La frase se le atribuye a Lucy Larcom. “Aquel que planta un árbol, planta una esperanza”, escribió la maestra y poeta estadounidense fallecida a finales del siglo XIX.
Dicha afirmación refleja a su manera el anhelo proveniente de un evento que concluyó la semana pasada. ‘Colombia: potencia forestal sostenible’ fue el título del webinar organizado por Planeación Nacional, el Banco Interamericano de Desarrollo y la firma Estrategias C & C, a lo largo de tres jueves sucesivos.
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Con participación de expertos nacionales y extranjeros, representantes del sector privado, la academia y funcionarios, el ejercicio volvió a poner de presente la inmensa oportunidad que representa para el país el desarrollo de un sector respecto al cual cuenta con condiciones naturales únicas. Justo cuando está a punto de comenzar un nuevo gobierno que les quiere apostar al campo y la diversificación productiva, resurge una opción que aportaría enormes beneficios en múltiples frentes.
No es la primera vez que dicha posibilidad aparece. Al menos desde 1974, el asunto ha estado en la mira de las políticas públicas. Inicialmente el desaparecido Inderena y posteriormente el Ministerio del Medio Ambiente han formulado programas que se han traducido en documentos Conpes, resoluciones, decretos y leyes, a lo largo de casi medio siglo, fuera de los diferentes planes de desarrollo de cada administración.
Sin embargo, la realidad es desalentadora. Frente a un potencial de algo más de siete millones de hectáreas que podrían contener plantaciones con propósitos comerciables, el inventario actual apenas supera el medio millón.
Para colmo de males, la madera proveniente de zonas deforestadas ilegalmente abastece cerca del 40 por ciento del consumo. Una parte importante de las 178.000 hectáreas de bosque que desaparecieron el año pasado se destinó al llamado mercado informal, que de paso acaba de manera irreparable con la biodiversidad.
Revertir parcialmente ese deterioro es imperativo, desde múltiples puntos de vista. En materia ecológica, sería la forma adecuada de cumplir con los compromisos internacionales en materia de emisiones de gases de efecto invernadero.
Por su parte, en el ámbito social aparecerían nuevas fuentes de empleo, con énfasis en las zonas más apartadas de la geografía. Para las comunidades indígenas o afrocolombianas, surgiría una posibilidad de mejora en la calidad de vida, mientras se preservan las cualidades del territorio.
Y en lo que atañe a la economía, la lista es larga y comprende exportaciones, sustitución de importaciones (hoy la balanza comercial del ramo es deficitaria) y encadenamientos que les servirían a múltiples industrias, desde la construcción hasta la fabricación de pulpa y papel. Las llamadas soluciones basadas en la naturaleza están en auge y Colombia tiene cómo proveerlas, comenzando por este capítulo.
El panorama
Ante esa perspectiva, es importante señalar que la demanda global de productos forestales no hará más que aumentar. Tanto el aumento previsto en la población del planeta –que pasará de 8.000 a más de 10.000 millones de personas a lo largo del presente siglo– como la adopción de nuevos usos harán que crezca un mercado internacional cuyo valor anual supera los 270.000 millones de dólares.
Para citar un caso, las consideraciones vinculadas a la sostenibilidad hacen más atractiva a la madera y sus derivados frente a otras opciones. La introducción de compuestos inmunes al fuego, eficientes en cuanto a costo y con condiciones de resistencia que equivalen a los del acero, ya son un factor que impacta al ramo de la construcción en los países industrializados o que impulsaría el segmento de las viviendas prefabricadas.
Un ejemplo más novedoso es la utilización de la biomasa para generar energía. Sin entrar en honduras, los residuos de materia orgánica provenientes de los árboles se llevan a una caldera que produce vapor, el cual mueve una turbina. Así lo comprueba la planta que la firma Refoenergy tiene en Puerto Carreño, con una capacidad de 4,5 megavatios, que abastece de electricidad a la población.
Quienes saben de estos asuntos destacan igualmente lo que se puede hacer con las resinas derivadas de especies como el pino. Desde goma de mascar hasta tintas, pasando por adhesivos, bebidas para consumo humano o aditivos, salen de una categoría que comercia 2,3 millones de toneladas al año, una suma similar a la del cacao.
Además, están los usos más conocidos como papel, cartón o celulosa. Aquí hay aplicaciones adicionales en desarrollo que pueden llegar hasta la industria textil o remplazar parcialmente los derivados del petróleo que sirven para la elaboración de llantas.
Capítulo aparte merece la lucha contra el cambio climático, considerado como la mayor amenaza que enfrenta la humanidad. La capacidad de los árboles de absorber dióxido de carbono es una de las salidas más factibles en el objetivo de lograr la neutralidad entre lo que se emite y lo que se captura, indispensable para que las temperaturas no sigan subiendo.
Puesto en términos esquemáticos, los seis billones de árboles que hasta hace unos siglos ocupaban buena parte de la superficie de los cinco continentes, ahora son apenas la mitad. Si bien son plausibles los esfuerzos para repoblar los bosques con árboles nativos, no hay duda de que las plantaciones en espacios ya deforestados forman parte de la solución necesaria.
En ese sentido, vale la pena destacar lo que ocurre en el plano internacional. En América Latina, Brasil y Chile son jugadores importantes, con décadas de experiencia acumulada. Uruguay, cuya entrada en la escena fue más reciente, verá cómo sus exportaciones derivadas del sector maderero se convertirán en la primera fuente de sus ingresos externos en 2023, por encima de la carne y la leche vacuna.
