Entrevista de Ricardo Ávila a Adam Kahane – Política


El canadiense Adam Kahane es considerado una de las mayores autoridades del mundo en áreas como la mediación y la facilitación de conflictos, tanto en la política como en los negocios o las relaciones internacionales. Con experiencia en medio centenar de países, es autor de varios libros.

Su obra más reciente es Facilitar avances conjuntos: cómo eliminar los obstáculos, salvar las diferencias y avanzar hacia el futuro.

Invitado a mediados de agosto a la asamblea de la Andi, conoce bien Colombia, a donde vino por primera vez en 1997, con numerosos viajes desde entonces. Uno de quienes lo escucharon en ese momento fue Juan Manuel Santos, quien acabaría reconociendo sus aportes, una vez concluido el proceso de paz con las Farc.

Ahora que, tras el paréntesis de la pandemia, pudo regresar al territorio nacional, dice que se encontró con una realidad distinta. Sobre este y otros temas, el actual director de la firma Reos Partners conversó con EL TIEMPO.

¿Qué impresión se llevó de su visita a Colombia?

Me llamó la atención tanta gente que describe la situación actual como extraordinaria. Es una mezcla particular de emoción y ansiedad que se nota cuando un presidente de izquierda es elegido por primera vez. Me recordó, muy guardadas proporciones, lo que sentí en Sudáfrica en los años noventa, poco antes de que Nelson Mandela asumió el poder. Desde entonces ese país y varios de América Latina han repetido la experiencia. Y en esos casos vuelven a evocarse dichos sentimientos, pero ya no se vuelven un drama.

¿Qué otro contraste hace respecto a su visita previa?

La última vez que trabajé en Colombia fue en 2017, en un proyecto relacionado con el norte del Cauca y Buenaventura. 

Ya para entonces existía debate sobre lo que pasaría con el acuerdo de paz, sobre todo entre gente que pensaba que había sido un error y gente que creía que la implementación no era la adecuada. Desde ese momento me sorprendió, y todavía lo hace, que el tema genere tantos sentimientos encontrados. Viviendo afuera, siempre califiqué lo sucedido como un gran éxito, así fuera imperfecto, como es usual en estos casos.

¿Y qué encuentra?

En ese momento no veía, y sigo sin verla, una alternativa mejor que la de que el proceso funcione. De tal manera me sorprendió la falta de apoyo del gobierno pasado y me alivia el respaldo del actual.

La administración Petro ha propuesto la paz total, que sobre el papel es algo mucho más ambicioso que lo hecho con las Farc. ¿Qué lecciones del pasado deberían tenerse en cuenta?

Mi respuesta es obvia. Lo primero es que no existen muchas opciones. Siempre recuerdo algo que dijo en su momento José Miguel Insulza cuando estaba en la OEA. Palabras más, palabras menos, lo que señalaba es que no se trata de conseguir la victoria de unos muchos contra unos pocos, sino de juntar a muchos de un lado y muchos del otro. Puede ser que un acuerdo suene menos heroico, pero es mucho más útil. Y esa es la primera lección: lleguen a un entendimiento, para lo cual todos tienen que ceder.

¿Qué más?

Puede sonar banal, pero la segunda lección es: no firme un acuerdo si no lo va a poner en práctica.

¿Cómo aproximarse a organizaciones regionales y no nacionales?

El punto básico es el mismo. Todos los conflictos involucran diferencias en intereses, en ideologías y en relaciones de poder. Lo que no es realista a la hora de solucionarlos es que aquellos que se sienten a negociar piensen que van a lograr todo lo que quieren.
Puede parecer una diferencia semántica menor, pero usted hace un gran énfasis entre coexistencia y convivencia cuando habla de estos temas. ¿Por qué?

Porque se trata de vivir juntos. Describir un matrimonio como una coexistencia suena como algo frío o estéril. Y esta analogía es válida, porque cualquiera que haya estado casado sabe que se trata de un proceso continuo de altibajos. Un experto en estos temas dice que 69 por ciento de los temas que crean diferencias en una relación de pareja son perpetuos, porque nunca se resuelven del todo. Y los matrimonios que tienen éxito es porque aprenden a convivir a pesar de no estar de acuerdo en muchas cosas. Las otras opciones son aislarse del todo o irse y no suenan como las ideales.

Pasando a un tema más amplio, debido a las redes sociales hay mayor polarización y eso hace más difícil la coexistencia. ¿No le parece?

Creo que es verdad. Hay varios fenómenos que surgen de las redes sociales, y uno de ellos es la capacidad de cada cual de habitar en su propia burbuja y solamente hablar con personas que están de acuerdo. Por eso ahora no hay un punto de referencia común en muchas sociedades. Un caso extremo es el de Estados Unidos, en donde la gente sigue a unos medios de comunicación o a otros, cuya interpretación de los hechos es muy distinta. Aparecen, por lo tanto, ambientes de información específicos y eso complica las cosas.

¿Qué hacer al respecto?

El trabajo que he desempeñado en Colombia y en medio centenar de países de todo el mundo consiste en crear espacios comunes, que pueden ser físicos o virtuales. En estos se consigue que personas que no se hablan o incluso se consideran enemigas puedan encontrarse para conversar y eventualmente actuar en forma conjunta. Dicho lo anterior, no se puede desconocer que las redes sociales les han dado voz a muchos que no la tenían y eso conduce a movilizaciones. Debido a ello, la política es ahora diferente.

¿Cómo ha afectado eso su labor?

