“Saber la fecha en la que uno se va a morir es algo muy traumático y puede destruirte, pero ya depende uno cómo lo toma”. Esa es la reflexión que saca Camilo de su vida, la cuál sabe que va a concluir pronto, a sus 35 años.
Camilo tiene un tumor inoperable en el cerebro que le detectaron hace seis años y medio. Un desmayo durante una jornada laboral le cambió la vida. Y cuando despertó de un coma de varios meses se enteró que ya tenía fecha de caducidad, como él dice.
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Desde entonces, luego de perderlo todo durante su sueño inconsciente, su esposa, su trabajo, casi todo su dinero; decidió darlo todo por la única persona que se quedó con él a pesar de su lamentable situación: su mamá.
Ahora, este bogotano que tiene sus días contados se dedica a trabajar 12 horas de su día en plataformas digitales de transporte y el resto a lidiar con su enfermedad y pasar el mayor y mejor tiempo posible con su madre.
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Una vida de sueños frustrados
Camilo toda su vida quiso ser militar. Desde niño siempre jugó a la guerra y fue un niño disciplinado.
Su hermano mayor fue su ejemplo -pues su papá murió cuando él era muy niño- y era militar, entonces el camino que quería Camilo era el mismo de su hermano, aunque su mamá no quisiera.
Apenas cumplió sus 18 años decidió prestar su servicio militar como su deber personal le mandaba. No quería pagar por una libreta militar de segunda y luego hacer algo que no le apasionaba en la vida civil, él quería vivir el rigor y la adrenalina del Ejército Nacional.
Estando en la institución dio lo mejor con su entrenamiento físico, en sus clases de tiro y en fue un disciplinado soldado en formación. Pero un día recibió dos disparos en su pierna derecha durante un operativo, por lo cual debió mantenerse un tiempo sin actividades en campo y decidió seguir -a regañadientes- el consejo de su comandante de aprender sobre enfermería.
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Le hice caso al capitán y estando de servicio estudié enfermería mientras solucionaba mi futuro como soldado, porque quedé mal de la pierna después de los balazos
“Yo tenía la creencia homofóbica de que los enfermeros son gay, entonces me daba vergüenza aprender de eso, yo quería era estar en la acción. Pero le hice caso al capitán y estando de servicio estudié enfermería mientras solucionaba mi futuro como soldado, porque quedé mal de la pierna después de los balazos”, dice Camilo.
Lastimosamente para Camilo, su lesión no le dejó seguir su carrera militar. Esa situación lo desanimó, aunque alegró a su mamá, y ahora debía buscar qué hacer con su vida.
Primero, intentó entrar a la Universidad Nacional a estudiar Química, pero no pasó. Entonces se decidió por seguir lo que había empezado en el Ejército y que era -quizá- lo único que le había salido bien: Enfermería.
A sus 23 años comenzó la carrera y se graduó 4 años después como enfermero profesional.
De inmediato consiguió empleo y trabajó con dedicación. Él ahora se debía a sus pacientes y quería consolidar su carrera y triunfar en el que era su nuevo sueño.
Dos años después, se casó con el amor de su vida y se fueron a vivir juntos.
Todo iba muy bien en la vida de Camilo. Su trabajo era extenuante y necesitaba mucho sacrificio, pero era lo que le gustaba y estaba feliz, cómo feliz estaba su esposa y orgullosa su mamá.
Tumor, coma y parálisis
A inicios de 2016 comenzaron los problemas de salud para Camilo.
Al principio solo fueron dolores de cabeza leves y algunos mareos. Él lo atribuyó a su trabajo, pues eran largos turnos que también debía hacer dos fines de semana al mes.
Poco a poco los dolores fueron aumentando y un día, mientras descansaba en su casa, se desmayó y cayó al suelo.
Cuando despertó, estaba en el hospital y canalizado. A su lado estaba su mamá, quién procedió a contarle todo lo que había pasado.
Camilo estuvo seis meses en coma. En ese lapso le hicieron una cirugía en el cerebro y lograron extraerle parte de un tumor que tenía y que -lamentablemente- le había dejado paralizado la mitad derecha de su cuerpo.
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A los pocos días de haber despertado, Camilo vivió esa realidad. Por más qué trataba de mover su brazo o pierna derecha, no lo lograba. Y ahí empezó su calvario y su depresión, las cuales se agudizaron cuando su mamá -ante su insistencia- le confirmó que mientras él estaba en estado de coma su esposa se había ido, y de ella no ha sabido nada hasta el sol de hoy.
Con él solo estaba ahora su mamá, y era ella quien se encargaría de darle las fuerzas para salir del mal momento que estaba pasando.
Camilo, apoyado por su madre, sabía que ese mal momento pasaría, pero no como él pensaba. Lamentablemente no había más oportunidades por más que él quisiera, pues los médicos le informaron que el tumor que estaba desplazando su cerebro no se podía operar y que el panorama era realmente desalentador.
Sin embargo, Camilo comenzó su tratamiento. Se sometió a radioterapias, terapias de recuperación para volver a tener movilidad en su cuerpo y tratamiento sicológico para aprender a convivir con el tumor y su nueva realidad.
Atrás habían quedado ya los días de militar que soñó vivir, también los de enfermero, ahora estaba desempleado y discapacitado.
