A simple vista parece una escena postapocalíptica. La maleza va consumiendo poco a poco las paredes y la pintura azul, desgastada por el peso de las décadas. Tiene parches que dejan entrever los rústicos materiales de construcción. Cientos de grafitis ocupan la fachada y aportan ese aspecto distópico al pasaje Michonik: el primer conjunto residencial que tuvo Bogotá.
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La construcción arranca constantemente miradas curiosas entre los que pasan por la estrecha carrera 2.ª entre calles 11 y 12, donde se ubica. Pero aunque sus años dorados quedaron atrás, los muros guardan parte de la historia de cómo Bogotá se hizo la ciudad que es hoy.
El pasaje Michonik es la evidencia de otra época en la capital. Una entre la belleza clásica de la arquitectura colonial y los edificios modernos que irrumpen con brusquedad en ese aire místico de La Candelaria, centro histórico y hogar de buena parte del patrimonio cultural de la ciudad.
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También muestra la huella imborrable de la inmigración judía. Un refugio frente a las hambrunas y otros horrores que se vivieron en Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Las necesidades de una ciudad en crecimiento
Hace 100 años Bogotá hasta ahora empezaba a dar los primeros pasos para convertirse en metrópoli. La década de 1920 fue significativa no solo para la capital, sino para varias zonas del país debido al crecimiento exponencial de la industria y el sector inmobiliario, que respondía a la demanda de viviendas.
Explica el historiador Carlos Martínez en su libro ‘Bogotá, sinopsis sobre su evolución urbana’, que la ciudad tenía aproximadamente 285.000 habitantes en el año 1928. Un crecimiento notable marcado, en buena medida, por el desplazamiento de muchas personas desde las áreas rurales.
El pasaje se convirtió en el hogar de muchas familias judías que cruzaron el océano con la esperanza de una vida nueva
Con la población aumentando, se hicieron cada vez más necesarios los nuevos espacios de vivienda. Algunas edificaciones fueron demolidas o transformadas para construir otras mucho más acordes con las exigencias urbanas.
Fue justamente en 1928 cuando Jorge Michonik, un empresario judío nacido en Ucrania, compró un lote en la carrera 2.ª para construir nueve casas agrupadas en un pasaje ubicado hacia el oriente.
Los pasajes residenciales y comerciales no eran precisamente nuevos en Bogotá. Ya desde la última década del siglo XIX, por ejemplo, era célebre en la ciudad el pasaje Hernández, una joya arquitectónica considerada el primer centro comercial en la ciudad. De igual manera, el pasaje Rivas y el pasaje Mercedes Gómez jugaron un papel importante en el comercio capitalino.
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Sin embargo, la disposición de las casas construidas por Michonik es una muestra de la necesidad en ese entonces de optimizar el espacio para alojar a más personas en una zona reducida.
Fueron siete viviendas de una sola planta ubicadas a los costados y dos en el fondo del pasaje, colindando con los cerros. Estas últimas contaron con dos pisos, lo que les otorgó una vista privilegiada del complejo y buena parte de La Candelaria.
El pasaje Michonik, cuya construcción y diseño estuvo a cargo de Luis F. Ospina, quedó listo para ser habitado en 1930. La idea principal fue destinar el inmueble para el alquiler de las viviendas, modernas en ese entonces, que brindaban a las familias privacidad sin abandonar la vida comunitaria.
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Pero más allá de cumplir con la función de arrendamiento imaginada por Jorge Michonik, el pasaje se convirtió en el hogar de muchas familias judías que cruzaron el océano con la esperanza de una vida nueva. Jorge, quien para entonces ya era un empresario destacado, se convirtió en figura preponderante para la comunidad judía que buscaba echar raíces en Colombia.
Los inmigrantes que hicieron ciudad
Mucho antes de la construcción del pasaje Michonik, los judíos ya formaban parte importante en la expansión de Bogotá y su proyecto urbanístico.
Aunque existen registros de algunos pocos grupos judíos en Santa Fe hacia el siglo XVII, quizá el nombre que más figura en la memoria de los capitalinos es el de Leo Siegfried Kopp, el empresario alemán que partió hacia Colombia en 1876 y se estableció en la ciudad.