Nuestro trabajo siempre ha estado orientado a lograr que la gente que no dialoga con otra lo haga y se dé cuenta de que es algo necesario. En pequeñas cosas la nueva realidad lo hace más desafiante. Por ejemplo, es mucho más difícil sostener una reunión privada. Tampoco es fácil escucharse el uno al otro si todos están mirando su teléfono. Dicho lo anterior, he estado en grupos donde desde hace años nunca se ha filtrado nada. Lo que interpreto es que esos espacios compartidos son muy valiosos y nadie quiere ser responsable de destruirlos. Y claramente la gente debe estar genuinamente presente.

Usted se describe como un facilitador. ¿Qué le hace más fácil su trabajo?

Es verdad que la palabra describe a alguien que hace las cosas más fáciles, y por eso mi oficio es crear procesos, espacios y metodologías que les permitan a las personas conversar y establecer lo que deben hacer, que es algo muy diferente a que yo les proponga una solución. Esto involucra grupos con varias facetas, no solamente a dos. Y para que funcione es clave que aquellos que hablan con sus opositores, que a veces son sus enemigos, lo hagan porque ya se dieron cuenta de que no pueden lograr sus objetivos pasando por encima del otro.

Es decir…

Puesto de otra manera, aceptan intentar una acción multilateral cuando se dan cuenta de que la unilateral ha fallado o puede fallar. Y eso de cooperar entre personas que no concuerdan, no se gustan o no confían en los otros era una idea muy poco común cuando comencé en este oficio 30 años atrás. Ahora está mucho más aceptado. Quizás tenga que ver con que esa relación conflictiva que se deriva de las redes sociales cansa, molesta y descorazona tanto que, si se logra crear un espacio en el cual se puede conversar con el otro simplemente por el hecho de que es un ser humano, da una sensación de satisfacción y entusiasmo cuando se demuestra que es posible resolver los problemas en conjunto.

¿Cómo opera eso en la práctica?

En los seminarios o grupos de trabajo que hacemos, el módulo más sencillo consiste en decirles a los presentes que busquen en el grupo que está sentado a alguien con quien nunca conversarían y se vayan a caminar juntos un rato. Y siempre la experiencia acaba siendo la más popular de todas. Yo creía que era porque simplemente nos podemos concentrar sin distracciones en la persona de al lado.

Eso puede ser cierto, pero una vez en México alguien me dijo que había una razón más profunda, pues, al revés de lo que pasa en la confesión católica, cuando uno primero acepta su culpa y después se le perdona, aquí prima el espíritu de convivencia.

¿Cómo juega la economía en todo esto?

Estuve en Colombia para la conferencia de la Andi, cuya audiencia son personas del mundo de los negocios. El clima era de preocupación por el gobierno de izquierda que acababa de comenzar, con temas relacionados con impuestos o política industrial. Entiendo bien las inquietudes porque tengo experiencia en negocios, pero también he trabajado con muchos gobiernos de izquierda. Es claro que eso no significa el fin del mundo.

Pero el nerviosismo persiste…

Cuando comencé mi carrera profesional en el Reino Unido, por allá en los años ochenta, había una frase muy popular según la cual “no había alternativa” al liberalismo económico de la época. Para quien ha vivido en ese contexto es fácil pensar que el cielo se está derrumbando y hablar de manera arrogante con el tono de “Presidente, déjeme explicarle cómo funciona esto de las inversiones, las utilidades o el talento”. Y yo no creo que eso sea así. No hay una sola manera de generar prosperidad para todos. De hecho, existen muchas alternativas y ese debate hay que aceptarlo, porque puede haber más de una respuesta correcta.

¿No hay que preocuparse?

No estoy diciendo eso, ni mucho menos asegurando que las cosas van a resultar bien para la economía o el sector privado en Colombia. Puede ser que los temores que me transmitieron desde hace años en el sentido de que Petro equivale a Chávez estén justificados. Pero eso de pensar que las cosas se deben hacer de la manera exacta en que diga la comunidad de negocios también puede ser contraproducente.

¿Es posible construir acuerdos?

Me devuelvo a mi experiencia en Sudáfrica. En términos generales se puede decir que el sector privado acabó obteniendo lo que quería de Mandela, con lo cual las cosas siguieron como antes. Tal vez la diferencia ahora sea que hay más millonarios negros, además de los blancos, pero eso no quiere decir que las cosas funcionen bien. Por eso el consejo que les doy es que tengan cuidado con lo que desean, especialmente si su objetivo es mantener el sistema de siempre, que opera bien para algunos y muy mal para la mayoría.

¿Cuál es su consejo para que se entiendan el Gobierno y el sector privado en Colombia?

Es muy sencillo. La principal dificultad en cualquier esfuerzo de diálogo o de colaboración es que cada cual llega pensando que la foto en su cabeza, el entendimiento que tiene de las cosas, es el único correcto. En mi oficio es lo que llamamos descargar un archivo: repito la misma historia una y otra vez. Solo espero que el otro se calle para repetir lo mío. Es como aquellos que comienzan cada frase con “la verdad es que…”. Y la receta para escapar de eso es fácil. Consiste en tomar las ideas propias y hacer algo equivalente a colgarlas de una cuerda para que los otros las vean, de tal manera que si alguien las ataca cuestiona las ideas, no a la persona. Por eso aconsejo que las frases comiencen con “en mi opinión” y si es posible con “en mi humilde opinión”. Todos tenemos una, pero necesita ser contrastada con las demás. La palanca para cambiar la situación consiste en cambiar cómo se escucha y a partir de ahí avanzar. Para lograrlo, todos tenemos que escapar de la burbuja.


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