¿TransMilenio gratis?: Columna de Ernesto Cortés Fierro – Bogotá


La desfachatez con que un sujeto se cuela en TransMilenio y no solo reconoce su falta sino que se vanagloria de ella, enrostrándole un billete a la periodista de Citytv para decirle que él sí tiene con qué pagar, solo que no se le da la gana, produce repugnancia.

Porque demuestra no solo que quienes evaden el pago en el sistema son ladrones que le roban a la ciudad, sino que pone de manifiesto que la tal crisis por la falta de pasajeros en TransMilenio puede no ser tan real, sino que a los colados no los cuentan. Las cifras que se conocieron recientemente son escandalosas: el 30 % de los usuarios no pagan el pasaje, se meten por las puertas que no terminan de arreglarse, saltan sobre el torniquete o se arriesgan cruzando la troncal.

Esta semana se comentó que una fórmula para evitar este desangre (que supera los 300.000 millones de pesos al año) es optar por la gratuidad del pasaje. Que no se cobre. Que eso ya lo hacen un centenar de ciudades en el mundo. Que se trata de un servicio público como la salud o la escuela y que, por tanto, debe ser asumido por la ciudad.

Carlosfelipe Pardo, autoridad en la materia, hizo gala en las redes sociales con esta fórmula. Y para ello exhibió un sinnúmero de estudios y de cifras y de conceptos sobre cómo esta podría ser la salida para atacar la evasión en el transporte público y, de paso, ayudar al medio ambiente. Me leí con atención el chorrero de informes con el que intentó ‘descrestarnos’. Hay algo de cierto en sus planteamientos: la gratuidad no es solo que el pasaje no se cobre sino que los costos sean asumidos por el Gobierno o por un tercero o alguna entidad; incluso, por una universidad que quiera crear un sistema de buses exclusivo para sus estudiantes.

Y el esquema también permite que la gente se baje del carro, que la ciudad se mueva más rápido y sea más productiva y que hasta los más pobres se sientan libres de andar por las calles sin la presión de tener que pagar un pasaje. Hay muchas fórmulas que se vienen aplicando en varias partes del mundo. Lo que Pardo no aclara es que las ciudades que pone como ejemplo no superan el millón de habitantes. Que en muchas el experimento fracasó por varias razones: el transporte público se llenó de habitantes de calle, se vandalizó, vivía sucio, aumentaron los pasajeros pero también las quejas de los usuarios; en algunos lugares dejó de ser equitativo y fueron los ricos los que ganaron, pues ya no gastaban gasolina en sus carros; en otras se aplicó la gratuidad del pasaje de forma temporal o resultó ser un fracaso en zonas donde la gente vivía demasiado lejos y le resultaba más práctico seguir con su vehículo. Valga decir que acá sucede algo parecido. Antes de la pandemia, el 34 % de los habitantes de Sabana Centro ya eran de Bogotá. ¿Habría transporte público gratis para ellos? En otras ciudades ocurrió algo peor: los que andaban en bici o caminaban se pasaron al bus porque era gratis… pero contaminaba más.

De su análisis, Pardo deja por fuera el que para mí es el tema central: cultura ciudadana. Si acá se hiciera pedagogía en abundancia sobre lo que significa un bien público y un servicio como el transporte; si no lo vandalizáramos, ni nos coláramos, ni maldijéramos del único medio eficiente que hemos tenido, otro sería el cantar. Por el contrario: nos jactamos de que TransMilenio ‘dé papaya’ para colarnos, de que las puertas sigan sin arreglo y que no se controle más eficazmente la inseguridad, las ventas ambulantes en puentes y estaciones, etc.

Bogotá tiene casi 8 millones de habitantes. No es una ciudad europea, ni americana ni escandinava; por tanto, el análisis no debe quedarse solo en lo económico, sino que debe abordarse desde lo social y lo cultural. Hay que aprender a valorar lo que nos pertenece a todos.

Bogotá tiene muchos otros problemas que resolver como para que deba asumir la carga del transporte público, que ya es bastante y muchos los beneficiados con subsidios. Solo los gastos de funcionamiento para 2022 serán de 142.000 millones de pesos. Dirán algunos que volvamos a una empresa pública de transporte; sí, claro, para que se llene de sindicatos, burocracia e ineficiencia, hasta que se quiebre.

Lo que sí me quedó sonando fue lo que hicieron en algunos países: dejar temporalmente gratis el transporte público debido a la inflación y el alza en la gasolina.

ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
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