Inversiones de impacto: cómo empresas invierten en proyectos sociales – Sectores – Economía

Juana Patricia es dueña de una pequeña parcela que queda en una vereda apartada de un municipio ubicado en el suroeste de Antioquia. Desde hace años cultiva lechugas que, una vez crecidas, acabarán llegando a los consumidores de Medellín a través de un comerciante que le compra lo que produce.

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A pesar de trabajar la tierra con empeño desde que tiene memoria, cuenta que antes, al final de cada cosecha, no le quedaba mucho. Una de las razones era que al momento de adquirir lo necesario para sembrar acababa endeudándose con el proveedor de semillas y otros insumos en el pueblo, a quien había que cancelarle el saldo tras despachar los vegetales. Pocos días después, el ciclo de las penurias volvía a arrancar.

Pero la vida de esta mujer de mediana edad cambió cuando recibió la visita de un asesor, quien, con unos cuantos datos y sin siquiera necesitar conexión a la red celular, le mostró que podía solicitar un crédito bancario cuyos pagos estarían ajustados al ritmo de su actividad. Así, en lugar de financiarse a un costo que equivalía a una tasa de interés del 270 por ciento anual, ahora lo hace a una octava parte de ese valor.

Historias similares, que literalmente les han cambiado la vida a miles de campesinos, son cada vez más numerosas. Detrás de ellas se encuentra la firma IncluirTec, que cuenta con operaciones en México, Honduras y Colombia con el propósito de hacer posible la entrega de préstamos a pequeños productores del agro y microempresarios, facilitando su acceso a la financiación formal.

El éxito del proceso, que ha permitido más de 34.000 desembolsos individuales por un monto global de 121 millones de dólares, se basa en una evaluación alternativa de riesgo a partir de la capacidad productiva y el contexto socioeconómico del solicitante. Mediante la combinación de análisis cuantitativos y cualitativos se busca determinar con rapidez si una persona es “buena paga”.

Campesinos

Empresas tienen proyectos enfocados en ámbitos sociales y medioambientales.

Foto:

Jaime Moreno. Archivo EL TIEMPO

“Concluir cada proceso nos toma unos tres días, una fracción de lo que se demora cualquier usuario por el canal tradicional”, cuenta Angélica Acosta, cofundadora y presidente de la compañía. “A pesar de que aquí el énfasis no son las garantías reales ni los codeudores, sino sobre todo la palabra empeñada, la calidad de la cartera supera el promedio del sector bancario”, agrega.

Como todo emprendimiento, IncluirTec busca ser rentable. Sin embargo, su propósito central no es solo ser financieramente sostenible y generar ganancias para sus socios, sino promover el desarrollo de las comunidades en donde trabaja.

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Por ese motivo, pertenece a un segmento que ha venido tomando fuerza en el mundo: el de las inversiones de impacto. “Hay una frase que resume de qué se trata esto: hacer el bien, mientras a uno le va bien”, dice María Elvira Tamayo, quien está a cargo del Consejo Nacional Asesor (NAB, por su sigla en inglés) del tema en Colombia.

Una mirada circular

A pesar de que el concepto es relativamente reciente, pues fue acuñado en este siglo, las estadísticas muestran un salto descomunal en los volúmenes movilizados. Un estudio dado a conocer hace un año por Giin, la red global que apoya la promoción de este tipo de iniciativas, señaló que los activos administrados por las empresas del segmento a lo largo y ancho del planeta habían alcanzado 1,16 billones de dólares.

Vale pena anotar que un informe publicado un tiempo atrás por la revista The Economist sostuvo que en 2015 la cifra era de 35.000 millones de dólares. De tal manera, en algo más de un lustro el salto ha sido de más de 30 veces, por lo cual no se puede hablar de una moda pasajera, sino de algo permanente con un peso específico notorio.

El Estado colombiano es un importante receptor de cooperación internacional, pero hay vacíos que necesitan ser llenados: no existe una política pública integral que establezca reglas de juego

De hecho, los principales fondos de inversión del planeta —incluyendo algunas de las casas más tradicionales de Wall Street— cuentan ahora con áreas especializadas que se dedican a evaluar iniciativas de todo tipo. Así responden a las exigencias del público o de las firmas que les entregan recursos, los cuales demandan de manera cada vez más notoria que su dinero no se traduzca en prácticas contaminantes, en la depredación de recursos naturales o en el empobrecimiento de la gente más vulnerable.

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Si bien hay definiciones más o menos amplias, lo que se busca usualmente es llevar capitales que una vez empleados en proyectos productivos tengan consecuencias benéficas tanto en lo social como en lo ambiental. Un requisito es que el impacto se pueda medir, para lo cual han sido diseñadas metodologías con métricas que además deben responder a los criterios de transparencia y rendición de cuentas.

Queda claro que no se trata, entonces, de hacer filantropía, así en algunos casos los socios de una compañía específica acepten rendimientos más bajos que los del mercado. No obstante, las encuestas que se han hecho muestran que la mayoría de las empresas del sector buscan resultados normales, con la intención de perdurar.

Lo anterior no choca en absoluto con la ayuda que países prósperos, fundaciones y organizaciones de diversa índole envían al mundo en desarrollo. Para usar la figura bíblica, así regalar pescado sea encomiable, también es fundamental enseñar a pescar y hacer que muchos más se valgan por sí mismos.

