejor dicho, de comienzo a fin es emocionante.
A la región llegaron encaravanados con un grupo de amigos pues el plan de parar, comer, entrenar un poquito hacía parte de la diversión. Aquel día todo estaba organizado para salir desde Mesa de los Santos hacia Bucaramanga, a las 3 de la mañana. “El evento tenía dos retos el Gran y el Medio Giro. Nosotros íbamos a hacer el medio, que es más corto, unos 70 kilómetros, por montaña, sobre pavimento. Mi esposo nunca me deja sola. Nos sentíamos plenos”.
Ya en el punto salieron felices a eso de las 7 de la mañana. Ni la lluvia les quitaba la adrenalina de sus cuerpos. Arrancaron plano en la Mesa de los Santos en corrales diferentes, pero después había un tramo grande en subida. “Yo la esperé debajo de un puente. Recuerdo que cuando arrancó la subida mi esposa iba súper bien y yo era el que me sentía colgado”.
Orlando le dijo varias veces: suave, suave, por favor, pero Natalia iba compitiendo con otras mujeres. “Yo estaba preocupado. Les decía a otras competidoras: cuidado, la vas a hacer caer. Por favor, más rotada”. Esas fueron sus preocupaciones durante los primeros 40 minutos de la carrera en los diez kilómetros iniciales. Los espectadores animaban mientras que los ciclistas llevaban al límite sus capacidades.

La emoción que sentían con el ciclismo, los hizo querer competir.
Habían acordado parar al final de la montaña para hidratarse, comer y tomar un aire para continuar la carrera. Era el kilómetro 13, había dummies, gente feliz animando. “No entendí, en ese momento, por qué Natalia no paró ahí”, se preguntó Orlando.
La muerte súbita
Natalia recuerda muy poco. Dice que soltó el pedal, se mareó, se fue hacia una esquina en donde estaba estacionado un carro y que sintió como si se recostara sobre el mismo. “Hasta ahí me acuerdo yo”.
El resto fue una historia de terror cuyo espectador, y en primera fila, fue Orlando. Lo primero que escuchó fue el grito de la gente que reaccionó ante la embestida. “Vi cómo se desmayó encima de la bicicleta y quedó recostada sobre el vehículo. Yo llegué, boté mi bicicleta y le desenganché el pie izquierdo. Ella estaba con los ojos abiertos pero idos”. Trataba de golpearle la cara para que reaccionara, porque pensaba que era un desmayo, pero eso no ocurría. La gente gritaba porque todo estaba aconteciendo en plena calle.
Los labios de Natalia se tornaron morados. Desesperado Orlando se tiró al piso y empezó a darle respiración boca a boca. “Yo estudié en un colegio militar y recordaba algo sobre reanimación. Luego le di masaje cardiovascular como yo suponía que se debían poner las manos”.
Y justo ahí es cuando se inician una serie de sucesos que más se asemejan a una cadena de milagros. En la escena aparece Adriana González que estaba como espectadora de la carrera. Es ginecóloga. Se arrodilló, dijo que no había pulso y procedió a reanimarla.
Milagro dos: Elizabeth Correa que participaba en la carrera paró ante la algarabía. Es médica anestesióloga. Dijo que no había pulso. Las dos intentaban reanimar a la mujer, pero no lo lograban. Milagro tres: Orlando siente que alguien lo aparta de la escena con fuerza mientras les dice: “Soy Jorge Pallares, médico internista, tomo el control”. Tres médicos, de la nada, le estaban salvando la vida a su esposa. El frenesí era tal que él solo gritaba: “oxigeno, oxigeno”. El rostro de Natalia ya no era blanco, era azul.
Milagro 4: una moto de la Cruz Roja arriba abriéndose paso entre la gente. Los tripulantes le tiraron una caja a Orlando que entregó de inmediato a los médicos. “¿Esto sirve?”, dijo, sin siquiera saber qué era. Era un desfibrilador. Le dijeron: sí, apártese.
La escena siguiente de la película fue ver a su esposa desnuda sobre el asfalto. Fue necesario romperle su camisa para ponerle los electrodos. Gritos de todos los talantes sonaban. “Recuerdo haber escuchado la primera descarga y visto cómo la cabeza de mi esposa se levantó y cayó fuerte contra el piso”.
