La Selección Colombia femenina logró todos sus objetivos, las metas esperadas y lógicas en la Copa América, de la que era anfitriona: subcampeona tras ganar su grupo derrotando a cada una de sus rivales y venciendo en la semifinal. Ese era el libreto que estaba escrito desde antes del torneo y que se puso en escena como debía pasar, y más siendo local: Colombia en esta rama, a pesar de todo y por todo lo que hay (sea mucho o poco), es la segunda del área en el fútbol de mujeres y segunda terminó.
Como en el viejo concurso de TV: ¡prueba superada! Hicieron el trabajo. ¡Bien hecho!
Reconocimiento para las jugadoras y su cuerpo técnico que cumplieron con el destino que tenían señalado por sentido común.
En la final, el equipo se midió mano a mano, se plantó de tú a tú, con Brasil, que se presumía intratable.
Los ‘intelectuales’ señalan a Abadía
Hoy, con el periódico del lunes en la mano (¡y se los digo yo que hago periódicos de lunes hace 28 años, je!), los ‘intelectuales del juego’ dicen que el técnico Nelson Abadía fue “cobarde”, que dizque fue “lento y lerdo en los cambios”; que “alineó mal al equipo” porque “Catalina Usme no debió jugar porque su nivel fue pobre”, y repiten que se le debió ganar a la que llaman “la peor Brasil de la historia”.
Tan igual a lo que dijeron de la Selección masculina con su eliminación del Mundial de Catar. ¡Bah!
Cuando la Selección de hombres hizo el oso en la eliminatoria y terminó de séptima y descalificada, dije que los porcentajes de responsabilidad en ese fracaso era, mas o menos, del 70 por ciento de los jugadores, del 20 por ciento del técnico y del 10 por ciento de los directivos.
Igual ahora en la esperada y lógica campaña de la Selección de mujeres. Siempre la mayor y fundamental responsabilidad está en la cancha con quienes se amarran los guayos; luego, en el banco técnico, el campo de entrenamiento y la gestión del descanso y la recuperación de los que caminan en tenis y, después, en el escogimiento de entrenadores, calendario de partidos, facilidades de concentraciones y plan de premios que decidan los de mocasines y corbata.
Existe una ola solidaria con las futbolistas locales por la ausencia de dos ligas al año, o de una que les permita tener un contrato laboral por un año. Es obvio el pedido, es obvio el reclamo y es obvia la empatía. Como bien lo dijo el ministro del Deporte en entrevista con este diario, Guillermo Herrera: “Hay intereses que se mueven adentro (de la Dimayor) que pueden estar bloqueando el tema. Los clubes deciden”. En otras palabras la culpa es de 32 equipos de los 36 que integran y deciden en la Dimayor: dijeron que no tenían la plata para sostener equipos femeninos en una segunda Liga este año, pues ellos mismos no lo planearon así y no tenían presupuestado ese extra en sus cuentas.
Los dueños y presidentes de esos 32 equipos (menos Cali, América, Millonarios y Cortuluá) son los que dijeron que no. Los directivos del fútbol son como los políticos y tienen igual o peor imagen que los congresistas, por ejemplo.
¿Y la Liga femenina?
Pero, vuelve la burra al trigo, el problema de la Liga femenina de fútbol no es de género: es de la realidad del deporte colombiano en el que no hay liga de voleibol robusta y seria (para ellas ni para ellos), y hay ligas de dos y cuatro meses de baloncesto, béisbol y fútsal.
Claro que el fútbol femenino merece más, como merece más el béisbol, el voleibol, el baloncesto, el rugby de ambas ramas, el fútsal, el sóftbol y la mayoría de disciplinas de este país.
El tema de la falta de una segunda Liga femenina de fútbol este año es de plata y de la politiquería interna de la Dimayor, no de género, repito.
Con lo poco o mucho que hay, el fútbol de mujeres de Colombia es el segundo de Suramérica y por eso cumplió con el resultado esperado y lógico en la Copa América.
Meluk le cuenta…
GABRIEL MELUK
Editor de DEPORTES
@MelukLeCuenta
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