Si bien no faltan las críticas a esta especie de capitalismo con corazón, son incontables los ejemplos de cómo es posible hacer negocios y al tiempo mejorar la calidad de vida de millones. Tanto en Asia como en África, al igual que en América Latina, hay numerosos casos de inversiones de impacto que se han traducido en más inclusión financiera, prácticas agrícolas sostenibles, acceso a energía por medio de tecnologías limpias e ingresos más elevados para quienes están en la base de la pirámide.

Colombia cuenta con una cantidad cada vez más grande de firmas dentro del renglón. Symplifica es una plataforma que permite contratar empleadas domésticas, asegurando que todo se haga de manera formal; Suncolumbia y Soluna llevan soluciones de energía solar a lugares apartados del territorio nacional; Acceso conecta a pequeños productores de alimentos de la canasta básica con las grandes superficies para eliminar eslabones de la cadena de intermediación; Selva Nevada fabrica helados a partir de frutas exóticas obtenidas por pequeños cultivadores de manera amigable con el entorno en las zonas de conflicto; Azahar compra, tuesta y vende café verde de alta calidad y les paga el grano a los caficultores muy por encima del precio interno.

En fin, la lista es extensa y debería ser cada vez mayor. Virgilio Barco, de Acumen, sostiene que si hace unos años había en el país más dinero que iniciativas viables, ahora la realidad es muy distinta. “Podría decir que casi a diario estudio propuestas que ya están en marcha, detrás de las cuales hay profesionales muy capaces, con una gran creatividad, que buscan dejar una huella positiva en esta sociedad y solucionarles problemas a sus semejantes”, subraya.

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Inversiones de impacto: lo que falta en Colombia

Aunque en el territorio nacional se han dado pasos importantes en lo que atañe a inversiones de impacto, quienes están involucrados en el asunto sostienen que se puede ir mucho más lejos. Un estudio reciente de la firma Econometría muestra que el año pasado los fondos acumulados destinados a este acápite habrían ascendido a 473 millones de dólares. Cuando se aplican criterios más o menos estrictos, el monto oscila entre 167 y 397 millones de dólares.

Cualquiera de esas cantidades es importante y demuestra que ya se ha labrado un camino. Pero la meta consiste en hacerlo más amplio y extender su longitud, con lo cual de paso quedaría en evidencia que, en contra de la retórica de algunos, el sector privado es crucial para que el país avance en la dirección correcta.

Sin duda el tema resulta atractivo. El jueves de la semana pasada tuvo lugar en Bogotá el primer encuentro de inversión de impacto, organizado por NAB Colombia, al cual asistieron unas 350 personas. Durante la instalación, María Elvira Tamayo señaló que lo hecho hasta ahora está directamente relacionado con 15 de los 17 objetivos de desarrollo sostenible establecidos por las Naciones Unidas, dentro de los cuales se encuentran la generación de empleos decentes o la disminución de la pobreza.

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Además, la ejecutiva resaltó la presencia de mecanismos financieros innovadores como los llamados bonos de impacto social, de los que han hecho varias emisiones. De manera complementaria, se destaca que el Estado colombiano es un importante receptor de cooperación internacional con un flujo cercano a los 800 millones de dólares anuales. Esta se encuentra en un proceso de reinvención, con lo cual pueden abrirse oportunidades para los nuevos emprendimientos.

Sin embargo, hay vacíos que necesitan ser llenados. Para comenzar, no existe una política pública integral que sirva para asignar responsabilidad, delimitar linderos y establecer las reglas de juego.

Un documento escrito por un grupo de expertos, encabezados por Ximena Cadena, de Fedesarrollo, identifica que hay falta de coordinación entre los distintos actores, un relativo desconocimiento de lo que significan las inversiones de impacto, ausencia de buenos sistemas de información que servirían para estandarizar criterios de medición y métricas, entre otros. Mención aparte merece la inexistencia de una estrategia nacional que permitiría catalizar el arribo de capitales.

Dentro de las estrategias propuestas, la recomendación es comenzar por un documento del Consejo de Políticas Económica y Social (Conpes), cuya redacción le corresponde al Departamento Nacional de Planeación, pero que también involucraría a ministerios como Hacienda y Comercio, fuera de la propia Presidencia de la República. En segundo término, habría que designar responsables encargados de hacer seguimiento, al igual que conformar instancias de articulación y diálogo entre los sectores público y privado.

Por otra parte, se aconseja trabajar en el fortalecimiento de capacidades, la redacción de marcos normativos y, eventualmente, la creación de fondos a cargo de Bancoldex. Incluso se podrían fortalecer mecanismos existentes como aquellos que buscan fortalecer el emprendimiento femenino.

Esas y otras propuestas confirman que hay mucho camino por hacer todavía. Tanto dentro como fuera de Colombia, el consenso de quienes han estudiado el asunto es que el énfasis en las inversiones de impacto apenas comienza.

La razón es que no solo se trata de contar con acceso a fondos millonarios, sino de darles a estos un propósito social y ambiental que sirva para cerrar brechas de ingresos, igualar la cancha de las oportunidades y que contribuya a preservar la biodiversidad al tiempo que se reduce la huella de carbono, como principales fines. En ese objetivo, la tecnología ayuda a facilitar procesos que antes tardaban años al conectar ofertas con necesidades, diseminar conocimientos y acortar las distancias.

Mucho de eso acabará sucediendo con o sin el apoyo entusiasta del Gobierno de turno. Aun así, a la administración Petro le serviría mucho canalizar los recursos privados adicionales para enfrentar los grandes desafíos actuales. Además, no hay duda de que el recorrido será más fácil si, como ocurre en México, en el país hay una aproximación más explícita hacia inversiones que impactan positivamente la vida de las personas.

RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
En X: @ravilapinto

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