No reaccionaba. “Se me murió, se me murió. Era lo único que yo pensaba. Me imaginé llamando a la familia y enterrándola”. Fueron siete minutos de un desespero total hasta que, escuchó un sonido raro que salió de su boca y luego una voz que decía: “Reaccionó mal. Se tragó la lengua”.
“Una de las cosas que más recuerdo de ese día era el llanto y la desesperación de Orlando. En el fondo yo también estaba asustada pues aunque no era la primera vez que yo reanimaba, sí la primera vez que lo hacía en la calle, en un escenario no controlado donde no contaba con ningún recurso de los que tengo en el hospital. Yo sabía que Natalia estaba muerta en ese momento y que si no llegaba un desfibrilador o una ambulancia en pocos minutos no habría nada que hacer. Pero me concentré en dar masaje e intentar hacer lo mejor que podía en ese momento”, dijo Elizabeth.
Orlando vio cómo una médica tuvo que meterle los dedos entre los dientes para abrirle la boca y sacarle la lengua. Sus ojos estaban desorbitados. Solo emitía un ruido extraño. “Los médicos le preguntaban cómo se llamaba a mi esposa, pero yo, de los nervios, era el que les contestaba”, narró Orlando.
Segundos después el color volvía a su rostro, ella dijo su nombre, se vio desnuda y se tapó. La gente aplaudía. Llegó una ambulancia que no estaba medicalizada, no tenía oxígeno, ni doctor, no podía llevar a la paciente. “Ahí fui testigo del desprendimiento humano de lo material. El internista y la anestesióloga, o los ángeles, dejaron sus bicicletas tiradas y se subieron al vehículo”.
A toda velocidad y en carretera los interceptó una ambulancia, esta sí medicalizada, que llevó a Natalia hasta el centro médico. “Cuando desperté en la ambulancia yo solo pensé que me había caído, manoteé seguro por no haber podido terminar la carrera, y solo atiné en preguntar por mis audífonos. En que yo no era consiente de todo lo que había pasado, solo sentía un dolor en el pecho”.
El diagnóstico
Primero arribaron a una clínica en Piedecuesta (Santander) donde de inmediato le pusieron oxígeno. Todos pensaban que era un síncope o un golpe de calor. “En ese momento no tenía arritmias. Me hicieron una placa en el tórax para ver si tenía fracturas y todo estaba bien”. En el examen de sangre si aparecía un infarto, pero se lo atribuyeron a la descarga del desfibrilador.
Les recomendaron trasladarla al Hospital Internacional de Colombia (HIC) un complejo médico de talla mundial desarrollado por la Fundación Cardiovascular de Colombia (FCV) en Florida Blanca (Santander). “Cuando la volví a ver estaba conectada por todos lados”, contó Orlando. Los primeros exámenes no mostraron nada.
A lugar llamaron los médicos que la habían auxiliado, también se revisó el marcaje del garmin que Natalia tenía puesto mientras competía, un dispositivo que proporciona información sobre la salud de la persona a partir de los datos de monitorización del corazón, gracias a un sensor de tecnología de frecuencia cardíaca. Ahí se percataron de que ella había pasado de una frecuencia entre los 160 y los 186 y que de un momento a otro llegó a cero. Se le había parado el corazón. Eso es muerte súbita. Su respiración y el flujo sanguíneo se habían detenido. “Eso ocurrió por lo menos, durante siete minutos”, dijo Orlando.
Natalia quedó internada en el hospital. Tardaron en darle un diagnóstico de lo que le había pasado hasta que le hicieron una arteriografía, un examen imagenológico que utiliza rayos X y un tinte especial para observar el interior de las arterias.
Su arteria coronaria izquierda tenía un origen anómalo. Es una cardiopatía congénita muy poco frecuente que, por lo general, se detecta en el nacimiento o, cuando la persona muere repentinamente. “Al haber tenido una frecuencia cardíaca alta las arterias se inflamaron y no podía pasar sangre al corazón. Es un tema congénito”. Natalia es la primera persona con este diagnóstico que pudo operarse. Solo el 5 % de las personas sobreviven a una muerte súbita. Había que operarla de inmediato, fue la conclusión después de una junta médica.
Milagro 5: estaban en una de las mejores clínicas de Latinoamérica y la operación estuvo a cargo de dos profesionales reconocidas nacional e internacionalmente: Sara Mendoza y Diana Fajardo. “Empecé a procesar muchas cosas con lo que me estaba sucediendo. Algunos desmayos, mis frecuencias cardíacas altas al hacer ejercicio, los excesos que había cometido. Eran sentimientos muy confusos”, reflexionó Natalia.
