Lo que sucede en TransMilenio es un reflejo de lo que vivimos como sociedad. El relativismo ético que busca justificar las acciones para no pagar el pasaje o para aprovecharse de los problemas del mismo sistema ha convertido la evasión en una opción válida para el 30 % de los usuarios.
En tan solo 3 años se duplicó el porcentaje de colados, es decir, usuarios que le roban al sistema de manera consciente y sin asomo de vergüenza.
Las modalidades no han cambiado mucho y tampoco las formas de acceso para evadir el pago. Los torniquetes registran el mayor porcentaje de colados (15 %), seguidos por el paso a través de las barreras de discapacidad (10 %) y las puertas de las estaciones (4 %). Es tal el descaro que en estaciones como Molinos, Socorro y Bicentenario las estimaciones de personas que evaden el pago del pasaje superan el 60 %.
Y es que con el tiempo se ha construido una narrativa negativa frente a TransMilenio, lo que ha derivado en constantes ataques: cada vez que los ciudadanos salen a las calles para manifestar sus inconformidades, su enojo se traduce en bloqueos al sistema o en vandalismo contra buses y estaciones, una forma absurda de expresar su cansancio con el modelo de negocio que sustenta el servicio público. ¿Qué se ha logrado con eso? Afectar aún más las finanzas del sistema, lo que a la postre se refleja en deficiencias a nivel de infraestructura y operación. Por supuesto, la calidad del servicio, seguridad, frecuencias y comodidad inciden en la percepción ciudadana sobre TransMilenio. Sin embargo, los colados son un problema más, que se suma a la presencia de vendedores ambulantes; robos, violencia y acoso sexual; basuras y deterioro de las estaciones y portales. A tal punto ha llegado el desprecio por el sistema que es común ver a usuarios que viajan con colchones, neveras, motos y todo tipo de objetos sobredimensionados, sin importarles los demás pasajeros. Y al igual que a los colados, nadie les dice nada. Esto no es solo un problema social; es una pérdida de valores y de cultura ciudadana para convivir en sociedad.
La evasión también tiene impactos en el deterioro de la percepción del usuario pues, a pesar de las múltiples mejoras que se han realizado al sistema en los últimos años, pocos reconocen las inversiones en la ampliación de estaciones y renovación de la flota. Mientras tanto, las pérdidas económicas por semana son cercanas a los 10.000 millones de pesos, debilitando aún más las finanzas del transporte público y ampliando el hueco fiscal para evitar su quiebra. Y aunque se han probado diferentes medidas para mitigar este problema, ninguna ha servido. Tal es el caso de las barreras perimetrales, el cambio de puertas, el aumento del pie de fuerza de la policía y de las cámaras de videovigilancia. Para los colados no hay límites: ellos calculan el riesgo de ser multados, pues saben que la evasión no se considera delito sino contravención. Solo el 1 % paga la multa establecida en el código de policía.
Ante este panorama han surgido diferentes propuestas para solucionar el problema de los colados. Algunos expertos plantean aumentar controles, sanciones y castigos, y otros hablan de cambiar los torniquetes por puertas altas, incorporar barreras piso-techo y pasillos motorizados… en otras palabras, nos seguimos centrando en cambiar la infraestructura y las condiciones físicas de las estaciones y los vehículos.
Todo lo anterior puede servir; no obstante, es clave tener un mejor perfil del colado; identificar cuántos y quiénes lo hacen por oportunidad, falta de recursos o insatisfacción con el servicio. Necesitamos entender cuáles son las razones para no pagar y, sobre esa base, pensar las estrategias.
Cambiar el comportamiento del usuario que no paga significa trabajar desde la pedagogía y la cultura ciudadanas para hacerle entender el uso adecuado de los servicios públicos y el respeto por los bienes de la ciudad, tema que debe ir acompañado de la sanción social. Tolerar la evasión no es ético, ya que perjudica a todos los usuarios en su conjunto. Pero, más allá de implementar dichas estrategias, es necesario mejorar el servicio para cambiar el discurso de odio contra el sistema, muchas veces exacerbado por los mismos políticos en campaña electoral. Con ello lograremos recuperar el sentido de pertenencia, pues, al fin y al cabo, TransMilenio es patrimonio e ícono de los bogotanos.
OMAR ORÓSTEGUI
Director de Futuros Urbanos
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