Opinión: ¡Piensen en Bogotá! | columna Voy y Vuelvo – Bogotá


La capital se ha vuelto tan apetitosa para los políticos de todos los colores que, de hecho, el nuevo presidente, además de haberla gobernado, obtuvo su triunfo definitivo justo aquí. Y eso debería ser un aliciente, pero ahora no se sabe.

Hay mucho para sentirnos orgullosos de nuestra ciudad, de su gente, de sus escenarios, de su empuje, de lo que pesa en el resto del país. A tal punto que recientemente fue reconocida por sus acciones en favor del medio ambiente y la revista Times la incluyó en el selecto grupo de 50 destinos para conocer, por su ciclovía, su gastronomía y su política de sostenibilidad. Y hace poco, también albergó el XXVI congreso de ciudades iberoamericanas que promueven el pensamiento estratégico urbano (Cideu). Y la alcaldesa será la cabeza del organismo durante el siguiente año.

Este último reconocimiento no es cualquier cosa, el Cideu es un importante organismo internacional que aboga por el cuidado de las personas, el planeta y la democracia. Y mal que bien, durante las últimas décadas Bogotá ha hecho mucho para merecer este y otros reconocimientos.

Pero no deja de ser angustiante el tono que varias voces del nuevo gobierno nacional están utilizando para referirse al futuro de Bogotá. Primero fue el metro, que algunos simplemente quieren parar y modificar.
Ahora hay voces en contra de proyectos urbanos claves y la nueva ministra de Ambiente, Susana Mohamad, pide que se investigue a la magistrada que en su momento abogó en serio por la recuperación del río de la ciudad. Aunque dice la nueva ministra que es por los líos que enfrenta la planta de tratamiento de aguas residuales (Ptar) Salitre.

Durante el reciente empalme entre ambas autoridades, aunque los asistentes dijeron que se trató de un diálogo cordial, no faltaron las indirectas que no les quedan bien a quienes hoy hablan de acuerdos y pactos nacionales, como eso de insinuar que el empalme era un simple protocolo porque el gobierno de Bogotá “estaba de salida”, cuando le falta año y medio de gestión. 

Es claro que buena parte de la nómina oficial del Ejecutivo que se estrena el 7 de agosto viene del petrismo puro y que muchos de sus alfiles estuvieron al frente de la ciudad en distintos cargos. Y, en términos generales, hay que decir que varios hicieron una buena labor: la misma Mohamad, desde la Secretaría de Ambiente, o William Camargo, desde el IDU, o el cerebro de las reformas económicas de Petro, Ricardo Bonilla, desde Hacienda, para citar algunos ejemplos.

Uno quisiera creer que el hecho de que estas personas ostenten ahora nuevas e importantes dignidades significa una buena noticia para Bogotá. Que podrán aportar mucho a seguir consolidando proyectos estratégicos para la ciudad y sus futuras generaciones, que más que piedras en el camino sembrarán nuevas iniciativas para ayudarle a la capital. Pero tristemente no pareciera ser así. Hay diferencias irreconciliables con este gobierno y un odio visceral hacia el anterior. Las relaciones siempre han sido tensas y los vainazos y señalamientos de parte y parte han sido la constante a lo largo de la última década. Más que consensos y nuevos entendimientos, lo que pareciera primar es el ansia de ‘sacarse clavos’.

Ojalá que en la nueva coyuntura primen el debate argumentado, la sindéresis, el interés genuino por la ciudad y por los bogotanos y bogotanas que han visto grandes transformaciones en su ciudad, que las han pagado con sudor, paciencia e impuestos, y que ojalá lo que hoy advertimos como puntos de discordia no se convierta en puntos de honor, porque ahí sí: apague y vámonos. Primero Bogotá, por favor.

ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor general de EL TIEMPO
@ernestocortes28


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