Tras más de cuatro años de la muerte de la Lynda Michelle, la niña que fue desesperadamente buscada por su madre en una olla del barrio San Bernardo, se pudo establecer que su asesino, alias Pirry, será condenado por homicidio agravado, tortura, concierto para delinquir y tráfico de estupefacientes. Un verdadero descanso para la familia, quien sufrió varios años pensando en que este hombre pudiera quedar en libertad.
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El 30 de noviembre del año 2020, Nathalie Amaya, hoy de 37 años, vio a su hija Lynda Michelle Amaya Buelvas, de tan solo 15, por última vez. Tiene clara la escena; recuerda que ese día tenía una feria de perfumería para vender fragancias y la idea era que la niña la acompañara.
Una decisión de último momento cambió el curso de la historia. La joven, aficionada al Skate y al BMX, pensó que ya llevaba casi una semana sin entrenar y que lo mejor era buscar una pista para darle rienda suelta a su pasión sobre el asfalto. Entonces, ambas, paradas en la cocina de su casa, se dieron un beso mientras la niña le pedía una liga para recoger su cabello. “Esa fue, sin saberlo, nuestra despedida”, recordó Nathalie.
Lynda era una niña aguerrida que se movía por la ciudad como pez en el agua y sobre todo en aquellas zonas que albergaban pistas especializadas como la aledaña al Movistar Arena, El parque Fontanar del Río, y claro, el parque Tercer Milenio, un bello lugar en medio del caos llamado por muchos, el renacer del Bronx.
Pero eso era algo que no pasaba por la mente de la joven. Ella siempre iba a lo suyo y además, casi siempre con su familia, solo que justo ese día, todo se confabuló y partió sola hacia ese lúgubre sector y sin pensar que un antecedente se convertiría en el anzuelo que la puso en la mira de una de las bandas criminales más peligrosas de Bogotá: Los Tasmania.
Según lo relata su madre, miembros de esta organización ya la tenían identificada. Una de sus actividades era captar menores de edad, inimputables, para que se convirtieran en miembros activos a merced del hampa y el peligroso negocio del microtráfico. Eso también lo hacían, o lo hacen, con habitantes de la calle.
Fue así, con engaños, que los delincuentes convencieron a la niña, con una discapacidad cognitiva leve, de recuperar su teléfono móvil, la excusa que usaron para llevarla a las entrañas de la olla del barrio San Bernardo, en donde, así las autoridades lo nieguen, no hay ley. Prueba de ello fue que la niña fue golpeada, torturada, y asesinada por resistirse y suplicar por su libertad.
Pero esa verdad no salió a la luz por la agilidad de las autoridades, apenas ocurrió la desaparición. Detrás de esta historia hay primero runa madre cabeza de familia quien, apenas sintió que algo había pasado con su hija, inició una búsqueda incansable.
Nathalie recuerda que la noche de la desaparición llegó a su casa en el barrio Prado Veraniego y vio con sorpresa que su hija no había llegado. “Llamé a una de sus amigas, pero nadie sabía de ella. Así comenzó mi calvario”. Luego vino lo de rigor, las visita al Centro de Atención Inmediata (CAI) del barrio, los recorridos, las llamadas, las averiguaciones en el Instituto Nacional de Medicina Legal, la presa y todo lo que se hace en medio del desespero para buscar a un hijo. Pero, no había rastro de la niña que salió con un jean negro y un buzo blanco en su bicicleta.
Mientras pasaban los angustiosos minutos, una idea empezó a rondar por la cabeza de Nathalie; la de su hija rodando por el centro de Bogotá, en donde se ubicaba una de sus pistas favoritas y muy cerca del sitio donde un 17 de noviembre le habían robado su celular. “Es que eso le dolió mucho. No hacía sino recordar eso. Fue una idea que no salió de su cabeza”.
Así, sin pensarlo dos veces, se fue hacia ese sector de la ciudad en donde no pasó mucho tiempo para que le dijeran que la niña podía haber sido raptada. Así comenzaron 28 tortuosos días de búsqueda en donde Nathalie pasó de ser una madre común a convertirse prácticamente en una investigadora privada porque nadie le daba razón de su hija. “Recuerdo que el 2 de diciembre de 2020 solo me dijeron que habían hallado el cuerpo de un habitante de la calle, tipificado como NN, que nada tenía que ver con mi hija y que este era el único que había llegado a Medicina Legal. Tiempo después me di cuenta de que había estado en el mismo edificio donde estaba el cuerpo de mi hija”.
