Ante dificultades como el tráfico, la inseguridad y las restricciones al uso del automóvil, viajar por carretera es uno de los últimos placeres que nos quedan a quienes amamos los carros. Además de la bicicleta o las motos es una de las mejores opciones para conocer un país, de adentrarse en parajes desconocidos y disfrutar del paisaje, la comida y la calidez de sus habitantes.
Tras más de dos largos años de confinamiento, de estar por más de diez horas diarias frente al computador, el plan de vacaciones que había venido armando con antelación con mi esposa estaba a punto de ponerse en marcha: ‘puebliar’ por Colombia.
Aunque en años anteriores habíamos hecho viajes por tierra hacia la Costa Atlántica, el último en el 2016, en esta oportunidad tenía la curiosidad ‘periodística’ de ver qué había cambiado, si era verdad tanta belleza de la que se hablaba en los comunicados oficiales, y en especial, por ver las obras de la ‘entregatón’, como llamó el presidente Iván Duque a las jornadas de cortada de cintas en sus últimos días de gobierno.
El destino principal de esta travesía era conocer Santa Cruz de Mompox, Bolívar, la primera ciudad de la Nueva Granada en declarar su independencia total de la corona española en 1810 cuando era el puerto más importante de la región caribe a orillas del Magdalena.
Mompox o Mompós, tiene 485 años de historia a cuestas, marcada entre otras por la asidua presencia del libertador Simón Bolívar. Se destacan sus hermosas y antiguas casas, algunas acondicionadas como hoteles, iglesias y museos y un malecón que invita a caminar. Todos los comentarios que leímos acerca de la belleza de este puerto sobre el Magdalena se quedan cortos. Es una joya de nuestro país que sin duda hay que conocer. Ojalá pronto terminen de arreglar sus calles que están en obra.
Con la ayuda de Google Maps, la ruta indicaba que debíamos salir desde Usaquén en Bogotá por la vía Cota-Siberia y seguir hacia Guaduas, Cundinamarca, por el tramo 1 de la fallida Ruta del Sol hasta conectar con el tramo 2 hacia San Alberto (Cesar). Después de visitar Mompós la idea era llegar hasta el Golfo de Morrosquillo, a la Bahía de Cispatá y las playas de Coveñas; luego pasar por Cartagena y el Parque Tayrona y desde allí emprender el regreso a Bogotá.
El anuncio decía que “el Gobierno del presidente Duque deja totalmente pavimentados” los 226 kilómetros, con una inversión de 333.000 millones de pesos en obras de pavimentación, mejoramiento, señalización y rehabilitación, además de dejar en ejecución la construcción de la variante Magangué.
Pero nada más alejado de la realidad. Al llegar a El Burro, en donde se gira a la izquierda para seguir hacia Mompós, la cosa pinta mal. Allí la Transversal Momposina empieza con una trocha y más adelante hay tramos que jamás han estado pavimentados y en los que no se puede andar a más de 20 km/h. En realidad solo hay 26 kilómetros de carretera ‘decente’. El consuelo es que uno va de paseo y sin afanes pero, según el gobierno pasado, con este proyecto vial “se impulsa la comercialización de los productos agrícolas de la región y se promueve el turismo de Sucre, Bolívar, Cesar y Magdalena”.
Afortunadamente todo eso se compensa con la belleza del paisaje, de las ciénagas y el paso por poblaciones como Tamalameque, donde nació el mito de la llorona loca, una historia de horror de una noche de parranda, que se volvió una icónica canción gracias al ingenio, la creatividad y el talento del maestro José Barros, de quien hay un busto unos kilómetros más adelante, en El Banco, Magdalena.
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Hay que hacer una parada obligatoria en Magangué para disfrutar la imponencia del río Magdalena desde su puerto y porque hay que destacar la belleza de esa gran obra de ingeniería que es el puente Roncador, entre Yati, corregimiento de Magangué, y Bodega, corregimiento de Cicuco. Mide 2.3 kilómetros de largo, que se juntan con el puente Santa Lucía de un kilómetro de extensión. Sobrecogedor es el paisaje marcado por la ciénaga y la desembocadura del río Cauca entre el municipio Pinillos y el corregimiento Las Flores de Magangué en la región de La Mojana.
Estos puentes permitieron una mejor conexión entre Mompós y la región de La Mojana con el resto del país, pues la Transversal Momposina se une a la ruta del Sol. Anteriormente, para llegar a la isla de Mompós implicaba atravesar el río Magdalena en ferry.
El arranque
Pero volvamos al inicio de este recorrido de 2.545 kilómetros, en los cuales se pagaron 326.500 pesos en 30 peajes, pues me salté a Mompós como si hubiera ido en avión, pero es que el cuento de la Transversal Momposina lo ameritaba. Decía que salir de Bogotá ya era un alivio, luego de sortear la maltrecha vía Bogotá-Cota, que por lo visto no existe ni para las autoridades de la capital ni del vecino municipio.
Tras pasar y pagar el primer peaje, el de Siberia, se transita hacia Villeta por una doble calzada en regular estado y que casi siempre está en obra o con pasos a un solo carril hasta llegar al Alto del Trigo al ritmo de pesadas tractomulas y camiones de todo tipo. Justo en la única parte donde se puede adelantar, pues es una recta con suficiente visibilidad, hay un retén de la Policía de Tránsito con agentes muy atentos a sancionar a quien ose sobrepasar en ese sitio.
