Esta semana asistí a uno de los actos más conmovedores a los que he asistido en muchos años: el lanzamiento del libro La mejor lección, de la Secretaría de Educación de Bogotá.
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Se trata de una colección de 23 excelentes crónicas que retratan historias fascinantes, de maestros fascinantes y estudiantes excepcionales. Cada línea y cada párrafo desgarran el alma, por su crudeza, pero también por su grandeza. Es un texto plagado de héroes y heroínas que se jugaron el todo por el todo durante los aciagos días de la pandemia.
Está la maestra que recorrió 800 kilómetros hasta llegar a la última casa de una vereda en Usme para impartir educación; la del maestro que enseña a niños que deben pasar largos días en hospitales y que ha llorado cuando, de repente, las enfermedades se los han llevado. O la joven que se convirtió en la primera de su familia en llegar a la universidad gracias a una beca. Y qué tal la del niño que solo puede comunicarse con el movimiento de sus cejas y hoy consigue mejorar su aprendizaje a través de una tableta que le suministró la misma Secretaría y que le ayudan a manipular sus acompañantes.
Lo más valioso de todo esto es que se trata de profesores y profesoras con los que cuenta Bogotá. Seres humanos hechos de un material que no todos tenemos: paciencia, arrojo, coraje y mucho amor.
Y qué bueno saber que existen. Diría uno que mientras haya personas así, la humanidad no está perdida y no está perdida nuestra ciudad.
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Hay que salir y respirar su aire, asistir a la cantidad de eventos programados para su fiesta.
Quise exaltar esta labor precisamente cuando nuestra ciudad celebra sus 484 años. Maestros y maestras, funcionarios públicos que hacen una labor encomiable, merecen ser reconocidos en esta efemérides. Como muchos otros tantos que silenciosamente nos hacen la vida un poco mejor: el jardinero, la barrendera, el policía, la artista, la mesera, el obrero, el bombero, la taquillera de TransMilenio, etc.
Y este cumpleaños debería ser también un recordatorio de que Bogotá ha avanzado mucho, y que como toda ciudad cosmopolita, sus problemas también se agigantan. Pero es una ciudad ejemplar, con cambios que le han permitido ser ícono a nivel global: con su TransMilenio, sus bicicletas, su comida, su Rock al Parque, sus escritores, su talento.
Y en lo físico, quién puede dudar de que hoy los cambios son evidentes: tenemos bibliotecas hermosas, como la Virgilio Barco, la Santo Domingo y la del Tintal, construidas hace apenas 20 años. Un transporte masivo que nos alejó de la pesadilla de los buses destartalados, viejos e inhumanos. Hay más vías y un aeropuerto catalogado como el mejor de Latinoamérica. Tenemos cientos de parques de todos los tamaños, iluminados, dotados, con pistas de patinaje, de atletismo y demás.
Bogotá es la número uno en turismo, en inversiones, en competitividad, en la realización de eventos; es una ciudad de servicios, de pequeños microempresarios y privilegiada con unas montañas que todos envidian.
¿Que tiene problemas? ¿Que le faltan muchas cosas? ¿Que es caótica? Por supuesto, si solo eso es lo que queremos ver, no hay discusión. Nuestra ciudad y sus ciudadanos sufrimos con los trancones, con los terribles hechos de inseguridad, con el avivato y con sus calles no siempre bien aseadas. Pero eso dice más de nosotros que de la ciudad. Las grandes transformaciones que ha tenido en menos de un cuarto de siglo han sido posibles también porque ha contado con gobernantes visionarios (exceptuando a Samuel Moreno), que mal que bien, han logrado consolidar proyectos, quizás no con el mismo énfasis y la misma pasión, pero ahí van. El cable de Ciudad Bolívar es un ejemplo, las nuevas líneas de TransMilenio, la continuidad del metro, las nuevas ciclorrutas, colegios y hospitales que empiezan a ver luz al final del túnel; presupuestos cada vez más abultados para educación, transporte eléctrico y muchas cosas más.
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Si todo esto ha sido posible a pesar de esa infinita capacidad que tienen los políticos para desconocer lo que ha hecho el otro o para no expresar una mínima voz de aliento durante la crisis más severa del covid-19, imagínense lo que sería hoy nuestra ciudad si, por el contrario, se hubieran puesto de acuerdo en la construcción de una ciudad más allá de esos odiosos cuatro años de mandato. Quizás nuestros males serían mucho menores.
Pero no amarguemos la fiesta, Bogotá está de cumpleaños y hay que sentirse orgulloso de ella. Hay que salir y respirar su aire, asistir a la cantidad de eventos programados para su fiesta; hay que visitar el Jardín Botánico, el Planetario, la Candelaria, el centro, sus parques, sus plazoletas; hay que ir al Festival de Verano, recorrer sus librerías, caminar para conocer la movida del grafiti y del arte urbano; visitar los mercados campesinos, pedalear por ahí, comer por ahí, rumbear por ahí. Gocémonos este cumpleaños porque esta es nuestra ciudad y también le hace falta una muestra de cariño.
Vi por ahí que habrá una jornada de ‘limpiatón’. Es sencillo: ayudemos a lavar fachadas, a recoger papeles en el parque o en el humedal; a limpiar postes, a acomodar mejor las bolsas de basura o a barrer la calle sucia de nuestra cuadra.
Ese pequeño gesto de amor que tengamos hoy con nuestra ciudad será tan constructivo como las historias de los maestros que les acabo de contar. ¡Felicidades, Bogotá!
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
@ernestocortes28
erncor@eltiempo.com
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