Valentina* recorre el Parque Lleras con tristeza, recordando todo lo que vivió allí, y algo de esperanza, por lo que espera que suceda en el futuro. Sus paseos por el icónico lugar de fiesta de Medellín ya no son para prostituirse, pero se siente responsable, en parte, por lo que la zona es hoy.
Hace 12 años empezó sola a recorrer el Parque Lleras en busca de extranjeros para ofrecerles sus servicios sexuales. Pero para llegar a ese lugar Valentina ya tenía varios años de experiencia en el mundo de la prostitución, al que ingresó a los 15 años obligada por su abuela paterna.
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Aunque ella no sufrió maltrato físico cuando era niña y considera que tuvo una infancia feliz, sus padres estuvieron ausentes de su crianza y fue su abuela quien se hizo cargo de ella. Pero desde que se convirtió en adolescente, esa mujer que había tomado el rol materno empezó a enseñarle que a los hombres había que “sacarles dinero” y que si querían sexo, “tenían que pagar por ello”.
En esa época sentí que el amor no existía, que el estar con los hombres era simplemente para utilizarlos
Con esta idea instalada en su cabeza, solo fue cuestión de tiempo para que su abuela empezara a prostituirla en Pereira, su ciudad natal. Valentina trabajaba a esa edad en la Plaza de Mercado de la ciudad, y allí mismo era donde su abuela buscaba clientes. “Eran dueños de revuelterías o de carnicerías”, recuerda Valentina.
Aunque era ella quien recibía el dinero de esas explotaciones sexuales, debía entregárselo a su abuela al llegar a casa. “Si yo llegaba a la casa sin dinero, mi abuela se molestaba. Ella tenía 86 años y ya no había dinero en la casa”, dice.
Pero sumergirse en este camino de explotación y salir sin escuelas es imposible. Valentina, por ejemplo, dejó de creer en el amor. “En esa época sentí que el amor no existía, que el estar con los hombres era simplemente para utilizarlos, que si tenían el privilegio de estar conmigo era porque me iban a retribuir económicamente algo”, cuenta.
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Prostitución en el parque Lleras, en El Poblado, Medellín.
Jaiver Nieto. EL TIEMPO
Luego de cerca de un año, a los 16, Valentina decidió abandonar Pereira, donde consideraba que los hombres le pagaban muy poco (60 mil pesos aproximadamente) y empezaba a ser reconocida en su barrio por lo que hacía. Se fue a Ecuador, donde la moneda era el dólar y vivía su madre.
En ese vecino país, su mamá ejercía la prostitución, por lo que Valentina estaba convencida de que ella podría ayudarle a entrar en un prostíbulo, y así fue. “Ella vio que yo lo iba a ser independientemente con ella o sin ella, entonces terminamos yendo juntas”, dice.
Recuerda Valentina que por su edad (16 años) se le facilitaba mucho conseguir clientes y empezó a conseguir buen dinero. Meses más tarde, cuando tenía 18 años, en el prostíbulo donde trabajaba conoció a un hombre millonario, adicto a las drogas, que se enamoró de ella y empezaron una relación que luego se formalizó con un matrimonio legal. A partir de ahí cambió la vida de Valentina. Lo que hasta entonces había sido una vida de escasez, se convirtió en una de lujos.
“Por primera vez en mi vida tenía dinero. Me llevó a vivir a un penthouse, tenía carro, chofer, todo. Pero él era un hombre adicto a la cocaína y a las orgías”, recuerda Valentina. A pesar de que, según cuenta, se negó a unirse a ese mundo de excesos, terminó accediendo.
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Prostitución en el parque Lleras, en El Poblado, Medellín.
Jaiver Nieto. EL TIEMPO
Su esposo murió en 2010 de una sobredosis cuando ella tenía 20 años y un bebé de meses en brazos, lo que la llevó a regresar a Colombia, pues ya no contaba con dinero. Primero se estableció en Cartagena, donde sabía que la protitución era alta debido a la cantidad de extranjeros que visitan la ciudad.
En esa ciudad, luego de seis meses, conoció a un hombre estadounidense que le propuso matrimonio. Tras contraer matrimonio, Valentina accedió a una residencia y se fue a vivir a Miami con su nuevo esposo y su pequeño hijo.
Pero al llegar allí descubrió que su marido le había mentido. Él no tenía dinero y ella terminó, nuevamente, recurriendo a la prostitución para conseguir dinero para sobrevivir y también para enviar a su abuela en Colombia.
Una noche empecé a recorrer el Parque Lleras y me di cuenta que aquí había muchos extranjeros
Su esposo, con quien para entonces ya tenía una hija, se enteró de que Valentina, en lugar de trabajar en un restaurante, como le había hecho creer, se estaba prostituyendo. Esto generó problemas entre ambos y la relación terminó.