Entonces, tras un buen resultado en su terapia de recuperación, volvió a caminar y hasta podía agarrar ciertos objetos con su mano derecha. A lo que se sumó el apoyó único e incondicional de su mamá, quién lo cuidó en todo momento como si él hubiese vuelto a nacer.
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Los dolores por las noches eran insoportables, sobre todo por las noches. Y también llegó un punto en el que me daban convulsiones
Sin embargo, tras dos años de tratamiento nada mejoró con respecto al tumor, de hecho, había aumentado su tamaño y empezaba ya a causarle problemas de salud más graves a Camilo.
“Los dolores por las noches eran insoportables, sobre todo por las noches. Y también llegó un punto en el que me daban convulsiones”, explica.
Su mamá lo atendía cuando convulsionaba. Aprendió a acomodarlo para que no se lastimara, y lo controlaba y cuidaba mientras llegaba la ambulancia para llevarlo a urgencias cuando se complicaba.
Fecha de vencimiento
“Finalmente, cómo yo ya me lo esperaba porqué no veía nada de mejoría, el oncólogo y el neurólogo me dijeron que ya no había mucho más que hacer. Podía seguir el tratamiento, pero realmente no estaba respondiendo correctamente a él”, dice Camilo.
Entonces, les preguntó que si dejaba de tratarse cuánto tiempo le quedaría de vida. “Te quedan cinco años”, le dijeron.
Sentía que tenía que tomar una decisión de qué tenía que hacer y si realmente valía la pena seguir sufriendo con el tratamiento o disfrutar al máximo esos cinco años o los que fueran
Pero la devastadora noticia no deprimió a Camilo. “Realmente no me puse triste. Me puso fue pensativo. Sentía que tenía que tomar una decisión de qué tenía que hacer y si realmente valía la pena seguir sufriendo con el tratamiento o disfrutar al máximo esos cinco años o los que fueran”, narra el bogotano.
La decisión, después de hablar con su mamá, fue que lo único seguro es que esos cinco años que se venían iban a ser los más especiales de sus vidas.
El tratamiento no daba garantías de una cura, entonces la garantía era ser felices juntos todo lo que se pudiera.
“Cómo ya no tenía trabajo y quería también que mi mamá estuviese más tranquila, aproveché que tengo mi certificación de discapacidad y que podía sacar mi carro sin restricción de pico y placa y me dediqué a trabajar en las aplicaciones digitales de transporte como Cabify, Uber y Didi”, explica Camilo.
A las 4 de la mañana se levanta todos los días hábiles. Sale de su casa en Kennedy y empieza a buscar servicios.
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Camilo, que mide 1,74, muestra serenidad y precisión al conducir, pese a sus problemas de movilidad. En su asiento de conductor, desde el punto de vista del copiloto, se le puede ver generalmente callado y mirando al frente, escuchando la emisora El Sol, donde ponen la música que más le gusta pero que ya no puede bailar: salsa.
Su carro es mecánico, entonces con los dedos anular y meñique de su mano derecha va moviendo -cuando corresponde- la palanca de cambios mientras conduce, que casi siempre lo hace sin superar los 60 kilómetros por hora.
“Entre servicio y servicio se me va pasando el día y como a las 2 de la tarde ya me regreso a la casa a estar con mi mamá”, narra.
Yo estoy esperando a que llegue mi momento. Disfruto cada día como si fuese el último y se lo hago sentir así a mi mamá
Y es que este nuevo trabajo le ha permitido a Camilo, según explica, tener más tiempo para hacer otras cosas.
“Si por la tarde quiero salir con mi papá a pasear, a comer un helado o solo a dar una vuelta, ahora tengo el tiempo. Y en parte eso es lo que más disfruto”, dice.
No gana lo mismo que cuando era enfermero, pero es casi igual y con más tiempo libre y de calidad en familia.
Su mamá también trabaja durante la mañana y con eso les alcanza para vivir sin preocupaciones económicas. Además, cómo ya dejó totalmente los tratamientos, tampoco hay gastos médicos.
“Yo estoy esperando a que llegue mi momento. Disfruto cada día como si fuese el último y se lo hago sentir así a mi mamá. Todavía convivo con los dolores y sigo teniendo convulsiones, pero ya cuando uno aprende a vivir con eso; no le afecta, se vuelve parte de la vida, prácticamente“, reflexiona Camilo.
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Todo lo que trabajo lo guardo y cuando llegue el día se lo dejaré a mi mamá. Además de todos los buenos momentos que estamos pasando ahora, quiero dejarle algo que la ayude cuando ya no esté
En junio de este 2023 se cumplen los años de vida que los médicos le dieron a Camilo como pronóstico.
Se cumpla o no lo que le auguraron los especialistas, él espera ese día con mucha tranquilidad, aunque sabe que quizá las semanas previas serán muy dolorosas, pues el tumor quizá lo deje inconsciente de nuevo y posiblemente no alcance a despedirse de su mamá. Se ha mantenido firme en aceptar la muerte desde que tomó la decisión de dejar el tratamiento.
“Todo lo que trabajo lo guardo y cuando llegue el día, sea en junio como me dijeron o después, se lo dejaré a mi mamá. Además de todos los buenos momentos que estamos pasando ahora, quiero dejarle algo que la ayude cuando yo ya no esté”, concluye Camilo, con una sonrisa y los ojos aguados.
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DUVÁN ÁLVAREZ DE LAS SALAS
Redactor de NACIÓN – EL TIEMPO
En Twitter: @Duvan_AD