Luego vienen los insufribles 22 kilómetros entre Villeta y Guaduas. Es un recorrido que se podría hacer en 20 minutos pero toma en el mejor de los casos más de una hora por una carretera bidireccional de muchas curvas. Un amigo y vecino de Guaduas bien informado me dice que esa vía será prioridad para este gobierno. Habrá que ver, porque el anterior se quedó en el cálculo del valor de la obra, un billón de pesos, y el diseño, que en la mayor parte del trayecto serían viaductos.
Pasando Guaduas se transita por el tramo 1 de la malograda Ruta del Sol, un proyecto planeado hace muchos años para mejorar el tránsito de mercancías y pasajeros entre el centro del país y la costa Atlántica. Por el tiempo que ha pasado, parece ser la carretera más larga del mundo. En 1997 por fin se le dio vía libre a la obra que se vio frustrada por el descalabro de Commsa, un consorcio de 12 empresas que no hizo ni un kilómetro de vía y terminó demandando al Estado colombiano.
(Lea también: Reforma laboral: acuerdan hoja de ruta para presentar informe a la OIT).
Pasando Guaduas se transita por el tramo 1 de la malograda Ruta del Sol, un proyecto planeado hace muchos años para mejorar el tránsito de mercancías y pasajeros entre el centro del país y la costa Atlántica. Por el tiempo que ha pasado, parece ser la carretera más larga del mundo. En 1997 por fin se le dio vía libre a la obra que se vio frustrada por el descalabro de Commsa, un consorcio de 12 empresas que no hizo ni un kilómetro de vía y terminó demandando al Estado colombiano.
De ahí hasta Santa Marta son retazos de obra, pasos a un carril o reducción intempestiva de la calzada sin avisos. Los habitantes de Bosconia, Pelaya, Norean y La Mata, entre otras, deben soportar día y noche el lento paso de tractomulas por el centro de sus pueblos con las cuotas de ruido y el humo de sus motores.
De San Alberto hacia Santa Marta los agentes de tránsito que camuflan sus patrullas en la mitad de las dos calzadas para cazar infractores por exceso de velocidad, pierden su tiempo. Aunque el límite es de 100 km/h, la cantidad de huecos, y en general el mal estado de la vía, no permiten ir a más de 60, salvo que quiera destrozar la suspensión y los amortiguadores del carro. Si usted circula por el carril de la derecha, como debe ser, tenga cuidado, los conductores de taxis de la región que conocen el mal estado de la carretera sobrepasan por la derecha, circulan por la berma, que es la única zona en buen estado
Total: es un desastre. Pero por estos días, el abogado de uno de los implicados en el escándalo de Odebretch por los delitos de lavado de activos y enriquecimiento ilícito, aseguró que la acusación contra su cliente “resulta inocua judicialmente porque no se le hizo daño a nadie”. Seguramente el abogado defensor no se ha percatado de que la corrupción en la Ruta del Sol afectó la industria, el comercio nacional e internacional, a los transportadores, el turismo y la vida de muchos campesinos colombianos.
De vuelta al paseo, les decía que atravesando la Transversal Momposina se llega al Golfo de Morrosquillo, a las hermosas y tranquilas playas de la Bahía de Cispatá en San Antero, Córdoba y de las ensenadas de Coveñas y Tolú, en Sucre. De allí a Cartagena por la Transversal del Caribe, la carretera mejoró sustancialmente. Son 177 kilómetros.
Hasta Cruz del Viso son 112 kilómetros en buen estado, pero en los que hay que estar atentos a las cámaras de control de velocidad que pululan en casi todo el trayecto. Waze se encarga de eso porque la información y señalización reglamentaria que se les exige a los operadores no existe. La velocidad máxima permitida es 80 km/h y literalmente hay que pararse en el freno pues la cámara lo parte si va a más de 40 o 50 por el punto de paso.
(Además: Colombia, uno de los países con mayor jornada laboral de Latinoamérica).
La misma situación se replica saliendo de Cartagena hacia Santa Marta por la Transversal o Ruta Caribe, que tiene otros nombres en diferentes trayectos. El tramo Barranquilla-Sabanalarga-Cartagena es llamado ‘Carretera de la Cordialidad’ y el tramo Barranquilla-Puerto Colombia- Cartagena se conoce como ‘Autopista paralela al Mar’.
En este tramo hay que resaltar el viaducto sobre la ciénaga de la Virgen, saliendo de Cartagena; las obras de reconstrucción del muelle y el malecón de Puerto Colombia y el nuevo puente Pumarejo, aunque llegar a este punto por Soledad es un desastre. Como lo es el tramo entre Barranquilla y Santa Marta.
Esta es una vía atestada de camiones. Llegando al corregimiento de Tasajera se reflejan el abandono y las dificultades de sus pobladores. Un muro con flores marchitas le recuerda al viajero las 45 víctimas que dejó la explosión de un camión cisterna cargado con gasolina el 6 de julio de 2020.
La carretera sigue asfixiando la ciénaga que pide a gritos un viaducto. La ciénaga era, gracias a la pesca, la fuente de trabajo de sus habitantes, quienes además tienen que soportar que los alrededores de sus ranchos de cartón y tejas de zinc construidos sobre pilotes se hayan convertido en un basurero. Así, con ese desolador panorama se llega a Santa Marta tras el caótico paso por Ciénaga.
Luego de manejar más de 2.500 kilómetros e ir recopilando datos, porque es imposible dejar de ser periodista a pesar de estar en vacaciones, la conclusión es que, pese al mal estado de las carreteras, ver los paisajes de Colombia y despertarse con una espléndida vista al mar o disfrutar la puesta del sol, no tiene precio. Colombia tiene mucho que ofrecerles a los turistas nacionales y extranjeros y ojalá el nuevo gobierno lo entienda. Y ojalá también se ponga fin a la costumbre de inaugurar obras inconclusas.
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