Además de fundar la empresa cervecera Bavaria, Kopp incursionó en el desarrollo urbano. Se le atribuye, por ejemplo, la creación del barrio La Perseverancia, mayoritariamente habitado por obreros que trabajaban en su compañía.
Kopp es el primer inmigrante judío que, de una u otra forma, se involucra con el mercado inmobiliario de Bogotá
“Aparentemente Kopp es el primer inmigrante judío que, de una u otra forma, se involucra con el mercado inmobiliario de Bogotá y sienta las bases que más adelante otros empresarios replicaron en la ciudad”, explica Enrique Martínez Ruiz, investigador posdoctoral y autor del libro ‘Quinta Sion: los judíos y la conformación del espacio urbano en Bogotá’.
Aunque Colombia no recibió la misma cantidad de inmigrantes judíos que Venezuela, Argentina o Estados Unidos, empresarios como Kopp, Salomón Gutt, José Eidelman y Jorge Michonik fueron claves en la conformación de proyectos de ciudad.
Un claro ejemplo es el barrio La Paz, hoy 7 de Agosto, que fue edificado por José Eidelman, un judío asquenazi proveniente de Rusia. Asquenazí se les llama a los descendientes de este pueblo que se asentaron en las zonas central y oriental de Europa, desde donde llegaron miles a Colombia.
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En aquel barrio, plantea Martínez Ruiz, pudo haberse expuesto el primer símbolo de identidad judía en el espacio público de la ciudad en toda su historia. Fue una estrella de seis puntas, también conocida como estrella de David, ubicada en la puerta de entrada de la casa quinta que levantó Eidelman allí.
El músculo financiero y la visión que aportaron tantos empresarios inmigrantes permitió dar un importante paso hacia adelante en la conformación de ciudad. Su legado hoy sigue vivo en muchas construcciones.
El emporio Michonik
Sobre Jorge Michonik, creador del pasaje que todavía hoy se alza en el centro de Bogotá, se sabe que nació en mayo de 1890 en el pequeño pueblo de Medvin (Ucrania). Su nombre de nacimiento era Godl, pero lo cambió por Georges en 1904 cuando salió rumbo a Suiza.
Dos años más tarde se embarcó a América y aquí cambió nuevamente su nombre, esta vez por el que lo acompañó hasta la tumba, Jorge.
Tras recorrer Perú y Ecuador, llegó a Colombia en 1910. Michonik fundó en la capital El Emporio de Paños, un negocio textil que llegó a tener sedes en Cali, Manizales y Medellín, según cuenta Martínez Ruiz.
Esto le permitió acumular capital y crear conexiones importantes para dar el salto a las operaciones inmobiliarias. Años más tarde también incursionó en la industria agrícola, empresa que le permitió vincular a varios familiares y a otros inmigrantes.
La defensa de la vida judía en Bogotá se convirtió en bandera de la familia Michonik. Paya Serebrenik, esposa de Jorge, y quien cambió su nombre a Paulina tras arribar a Colombia, fue líder de las comunidades judías que llegaban al país por aquellos años. La pareja se encargó de fortalecer el Centro Israelita de Bogotá y de impulsar, hasta donde sus recursos lo permitían, buenas condiciones para los habitantes oriundos del Viejo Continente.
Jorge y Paulina eran particularmente dados a ayudar a personas de identidad judía
Paulina fue también una de las fundadoras del colegio Colombo Hebreo, que tuvo su primera sede en la calle 52. Además, lideró por un tiempo la Organización Internacional de Mujeres Sionistas de Colombia, una asociación de voluntarios que trabajaron para mejorar la calidad de vida de las mujeres judías en el país.
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“Jorge y Paulina eran particularmente dados a ayudar a personas de identidad judía. Es probable que algunos de los inmigrantes que vivieron en el pasaje Michonik fueran también vendedores del Emporio de Paños y así se creó una cadena. Por un lado les ofreció vivienda y por otro la posibilidad de trabajar”, indica el investigador Enrique Martínez.
El solo hecho de hablar yiddish, lengua de las comunidades judías del centro y este de Europa, era un factor de hermandad para muchas familias que llegaron a Colombia. Se calcula que para 1930 el país tenía cerca de mil inmigrantes judíos.
Esta pequeña comunidad, si se compara con la cantidad de extranjeros en otros países del continente, pudo no solo sobrevivir sino integrarse con éxito a la vida del país gracias a las redes familiares y de cooperación que surgieron en lugares como el pasaje Michonik.
