Entre luces y sombras / Análisis Ricardo Ávila – Sectores – Economía

No ha sido fácil para los analistas encontrar un patrón ideológico claro tras la más reciente ronda de procesos electorales en América Latina. Si hasta hace un tiempo la llamada ‘ola rosa’ que condujo a la llegada de candidatos provenientes de la izquierda a los distintos palacios presidenciales parecía ser la norma, el panorama ahora es variopinto.

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Así lo muestran los comicios de este año en Paraguay, Guatemala y Ecuador, en los que los ciudadanos escogieron a representantes de diversas tendencias. Sigue pendiente lo que pase en Argentina, en donde el 19 de noviembre se definirá el ganador entre Felipe Massa, actual ministro de Economía, y el radical libertario Javier Milei.

Suceda lo que suceda, los observadores subrayan que reducir lo que pasa a una pugna entre progresismo y derecha puede conducir a ideas equivocadas. “La consigna política más común en estos tiempos es ‘que se vayan todos’ ”, sostiene Moisés Naím.

Según el escritor venezolano, dicha aproximación se traduce en la demanda por caras nuevas, algo que comenzó a insinuarse décadas atrás. “Estos deseos –agrega– trajeron al poder a Hugo Chávez y a Evo Morales. Veinte años después, la búsqueda se repite e impulsa a desconocidos o figuras que prometen lo que la gente quiere oír”.

Por su parte, Brian Winter, editor de la revista Americas Quarterly, afirma que no hay una corriente de pensamiento definida en la región, sino la presencia de lo que se conoce como el voto castigo. Eso lo confirma que en las 21 elecciones de mandatarios desde 2018 en esta parte del mundo, la oposición ganó en 18 oportunidades.

Todo apunta a que, con una que otra excepción, esta seguirá siendo la norma. La razón es que la insatisfacción con la realidad es la constante entre los latinoamericanos, como lo confirman múltiples sondeos nacionales o el de la Corporación Latinobarómetro en una veintena de países.

Países con mejor PIB

América Latina parece metida en un círculo vicioso de bajo crecimiento.

Foto:

Eliana Rentería – 123rf

Causas y efectos

Si ese acabó siendo un fenómeno global magnificado por las redes sociales, es algo objeto de un debate interminable. Para no entrar a la discusión, basta subrayar que los números entregan un diagnóstico poco alentador respecto a la mejora en la calidad de vida de los habitantes de la región, tanto en el pasado reciente como en los años que vienen.

Un reporte del Grupo de los 30, integrado por representantes de la academia, el sector privado y exfuncionarios, pone los puntos sobre las íes. Con el desafiante título de “¿Por qué el bajo rendimiento de América Latina?”, el escrito hace un diagnóstico ácido de las dificultades actuales.

Como lo acaba de mostrar el Fondo Monetario Internacional, las perspectivas de crecimiento del área apuntan a un futuro mediocre, con cifras que serían inferiores al promedio mundial. El problema es que eso no es nuevo, sino que viene al menos desde mediados de la década pasada cuando terminó el superciclo de precios de las materias primas.

Incluso se puede argumentar que el mal desempeño relativo comenzó mucho antes. Debido a ello, la relación entre el ingreso per cápita de los latinoamericanos y de quienes viven en los países más prósperos se ha ampliado en las últimas décadas.
Más inquietante aún es que el resultado tampoco es bueno cuando la comparación se hace con otras naciones de niveles de desarrollo similar ubicadas en diversos continentes. Como lo resume el exministro chileno Andrés Velasco, quien coordinó la redacción del texto, “el bajo rendimiento sucede no solo en relación con los más ricos, sino con los que están en la misma clase media en que nos encontramos”.

Una de las razones de que eso sea así es el mal comportamiento de la productividad, cuya contribución al crecimiento regional ha sido prácticamente de cero en cerca de medio siglo. Dicha constatación contrasta con lo visto en múltiples latitudes en donde lo que genera un trabajador tiende a aumentar con el tiempo.

Aunque diagnósticos similares han aparecido antes, aquí llama la atención que la culpa no se le atribuye necesariamente a un mal manejo macroeconómico. De tal manera, si bien la historia de alta inflación, deudas elevadas, déficit fiscales e incertidumbre en las políticas resulta cierta, también lo es que, hoy por hoy, aplica para un grupo reducido de países, entre los que sobresalen Venezuela y Argentina.

En cambio, economías como las de Brasil, México, Chile, Perú o Colombia, podrían calificarse como juiciosas en el manejo de sus asuntos, algo que pasa por la independencia de sus respectivos bancos centrales. Tanto la apropiada administración de las cuentas públicas como el combate a los precios desbocados han permitido enfrentar desafíos como la pandemia, el alza en las tasas de interés internacionales o las sorpresivas subidas de las cotizaciones por la invasión de Rusia a Ucrania.

La gran paradoja

Aun así, el acertijo persiste: ¿por qué naciones relativamente responsables que han completado una serie de reformas no logran avanzar más rápido? Una explicación que aplica para buena parte de Suramérica es la ausencia de grandes proyectos de exportación que no estén asociados a la explotación de bienes primarios.

México merece una consideración aparte debido a que en las últimas cuatro décadas se ha convertido en un jugador de primer nivel internacional en el ámbito de las manufacturas: sus ventas externas de productos industriales triplican las del resto de América Latina en conjunto. Aun así, más allá de que, por ejemplo, acaba de convertirse en el primer proveedor de Estados Unidos –por encima de China– el balance que muestra dista de ser el ideal en términos de crecimiento e ingreso por habitante.