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Meses más tarde Valentina conoció a un nuevo hombre, también estadounidense, de quien se enamoró y con quien formó de nuevo un hogar, pero este se dividió cuando ella tuvo que afrontar un proceso judicial por la muerte de su esposo en Ecuador y fue deportada de Estados Unidos en 2013.
De nuevo en Ecuador, sola, y en una cárcel, Valentina se dio cuenta de que “todo ese camino que había recorrido fue innecesario” y se prometió darle un giro de 180 grados a su vida tan pronto recuperara su libertad y demostrara su inocencia.
Una vez volvió a ser libre y regresó a Colombia, se estableció en Medellín y sintió una necesidad por remediar el daño que había hecho años atrás en el Parque Lleras, a donde llevó tres amigas en la época en que se prostituía debido a la alta demanda sexual que identificó en la zona.
En esa época, 2010, cuando su esposo estaba recién fallecido, Valentina llegó por primera vez a Medellín a prostituirse y lo hacía en un club cercano a un canal de televisión en el sector de El Poblado, pero consideraba que el lugar era muy escondido y por eso decidió empezar a caminar alrededor en busca de clientes.
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Prostitución en el parque Lleras, en El Poblado, Medellín.
Jaiver Nieto. EL TIEMPO
“Yo ya hablaba un poco de inglés, porque yo ya había ido como 11 veces a Estados Unidos, entonces una noche empecé a recorrer el Parque Lleras y me di cuenta que aquí había muchos extranjeros y que no necesitaba estar en ese club porque yo busca extranjeros y los extranjeros no iban allá”, explica.
Tras decidir caminar para ofrecer servicios sexuales, ella recuerda que empezó a recibir mucho más dinero del que hacía en el club, por lo que invitó a sus amigas más cercanas a hacer lo mismo. Pero Valentina se fue del país unos meses más tarde y sus amigas quedaron allí, formándose así uno de los epicentros más grandes que tiene actualmente Medellín en materia de prostitución.
“Yo inicialmente lo hice porque necesitaba llevar comida a la casa, pero sí, fui la primera mujer que empezó a caminar estas calles con la prostitución, después traje a mis amigas, luego mi suerte mejoró, salí de la prostitución del Lleras y emigré, pero esas tres mujeres quedaron dándole vueltas al Parque Lleras y hoy en día estamos hablando de que alrededor de 500 mujeres están en el Parque prostituyéndose”, señala.
Ahora Valentina continúa intentando reconstruir su vida y reparar un poco lo que considera que fue un “daño” para la ciudad. Para esto decidió crear la fundación ‘Un segundo camino’, la cual brinda cursos y capacitaciones gratuitas a mujeres trabajadoras sexuales de El Poblado, en Medellín, con el fin de que estas puedan tener herramientas en el mundo laboral que les permitan dejar la prostitución.
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Para financiar este proyecto, ella escribió un libro que ya está a la venta y al cual llamó ‘La puta niña’, donde cuenta su historia desde niña bajo el seudónimo de Valentina Lizcano con el objetivo de proteger su identidad y pretende sensibilizar a otras mujeres sobre los errores que ella cometió.
Sobre las restricciones de ingreso al Parque Lleras a partir del pasado 30 de marzo, según el alcalde Daniel Quintero, para que “no se permite la prostitución, la explotación infantil, el abuso infantil, el baile a extranjero por parte de mujeres y niños”, Valentina manifiesta no estar de acuerdo.
“La solución no es cerrar las calles, la solución no es ignorar este problema social que existe, porque cuando cerramos al Parque Lleras lo que va a hacer la trabajadora sexual es irse a la calle 10, que es inclusive peor, porque la calle 10 es la subida al aeropuerto, es la subida a los barrios más costosos de la ciudad. La solución es educar a la trabajadora sexual para que tenga un segundo camino de cómo traer dinero a sus hogares”, opina.
El mundo de la prostitución es como el mundo del futbolista
Ahora, viendo de cerca a las mujeres que se prostituyen en El Poblado, Valentina concluye que “la prostitución no es el camino, no se van a hacer ricas con la prostitución, eso va a dar unos lujos como un carro o un apartamento, pero ese mundo está lleno de drogas, abusos, vicios, peligros. Si quieren progresar, el camino correcto y menos doloroso es estudiar”.
“El mundo de la prostitución es como el mundo del futbolista, hasta los 35 años todo el mundo te quiere, después de los 35 años no le sirves a nadie”, añade.
ANA CRISTINA ÁLVAREZ MONTOYA
Reportería y redacción
*Historia de Valentina (el nombre fue cambiado por petición y protección de la protagonista).
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