Yo recuerdo haber estado muchas veces en el Michonik en lo que llamábamos ‘coca-colas bailables’
Pero, además del éxodo, el conjunto también guarda hermosas memorias de capitalinos que vivieron momentos inolvidables en el pasaje.
“Yo recuerdo haber estado muchas veces en el Michonik en lo que llamábamos ‘coca-colas bailables’, pequeñas reuniones donde los muchachos escuchábamos música y nos reuníamos a disfrutar”, asegura Ramón José Guevara, quien a mediados de la década de 1960 vivía sobre la calle 11.
En una de las dos casas del fondo del pasaje vivía su gran amigo Jorge Castillo, a quien su papá, un hombre que trabajaba en la reconocida joyería Bauer, le prestaba la vivienda para organizar estas fiestas que reunían a varios compañeros y vecinos del centro.
“En la sala, como era amplia, cabían unas 10 o 12 personas. Escuchábamos música y bebíamos ‘guaro’ hasta las 5 de la tarde. No mucho más porque el papá de Jorge no lo permitía”.
La planta de arriba de la casa tenía seis cuartos, pero el alma de las reuniones estaba en el primer piso, donde la música de Javier Solís y Julio Jaramillo, tan populares en aquella época, sonaba en una radiola sobre el brillante piso de madera.
El pasaje y sus fantasmas
El conjunto de viviendas siguió en manos de la familia Michonik incluso después de la muerte de Jorge, en 1950. La propiedad pasó a manos de su hijo Jack, quien fue su propietario aproximadamente hasta finales de la década de 1990, cuando se produjo un proceso de venta del inmueble.
En adelante, la historia del pasaje se nubla entre historiadores y registros oficiales. Aproximadamente estuvo habitado hasta 2009 por unas pocas personas, pues las condiciones de la estructura amenazaban seriamente a los inquilinos y estos tuvieron que marcharse. Los muros se hicieron débiles e incluso los techos de algunas viviendas tuvieron que ser retirados.
La falta de mantenimiento en aquella época ocasionó el declive de este conjunto residencial, que hoy solo puede admirarse desde la reja que separa el corredor de la calle 2.ª De las siete casas de los costados solo sobrevive la fachada, pues el interior está lleno de escombros. Mientras que las dos viviendas del fondo conservan escaleras y algunos muros.
Muchas familias que allí vivían se fueron por los desórdenes violentos en Bogotá y, supuestamente, una sola decidió quedarse.
En marzo de 2020 se radicó una solicitud a la Alcaldía local de La Candelaria a nombre de Fraier S.A.S. para utilizar el lugar temporalmente como galería de exposición artística; sin embargo, el Distrito respondió que “el inmueble se encuentra en un avanzado estado de deterioro, lo cual hace que no sea apto ninguno de sus espacios para realizar las actividades señaladas en la comunicación”.
En los últimos años se han popularizado los recorridos turísticos por las antiguas calles de La Candelaria que tienen como objeto principal las historias paranormales. El pasaje es en la mayoría de estos trayectos una estación obligada.
“Una de las historias más populares tiene que ver con lo ocurrido el 9 de abril de 1948. Muchas familias que allí vivían se fueron por los desórdenes violentos en Bogotá y, supuestamente, una sola decidió quedarse. Aquella familia habría sido asesinada en una de las viviendas del fondo”, dice José Ayala, guía turístico de Descubre Bogotá (@descubrebgta en Instagram) que hace desde hace seis años el tour de los fantasmas.
Esta clase de historias han renovado parte del interés que alguna vez captó el pasaje y de allí la importancia de recuperarlo por su valor para la ciudad.
Pero más allá de los relatos que abundan tanto en el Michonik como en otros puntos de La Candelaria, esta edificación ha sido testigo silencioso de la evolución de la capital. Las épocas de bonanza, las de violencia, la transformación y el porvenir se conjugan con las historias que cuentan sus paredes roídas que, además de sostenerse por muchas décadas más, esperan recobrar el esplendor con el que nacieron.
JUAN CAMILO HERNÁNDEZ MELÉNDEZ
Redactor de Redes Sociales.
@_HernandezJuanC en Twitter.
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