No hay dicha completa – Columna de Pedro Medellín – Colombia

Comienza la era Petro. Y, por lo que se observa, no tendrá camino fácil ni resultados inmediatos. No solo porque el cambio depende de que el gobierno entrante tenga un proyecto bien definido de lo que va a hacer (y todavía no lo tiene), sino también de su capacidad para lograr que ese proyecto entre a la administración pública y produzca los resultados prometidos.

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El problema está en que el aparato gubernamental no es un organismo neutro que está a la espera de que el nuevo gobierno entre a mandar, para que produzca resultados. No. En su interior coexiste una multiplicidad de fuerzas de carácter político, sindical y burocrático (legales o ilegales) que están en movimiento permanente, tratando de imponerse unas sobre otras. Y puede que unas sean afines al nuevo gobierno. Serán de gran ayuda. Pero otras no. Se convertirán en el gran obstáculo para cualquier propósito gubernamental.

Por eso es tan importante que los ministros que llegan tengan la formación y la experiencia necesarias para saber reconocer esas fuerzas y asumir un rápido control sobre ellas. Cuando eso ocurre, desaparece cualquier asomo de incertidumbre o desconfianza que se haya producido en la campaña electoral. Pero cuando no ocurre, todo es incertidumbre y desconfianza. Mientras el novel ministro entiende lo que sucede en su sector y aprende a manejarlo, se pierde un tiempo precioso. Las evidencias empíricas sobre el tema revelan que esa comprensión y aprendizaje le puede tomar al alto dignatario entre año y año y medio.

Quienes creen que el nuevo presidente tiene todo servido para cumplir ya con el cambio prometido más vale que se vayan bajando del bus de la alegría (o del pesimismo) y ajusten sus expectativas.

Con los primeros ministros, el presidente Petro creó un clima de tranquilidad y confianza. Había experiencia y preparación en los nombrados. Pero la improvisación y politiquería en la designación de los demás ministros trajeron vientos de desconfianza e incertidumbre. Cuando no eran los baches en las hojas de vida de los escogidos por el Presidente, que mostraban una experticia que iba en contravía de lo que se necesitaba para controlar y conducir cada ministerio, habían sido las declaraciones equívocas o contradictorias de los nombrados que revelaban el desconocimiento sobre la realidad sectorial que debían gestionar.

La incertidumbre sigue creciendo. La destreza y seguridad que están mostrando Leyva, Prada y Ocampo en sus carteras no es la misma que se aprecia en los demás ministerios. Tampoco ayuda el encerramiento presidencial en la Casa de Nariño (solo ayer hizo su primera salida de Bogotá) o la orden que impartió en el consejo de ministros de “desmantelar todas las nóminas paralelas que existan en las entidades públicas”, revelando su desconocimiento de cómo funciona el aparato gubernamental del país. (Si esa decisión se pudiera adoptar en el próximo mes, un millón de personas se quedaría sin empleo y las entidades públicas tendrían que funcionar con la mitad o un tercio de las personas que trabajan allí.)

En ese contexto, los riesgos y las amenazas que se ciernen sobre el Gobierno no son de poca magnitud. La presión política de los sectores que lo apoyan para que los haga partícipes de la Administración; de los “desposeídos” para que les cumpla de inmediato las promesas que hizo en campaña, o la que ejerzan el Eln, las disidencias de las Farc, el ‘clan del Golfo’ y demás organizaciones ilegales para iniciar las negociaciones que lleven a un acuerdo de paz, se va a convertir en unas fuerzas difíciles de manejar.

El Gobierno está expuesto a varios riesgos. El fuego amigo de los que no llamaron a trabajar con el Gobierno, que es el que tiene mayor capacidad de desestabilización; los militares y policías que, ante la perspectiva de debilitamiento, pueden tomar la decisión de “sentarse en el andén a ver como hacen las cosas sin ellos”, o el clima de convulsión social que puede desatar la suma de los incumplimientos anteriores se ciernen como una amenaza real.

Quienes creen que el nuevo presidente tiene todo servido para cumplir ya con el cambio prometido, y que basta que se posesione para que los cambios se produzcan, más vale que se vayan bajando del bus de la alegría (o del pesimismo) y ajusten sus expectativas. En estas condiciones, para nadie hay dicha completa.

PEDRO MEDELLÍN

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