El estado norteamericano de Georgia igualmente se destaca. Con cerca de 10 millones de hectáreas de bosques, entrega dos millones de trozas anualmente y tiene un impacto anual cercano a los 40.000 millones de dólares. Sostener ese patrimonio implica la siembra de entre 200 y 300 millones de árboles cada 12 meses, resultado de un cuidadoso proceso de investigación, mejoramiento genético y estabilidad en las reglas de juego.
No menos llamativo es que fuera de la labor de corte, existen 206 fábricas primarias y 1.100 secundarias. Según Andrés Villegas, presidente de la Georgia Forestry Association, el segmento paga los mejores sueldos a nivel estatal, dentro del capítulo industrial.
(Además: Impuesto a gaseosas afectaría mucho más a las personas con menores ingresos)
Enmendar la plana
Ante los éxitos ajenos, cabe preguntarse por qué Colombia se encuentra tan lejos de su potencial. Sobre el papel, el país ha hecho muchas cosas bien: el desarrollo legislativo parece ser el adecuado y existen una serie de incentivos y estímulos que resultan fundamentales en el que es un negocio de largo plazo.
Basta tener en cuenta que, dependiendo de la especie, el lapso entre la siembra y el corte de un árbol oscila entre siete y dieciocho años, durante los cuales hay que hacer labores de mantenimiento que incluyen limpieza de corredores o control de plagas. Los expertos señalan que alrededor de tres cuartas partes de la inversión requerida ocurren durante los primeros doce meses, que contrasta con una expectativa de ingreso distante en el tiempo.
Por tal razón, resulta fundamental que el escenario se cumpla. Cualquier factor exógeno que afecte el poder cosechar a tiempo derivará en pérdidas y falta de apetito para continuar.
Una experiencia de la vida real ilustra la afirmación. Hace unos años el propietario de unos terrenos en el Valle del Cauca se acercó a una de las industrias especializadas para proponerle un esquema de asociación en el desarrollo de una plantación de medio millar de hectáreas.
El proceso de permisos comenzó con el jefe de planeación municipal, quien debía certificar el potencial uso del terreno de acuerdo con el plan de ordenamiento territorial y se declaró poco amigo de la especie propuesta. Superado el escollo, llegó el turno de la Corporación Autónoma Regional respectiva, los mensajes contradictorios de los funcionarios de turno y los requisitos de estudios.
La discusión giró en torno a las interpretaciones de leyes y normas. A pesar de que estas permiten expresamente el modelo forestal, más de uno pone en duda el uso de especies como pino o eucalipto y demanda la reposición del bosque nativo.
Y la lista de exigencias sigue con las carreteras de acceso (indispensables para el corte y transporte de los troncos), el material de afirmado de las vías y el requisito de acudir a ministerios como el de Minas o el de Transporte, que también piden estudios de impacto. La historia en este caso llevó a que los propietarios dijeran que no, ante la incertidumbre.
Relatos similares se escuchan por docenas. Plantaciones debidamente inscritas desde hace décadas en el registro forestal no logran la autorización para ser explotadas, porque quien firma el permiso considera que cortar un árbol no es lo correcto, a pesar de que la resiembra está asegurada
Cuando se suman la falta de coordinación institucional, los vaivenes en las opiniones de quienes autorizan, los requisitos de estudios y las dificultades propias de operar en áreas en donde en más de una ocasión hay problemas de seguridad, la desilusión acaba llegando. Más de un inversionista extranjero que llegó entusiasmado ante la combinación de clima propicio y tierra y agua abundante ha liquidado sus posesiones ante los dolores de cabeza experimentados.
Debido a ello, no queda de otra que enmendar la plana y hacer las cosas bien si Colombia aspira a convertirse en una potencia forestal sostenible. La labor comienza por remplazar parte de los 39 millones de hectáreas que hoy se destinan a la ganadería extensiva por plantaciones que tengan masa crítica y atraigan a los siguientes eslabones de la cadena maderera.
Para llegar allí, es indispensable comenzar con una revisión de las normas existentes que comience por limitar la discrecionalidad de los funcionarios y los vacíos en el rol que le corresponde a cada entidad pública. El esfuerzo requiere ser complementado con una labor indispensable de investigación agrícola, que incorpore transferencia de tecnología y de experiencias, junto con la mejoría de variedades adaptadas al terreno y a las realidades climáticas específicas de cada zona.
No menos importante es el diseño de esquemas que permitan agregarle al esfuerzo el adjetivo de incluyente. Modelos de asociación con pequeños terratenientes o con las comunidades que administran posesiones colectivas son una salida a la marginalidad, en la medida en que se diseñen esquemas de ingreso básico en proyectos de larga maduración.
Ese es el motivo por el cual una de las principales conclusiones del evento que terminó la semana pasada fue la urgencia de convocar una misión forestal que proponga los cambios necesarios para que las oportunidades se concreten. Lo anterior se complementaría con la necesidad de que el tema tenga un doliente en el ámbito gubernamental, con el suficiente liderazgo para superar los cuellos de botella que se encuentren.
“Contamos con todas las condiciones para ser una potencia en este campo”, subraya Claudia Jiménez, socia de la firma C & C. En resumen, los elementos están ahí, pero es obligatorio ordenarlos y volverlos coherentes. Ese es el requisito para que la esperanza que significa plantar un árbol en cualquier parte sea en Colombia motivo de progreso y no de más frustraciones.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
@ravilapinto
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