La cirugía que tardó ocho horas, que por lo general se les hace solo a los bebés, fue un éxito más allá de los días de recuperación. “Ahora sí puedes tener hijos”, le dijo la experta tras la intervención. “Nosotros habíamos decidido no tener. Recuerdo que ese lugar estaba lleno de bebés. Uno me miraba mucho. Me pregunto si fue un mensaje divino”, dijo Orlando.
Para Natalia durante esos 7 minutos sobre el asfalto no pasó nada, para Orlando, todo. Eso sí, ambos tienen la certeza de que esto pasó por algo. “Hemos hablado mucho del incidente. Sentimos un profundo agradecimiento hacia todas las personas que nos ayudaron. Sabemos que hubo muchos milagros, pero, ante todo, creemos que tenemos alguna misión, no sabemos cuál, pero la estamos buscando”.
Por ahora, ambos tratan de crear conciencia de la importancia de tener desfibriladores en sitios públicos o masivos, al alcance de quienes los necesiten. “En diciembre un joven de 20 años murió en la mitad del conjunto. Venía de jugar un partido”, contó Orlando, quien luego compró el aparato para tenerlo en su casa a disposición de una emergencia.
Otra reflexión es hasta dónde están llevando el esfuerzo físico los deportistas amateurs en una época en donde todo tiene un componente de moda. “Es muy importante saber cómo está el cuerpo, ir al médico, no excederse si no se es un deportista profesional. Es muy riesgoso y a mi casi me cuesta la vida”.
Finalmente, Orlando dice que ver a su esposa muerta le dejó una lección más de vida. “No se quede con nada guardado. Dígale ya, lo que le quiera expresar a las personas que más ama. La vida, definitivamente, nos dio otra oportunidad”.
Una variante anatómica incidió en la emergencia médica
El doctor Libardo Augusto Medina López, cardiólogo intervencionista y hemodinamista de la Fundación Cardiovascular de Colombia, del Instituto Cardiovascular, explicó que de las muertes súbitas extrahospitalarias solo sobreviven el 5 % de las personas. “De 100 casos, solo sobreviven 5 pacientes. Entre esos, Natalia”.
Explicó que la deportista tuvo la suerte de tener la atención de varios médicos y un desfibrilador. Agregó que los pacientes que padecen una muerte súbita después de los 35 años relacionadas con el deporte corresponden a enfermedad coronaria. “Es decir, que se le tapen las arterias por arteriosclerosis lo que degenera en un infarto. En el caso de Natalia se hizo un cateterismo cardíaco que lo descartó, pero sí se encontró que ella tenía una anormalidad, una variante anatómica. La arteria más importante del corazón nacía en un sitio que no era usual”.
Agregó que para que esta pudiera llegar a su curso normal tenía que transitar por entre otras dos grandes arterias: la pulmonar y la aorta. “Cuando ella estaba haciendo su actividad física máxima se aumentaron todos los volúmenes, la frecuencia cardíaca y por ende, una comprensión de la arteria que disminuyó el flujo sanguíneo causando isquemia, que significa que no llega oxígeno al músculo cardíaco y la muerte súbita. “Había que operar para corregir el nacimiento anómalo y que esto no le vuelva a suceder”.
Elizabeth Correa explicó, por su parte, que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte súbita en deportistas y no deportistas en el mundo. Dijo que existen patologías que pueden ser detectadas con evaluaciones y exámenes previos, los cuales deberían realizarse por cualquier persona. “Sobretodo en un contexto de preparacion adecuada y especializada para un evento deportivo y competitivo, que exige un mayor esfuerzo físico”.
Sin embargo, aclaró, que no todas las enfermedades cardíacas arritmogénicas que generan muerte súbita se pueden detectar previamente y es ahí cuando la atencion oportuna, la reanimación cardiopulmonar y la desfibrilación precoz salvan vidas. “Este es un llamado a que como deportistas, acudamos a chequeos médicos, tengamos un plan de entrenamiento progresivo y adecuado a nuestra condición y ,lo más importante, que se entrene a la población en reanimación cardiopulmonar, asi como también que en todos los eventos masivos y en lugares públicos se disponga de un desfibrilador externo automático”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos su historia increíble a carmal@eltiempo.com
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