Para Guillermo Ortiz, quien fuera secretario de Hacienda en el gobierno de Ernesto Zedillo y ahora trabaja en la banca, las razones son múltiples e incluyen baja productividad o mala calidad de la educación. A lo anterior se suma que en la práctica hay varios países dentro de uno solo. En concreto, el del norte es mucho más rico que el del sur, en proporciones que pueden ser de seis a uno.

Y los desafíos no terminan en las profundas disparidades geográficas que también se observan en la mayoría de Latinoamérica. Resulta especialmente preocupante en el caso mexicano el surgimiento del crimen organizado, fortalecido por cuenta del narcotráfico no solo de cocaína, sino de fentanilo, ante la impotencia de las autoridades incapaces de contener el poder de las estructuras mafiosas.

Por otra parte, aparece una realidad innegable como es la elevada desigualdad en la distribución del ingreso. Para muchos, la desproporción entre los que tienen mucho y los que no explica las protestas populares que se observaron en la región a lo largo de 2019.

Inequidad tributaria en Colombia

Aparece una realidad innegable como es la elevada desigualdad en la distribución del ingreso.

Foto:

Abel Cárdenas – Archivo / EL TIEMPO

Dicha interpretación es descrita por Velasco como una simplificación exagerada por Velasco. Para comenzar, porque la inequidad venía disminuyendo, al menos hasta que llegó el coronavirus. Una hipótesis es que ocurrió aquello que los académicos llaman la paradoja de Tocqueville: a medida que las condiciones sociales mejoran, la intolerancia a que la torta esté mal repartida aumenta, con lo cual los niveles de frustración se disparan.

También aparece en el panorama la debilidad institucional, más evidente en aquellos lugares en donde el imperio de la ley se ha venido resquebrajando. Tanto la inseguridad como la corrupción atentan contra el crecimiento económico, entre otras porque socavan el ánimo de emprender.

Pero esa no es la única razón de la falta de dinamismo. Velasco lo expresa de manera descarnada: “Durante muchos años en el mundo nos acostumbramos a repetir aquella frase de ‘es la economía, estúpido’, mientras que en la América Latina de hoy la expresión debería ser ‘es la política, estúpido’ ”.

Aunque hay particularidades de país a país, una de las consideraciones está relacionada con el proceso de toma de decisiones. En concreto, el documento del Grupo de los 30 sostiene que en la región conviven un Poder Ejecutivo que se asemeja al de Estados Unidos con un Poder Legislativo que opera como los parlamentarios de Europa, basado en la representación proporcional.

Lo anterior hace que la combinación no funcione, por la coexistencia de un mandatario que asume su responsabilidad por un periodo fijo junto un elevado número de partidos en el Congreso, de los cuales ninguno es mayoritario. El sistema no funciona, ya sea porque los gobiernos de turno no logran pasar sus iniciativas o porque se ven obligados a crear coaliciones inestables a punta de comprar apoyos. El resultado es la frustración colectiva, que desemboca en un desencanto con la democracia.

Ciclo perverso

Salir del círculo vicioso no será sencillo. Romper el ciclo perverso de gobiernos que no consiguen buenos resultados y caen en las trampas de siempre, abriéndoles la puerta a las propuestas populistas o extremas que afectan todavía más el desempeño de la economía, parece un laberinto sin salida.

Aun así, no todo debería ser motivo para la desesperanza. En su más reciente edición, Americas Quarterly presenta un informe cuyo título se explica por sí solo: ‘Un alegato (relativamente) optimista a favor de América Latina’.

Los argumentos concretos son cinco. El primero es que la región se encuentra geográficamente lejos de los focos de tensión mundiales, ya sea Ucrania, el Medio Oriente o el mar de China. Eso, junto a su abundancia de materias primas, provenientes de la minería o la agricultura, le da un gran potencial.

En segundo término, los países del área están cerca de la que sigue siendo la gran economía del planeta. Aparte de que la inversión extranjera llegó a su punto más alto de la historia en 2022, las exportaciones se mantienen al alza.

Tampoco es menor la tercera afirmación de que la zona es una potencia energética, no solo por contener enormes depósitos de litio. Su capacidad de generar energías limpias a partir de agua, viento o sol, podría desembocar en un renacer de la industria. Además, no se debe olvidar que las reservas de hidrocarburos que posee serán importantes durante muchos años.

Quizás más provocador es el cuarto planteamiento, según el cual la política no está tan mal como se cree. A decir verdad, los gobiernos disfuncionales son más la constante que la excepción en el mundo de hoy, por lo cual muchos de los retos son los mismo en distintos puntos del globo. También hay que reconocer que todavía hay apego por la democracia y que ya sea la justicia o los bancos centrales son prueba de que ciertas instituciones operan.

Por último, la quinta aseveración dice que la historia digital “es realmente fantástica”. Éxitos de emprendimientos como Mercado Libre o Nubank indican que la tecnología se ha convertido en un aliado para responder a las necesidades de una población que accede y usa de manera masiva los teléfonos inteligentes o el internet.

¿Cuál es la conclusión, entonces? Todo apunta a que América Latina será un lugar de luces y sombras, en donde los sobresaltos y las tensiones no desaparecerán con facilidad. Pero junto a esa perspectiva, seguirá habiendo oportunidades que despiertan el interés de los inversionistas y deberían convertirse en fuentes de progreso.

Hecho el pronóstico, no está de más enfatizar en que más allá de las similitudes culturales o el lenguaje compartido las diferencias individuales son grandes. En cada país los problemas tienen una caracterización única, por lo cual no se puede recetar un solo remedio.

Por esa razón algunas naciones lograrán avanzar mientras otras fracasan. Pero ello exige, como dice el brasileño Arminio Fraga del Grupo de los 30, aprender de las buenas y las malas experiencias, entender que los consensos básicos sobre las estrategias de desarrollo son fundamentales y que no habrá avances si el Estado no funciona bien. Nada más, pero tampoco nada menos.



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