Trabajadoras domésticas | Estos son sus peores problemas de transporte – Bogotá

Las empleadas domésticas son los trabajadores urbanos que más se demoran cada día en el transporte en Bogotá. Mujeres como Belén García, nacida en Neira (Caldas) y residente en la ciudad luego de ser víctima de desplazamiento forzado, viven todo un drama para llegar a su lugar de trabajo: por ejemplo, cuando vívía en Altos de Cazucá, en los límites de la capital con el municipio de Soacha, podía demorarse hasta seis horas para ir y venir de las casas donde trabajaba. Hoy vive en Usme y aún se gasta casi tres horas por trayecto.

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“El SITP es muy demorado. Entonces debo caminar de 20 a 25 minutos hasta encontrar un alimentador para llegar al portal. La peor parte es el trayecto del portal Usme a la estación Molinos (…), es una vía muy estrecha; cualquier problema, se queda encerrado uno ahí. Y el regreso a casa es aún peor, el tiempo que uno gana en TransMilenio lo pierde esperando alimentador (…). Debido a toda esta demora hay que pagar otro pasaje, porque ya el transbordo se ha pasado. No alcanzo y debo tomar un transporte ilegal, que me vale 1.500 pesos más para llegar a la casa”. Estas son las palabras, de Belén y ya no están solo en una conversación cotidiana, invisible, sino que están disponibles en Spotify, en uno de los canales del proyecto transmedia Invisible Commutes.

Por mucho tiempo, las historias de las trabajadoras domésticas en el transporte público de nuestras ciudades han permanecido invisibles. El clasismo, el racismo, el machismo, el capacitismo y la gordofobia que sufren en los entornos urbanos no se explora ni se conversa”, dice el proyecto en su sitio web, www.invisiblecommutes.com.

La directora de Invisible Commutes, Valentina Montoya, Ph. D. en Derecho de la Universidad de Harvard y una mujer experimentada en temas de género, planeación urbana y movilidad, busca, precisamente, que estas mujeres nunca más sean invisibles a la hora de planear las ciudades.

“Empecé a investigar el tema en Bogotá y Medellín. Hice entrevistas con ellas, para saber por qué se demoraban tanto, y empezaron a salir temas de violencia sexual y racial. Cuando terminé la tesis, los planeadores de transporte me decían: ‘Muy lindo tu cuento, pero es un grupo chiquitito’, no vale la pena focalizar el transporte así de específico. Y yo dije, no, esto no es un tema solo cuantitativo, sino cualitativo”, cuenta Montoya.

Entonces, empezó una solitaria cruzada para ahondar en la movilidad de ellas no solo desde las cifras, sino desde la empatía. Escribió papers, publicó artículos, se conectó con la información del tema en América Latina a través de lecturas y sindicatos de trabajadoras y, poco a poco, desde su posición privilegiada como mujer blanca, profesional y con alta educación fue entendiendo sus dolencias.

No son pocas: según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 14,8 millones de personas son trabajadores domésticos (91 % son mujeres). Ignorar lo que le pasa a 14,8 millones de personas es como invisibilizar a todos los habitantes de Bolivia o a casi todos los habitantes de Ecuador.

Y no son pocas aquí: en Colombia, el DANE estima que entre 700.000 y 1’000.000 de mujeres se dedican a esto, y solo en Bogotá se calcula que son más de 150.000.

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Las cinco pesadillas

De acuerdo con Montoya, hay cinco problemas en la movilidad de las trabajadoras domésticas.

Uno: sus viajes duran mucho más porque, por su situación económica, se ven obligadas a vivir en zonas periféricas y a trasladarse hasta una casa en zonas residenciales desconectadas de transporte público. “Yo suelo preguntar, cuántas rutas de bus pasan por Rosales en Bogotá o cuántas llegan hasta el último rincón de El Poblado en Medellín”, dice.

Y no es una exageración: así se lo contó una mujer a la que entrevistó para escribir el paper ‘Domestic workers’ commutes in Bogotá: Transportation, gender and social exclusión’. “Eso significa, por ejemplo, que una trabajadora doméstica, cuyo trabajo queda en las zonas nororientales empinadas de Chapinero, Rosales o Usaquén, tiene dos opciones: la primera es una larga caminata hasta una de las estaciones más cercanas, lo que aumenta su tiempo de viaje; la segunda opción es pagar por un carro compartido informal o por un taxi que la lleve hasta arriba, lo que incrementa el costo de su viaje. Mary tiene que caminar 20 minutos hasta la casa de su empleador desde la estación Calle 63. Para cuando llega, ha estado caminando más de 1 kilómetro y está físicamente cansada aún antes de empezar su trabajo”, dice el estudio, escrito junto Germán Escovar.

Precisamente, el segundo problema es que por los largos trayectos, muchas veces las trabajadoras domésticas se ven obligadas a pagar más de un tiquete y cada peso, en sus bajos salarios, cuenta. En Bogotá, por ejemplo, si la ventana para hacer transbordos es de 110 minutos, pero un solo trayecto de una trayecto les toma hasta 180 minutos, tienen dos salidas: o pagar otro pasaje al sistema o arriesgarse a tomar transporte informal.

El tercer problema es la violencia basada en género
. “No solo son mujeres y hay mucha normalización de ese tipo de violencia, sino que hay dificultad en el reporte de casos. Una de ellas me contaba que posiblemente la Policía no le prestaría atención y que, incluso si lo hiciera, tardaría mucho en hacer la denuncia, llegaría tarde al trabajo y podrían echarla”, cuenta Montoya.