La búsqueda
Nathalie se dejó llevar por su intuición y como en su trabajo era líder de ventas y relacionamiento de una compañía de cosméticos, una de sus actividades diarias era hacer planimetrías de las zonas donde se distribuían los productos, por eso hizo lo propio de los lugares en donde, sospechaba, había estado su hija.
Comenzó a seguir el rastro de Lynda Michelle en las diferentes salidas que tiene el parque Tercer Milenio, luego de descartar otros lugares que solía frecuentar la niña. Pronto la mujer no tuvo otra opción que internarse en el barrio San Bernardo, ubicado en la localidad de Santa Fe, entre la carrera 10.ª (av. Fernando Mazuera), la calle 6.ª (av. Comuneros), la avenida Caracas (carrera 14) y la calle 1.ª (av. de La Hortúa).
Lo primero que le sorprendió es que cada vez que ella le decía el nombre de su hija a alguien sentía una indiferencia estremecedora y cómplice y fue por eso que decidió cambiar su aspecto para generar más confianza. “Me puse ropa sucia y un cartón como protegiéndome del frío. Supe que mi estrategia tenía que ser el silencio. Escuchar y observar todo lo que pasaba, nada más”.
Los días eran tan largos que a veces llegaban las diez de la noche y aún no había partido para su casa. “Cuando llegaba y veía su cuarto, su gato, a sus hermanos, me dolía mucho. Fue terrible”. Al día siguiente, a eso de las 4:30 de la mañana, volvía al barrio a continuar con su incansable tarea. Así se enteró de que las bandas criminales de ese barrio captaban niños para volverlos esclavos del negocio de las drogas, tal y como sucedía en El Cartucho y en El Bronx.
Así, vestida como habitante de la calle, conoció a la banda conocida en el bajo mundo como Los Tasmania y supo que ellos habían sido los perpetradores de asesinato. “A ella la raptaron en una de las salidas del parque Tercer Milenio. Se dejó engañar y ya presa de la banda se resistió y por eso la mataron de la forma más vil. La golpearon, la torturaron y la asesinaron por orden de alias Cristina, quien lo hizo para sembrar más miedo en la zona”.
Pero no fue lo más escabroso que supo mientras se desmoronaba de dolor. La orden, asegura, era desaparecer su cuerpo en unas canecas con ácido para que no quedara rastro, solo que a los carreteros a quienes se les encomendó la tarea se les cayó una de las llantas y decidieron abandonar el cuerpo en medio de unos escombros en plena vía pública. “Por eso es que fue tipificado como NN. Luego se dieron cuenta de que sí era de una menor de edad”.
El 31 de diciembre, luego de que se le practicó un cotejo de ADN, Nathalie pidió que le dejaran ver el cuerpo hallado. “Ese día supe que ese era el de mi hija. Sus ojos, sus cejas, sus dientes. Ella era mi hija”. El 7 de enero las autoridades confirmaron que el cadáver era el de la niña y el 9 de enero fue su funeral.
En medio del dolor toda la información recopilada sirvió para que las autoridades llevaran a cabo una ardua investigación, incluso con infiltrados, que luego terminó en un operativo en donde se capturaron a varios miembros de la banda liderada por alias ‘Pirry’ o Edison Cervera Guarnizo y alias Cristina o Cristina Rojas. El primero habría dado la orden para cometer el asesinato y la segunda habría infligido la tortura ayudada por sus cómplices. “Algunos aceptaron cargos y fueron condenados como actores materiales, pero ellos dos aún ten+ian responder por haber dado la orden”.
La lucha continuó
Hoy, cuando han trascurrido más de cuatro años y cinco meses desde el cruel asesinato, de que Lynda Michelle Amaya Buelvas fuera golpeada, torturada y su cuerpo lanzado desde un tercer piso a una casa abandonada, la lucha para su familia continúa para que el asesinato no quede impune. “Yo sigo pensándola todos los días, imaginado como estaría ahora, como sería su compañía. Todos los días sufro su ausencia”.
Nathalie ha tenido que ver la frialdad de los asesinos de su hija en las audiencias y además, asegura, la indiferencia de los delegados de la Procuraduría en el caso que muchas veces ni asisten. “Terrible uno tener que recordarles a las instituciones del Estado y a la Rama Judicial que deben hacer bien su trabajo. Como mamá eso es muy doloroso”.
Alias Pirry es un criminal con prontuario. Según la familia, fue capturado en flagrancia y portando un dispositivo electrónico por estar en prisión domiciliaria. “Este hombre es peligroso. Si hubiera quedado libre, toda la familia estaría en riesgo. En el pasado recibimos amenazas y hasta nos pusieron una bomba artesanal en nuestro domicilio”, recordó Nathalie.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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