El cuarto problema es el racismo que viven en el transporte.
Mujeres afro e indígenas, que por brechas deben dedicarse a este oficio, sufren violencia racial en buses. “Es todo el tiempo. Ellas cuentan ‘no se sentó a mi lado porque creía que se iba a ‘untar de negra’”.

Invisible Commutes

Reinalda, trabajadora doméstica en Medellín.

Y, quinto, están expuestas en mayor medida a temas de salud pública. Por ejemplo, el más reciente artículo publicado por Montoya, junto a Laura Iguavita y Segundo López, ‘Breathing in and out: Domestic workers high exposure to air pollution in Bogota’s public transportation system’, demuestra cómo el ser dependientes del transporte público – 82 por ciento de ellas lo usa para movilizarse, según la Encuesta de Movilidad 2015- las expone más a la inhalación de contaminantes como el PM2.5. “Además, no tienen acceso al sistema de salud. Si se enferman, no tienen como tratarlo”, apunta Montoya. Aunque, eso sí, reconoce que la renovación de tecnologías en el transporte público puede ayudar a reducir esos riesgos.

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Gritarlo al mundo

“Todo eso se lo conté a un primo. El me dijo ‘esto es muy grave y hay que mostrarlo. Los papers que usted escribe se los leen por ahí cinco personas que trabajan en transporte, pero esto debe tener una salida masiva’”, cuenta Montoya. Y fue así cómo, en 2021, Junto a los realizadores Andrés González y Daniel Gómez, se lanzó Invisible Commutes.

Y fueron ellas mismas, las trabajadoras domésticas, quienes contaron sus travesías en medio de ciudades que no han pensado en ellas. En Spotify están sus voces contando en menos de cinco minutos a qué se enfrentan día a día.

Como relata Montoya en un artículo escritor para la ReVista Harvard Review of Latina America, “hasta octubre del 2021 publicamos las experiencias de movilidad de 24 trabajadoras domésticas en las ciudades de Neiva, Manizales, Medellín, Apartadó, Turbo y Bogotá en Colombia, así como en Lima en Perú”.

Luego, se sumaron voces de México. Y se espera que cada vez se sumen más a contarlo en voz alta y que, además, sugieran soluciones. Pero la tarea no es fácil: “Ellas nunca han pensado que tienen una palabra que decir la ciudad en la que habitan porque las han metido tanto en lo privado que no logran imaginarse eso” , comenta Montoya.

Ellas nunca han pensado que tienen una palabra que decir la ciudad en la que habitan porque las han metido tanto en lo privado que no logran imaginarse eso

Pero los esfuerzos siguen. Incluso, Invisible Commutes está preparando un documental que conozca la movilidad de ellas, las invisibles, a partir de dos voces: la de Belén García en Bogotá y la de Reinalda en Medellín. “Contaremos los retos a los que se enfrenta y haremos los recorridos con ellas. Habrá también fragmentos de historias de otras ciudades”, dice Montoya, pero reconoce que el trabajo va a paso lento: dependen de la recolección de fondos para financiar este trabajo que hoy se hace sin ningún tipo de respaldo económico salvo lo obtenido en un concurso de la OIT en que obtuvieron el segundo puesto y algo de dinero.

“Es un proyecto que se ha hecho básicamente por amor al arte y para ver si alguien se sensibiliza frente a la situación”, afirma Montoya y agrega que la meta de este año es constituirse como una organización sin ánimo de lucro para facilitar aplicar a convocatorias.

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Primeros auxilios

Si bien las reformas que se requieren para que las trabajadoras domésticas puedan gozar del derecho a la ciudad -un concepto promovido por la ONU- son estructurales, hay unas primeras acciones posibles de ejecutar.

“No es solo responsabilidad del Estado, los empleadores tienen mucho para hacer. Si un empleador es más flexible con los horarios de ingreso y salida y nos las hace movilizarse en horas pico, les transforma el recorrido”, anota Montoya.

También invita a los tomadores de decisiones a ver ejemplos del exterior: “En Buenos Aires hay una tarifa diferenciada con un gran descuento que se enfoca en trabajadoras domésticas”.

Y, sobre todo, hace un llamado a reconocer que, hasta ahora, las ciudades no han sido planeadas para todos: “En América Latina, se han planeado para los carros; en segundo lugar, para los sistemas de transporte y estos conectan los barrios pobres con los centros industriales, pero no consideran como lugares de trabajo a las zonas residenciales”.

Recuperar tiempo para las trabajadoras domésticas les abriría las puertas a espacios que, aunque parecen obvios para otros, para ellas no siempre lo son: para descansar, cuidar a sus propios hijos, estudiar, recrearse. Y si funciona la ciudad para ellas, seguramente, dice Montoya, funcionará para muchos otros ‘invisibles’.

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¿Cómo puede ayudar?

Donando: Invisible Commutes cuenta con un Patreon donde usted puede hacer aportes monetarios que pueden ser de 3, 10 o 50 dólares al mes. Por cada monto de donación, usted recibirá a cambio contenido exclusivo y, además, apoyará la creación de más contenido multimedia para que el tema sea cada vez más visible.

Compartiendo testimonios: Si usted es trabajadora doméstica o conoce a una que quiera compartir su testimonio de movilidad, puede escribir al correo electrónico invisiblecommutes@gmail.com. Allí, podrá enviar audios, fotos, videos o una historia escrita. Si es necesario, el equipo la guiará en el proceso o, incluso, podrá recibir el material vía WhatsApp o por el canal que más se le facilite. La convocatoria está abierta para todas las ciudades de América Latina. Entre más testimonios y diversidades haya, más completo será este trabajo.

ANA PUENTES
En Twitter: @soypuentes



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