“Hablar de diversidad sexual en los territorios es difícil. Las comunidades indígenas somos muy arraigadas a nuestra cultura, que no acepta a los gais, lesbianas, trans o a cualquiera que no se identifique como hombre o mujer. A estas personas muchas veces las obligan a casarse o los expulsan de los clanes y resguardos”.
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Este es el testimonio de Bayirian Miranda, un líder indígena koreguaje LGBTIQ+ y una de las pocas voces visibles de la población diversa que vive en la clandestinidad de las regiones más apartadas. Allí, entre selvas, olvido estatal y conflicto armado, enfrentan una doble lucha: pertenecer a una etnia y buscar la reivindicación de sus derechos como comunidad, y ser homosexuales, contraponiéndose a la discriminación cultural de esta condición.
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La espiritualidad es la base de los principios que rigen las formas de vida de los pueblos ancestrales. Y aunque todas las cosmovisiones son diferentes –la nasa, wayú, koreguaje, emberá, entre otras–, se asemejan en la creación de hombre y mujer como únicos roles de género. Este dogma ha permanecido inherente en la esencia indígena hasta la actualidad y, pese a que la apertura a occidente visibilizó otras identidades, se resisten a aceptarlas en su idiosincrasia.
“A partir de nuestras creencias concebimos a las personas LGBTIQ+ como producto de una desarmonía espiritual. Por esta razón, si alguno de los miembros de la comunidad sale del clóset, se le impide participar en los rituales y se relegan de los roles que comúnmente se asignan en los clanes”, relata Diana Collazos Cayacú, investigadora y vocera del pueblo nasa.
Es precisamente este choque de identidades lo que complejiza la discriminación de la población diversa dentro de los grupos minoritarios, pues se afecta su pertenencia étnica obligándolos a renunciar a ella o a reprimir su sexualidad; un dilema con consecuencias psicosociales nefastas.
“Yo lo llamo la lucha dentro de la lucha, pues dentro de la causa común que tenemos como comunidades indígenas, hay compañeros y compañeras homosexuales, incluso trans, que también buscan reconocimiento. Son personas que han contribuido tanto en la defensa de nuestros derechos, pero no son retribuidos por su propia gente, que los menosprecia y pasa por alto sus necesidades”, añade la investigadora nasa.
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El paso de la guerra
A esta realidad se le debe agregar la violencia que ejercieron los actores armados específicamente contra este grupo social que, al estar más expuesto a la guerra por encontrarse en lugares tan apartados, fue víctima de todo tipo de vejámenes que dejaron una profunda cicatriz que sigue doliendo al andar el largo camino de la aceptación.
Álvaro Martín Guerrero, un líder LGBTIQ+ del Putumayo, sufrió en carne propia durante el conflicto hechos victimizantes por su condición sexual y, a su vez, por este mismo motivo, la exclusión de su comunidad.
“Hay una diferencia abismal entre las dinámicas del campo y las ciudades que aumenta la brecha de equidad de género. En la ruralidad, por ejemplo, los roles aún se determinan dependiendo si se es hombre o mujer, por lo que quienes tenemos una identidad diferente quedamos en el limbo. En mi caso, que soy gay, era rechazado para realizar trabajos forzosos. Me decían: ¿cómo lo van a mandar a echar machete o a utilizar esa herramienta? Ese no sirve para eso, es como una mujer… sabiendo que uno tiene las mismas capacidades de cualquier hombre”.
No obstante esta situación, Álvaro decidió prepararse con uñas y dientes para romper con la cadena perpetua de estigmatizaciones con la que pareciera haber nacido condenado. Se profesionalizó y estaba listo para rehacer su vida sin depender de esos roles de “hombre” que le eran negados.
Sin embargo, el paso de la guerra tocó a su puerta y lo violentó desde lo más íntimo, su identidad diversa. A partir de ese momento, decidió tomar una voz de liderazgo para visibilizar su realidad y la de otros como él que por miedo a la guerrilla, a los paramilitares y al rechazo de sus pueblos, permanecían –y permanecen– en las sombras.
“Al ser víctima del conflicto por mi condición sexual decidí tomar la vocería por tantos miembros de la población diversa que pasaron por lo mismo y que lo hicieron solos, sin poder recibir apoyo de sus comunidades por temor a ser rechazados. Me atreví a ser esa voz de muchos que vivían con miedo a ser reclutados y masacrados por los grupos armados o condenados por su propia gente”, concluye Guerrero.
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Cultura vs. diversidad
Otros indígenas LGBTIQ+, sin embargo, y gracias a la conciencia social que mal que bien ha calado dentro de los territorios, así como al contexto del fin del conflicto, han encontrado un punto medio para vivir con esta doble identidad sin conflictuarse. Aún desde el anonimato, José, un indígena inga, asegura que se reconoce como hombre gay, pero no lo manifiesta públicamente sino que lo concibe desde su intimidad.
“La organización social de nuestro pueblo se rige mediante clanes familiares y cualquier afectación de algún miembro del clan hacia este deja una huella imborrable que repercute de generación en generación. Entonces, por cuestión de status, con el que además desempeñamos un papel dentro de la comunidad, he decidido no profesar mi sexualidad. Aunque creo que dentro de mi familia en el fondo lo saben, nadie me hace preguntas al respecto y son muy respetuosos conmigo porque como indígena cumplo con los principios de la etnia: pensar bien, no ser ladrón, no ser mentiroso y no ser perezoso”, cuenta José.
Bayirian Miranda comparte esta postura. “En los cabildos y resguardos, por respeto a los abuelos y a los mayores, no se mezcla la cultura y la diversidad. Por ende, es un tema que muchos prefieren vivirlo desde la privacidad”, agrega.
El terreno ganado
A pesar del panorama turbio que aún se percibe en cuanto a la aceptación de la pluralidad sexual en la profundidad de las comunidades, los líderes LGBTIQ+ coinciden en que todo tiempo pasado fue peor, y que, aunque aún quedan grandes retos, se han logrado pequeños avances.
“En mi niñez y juventud era terrible. Desde mi mismo hogar vivía el rechazo, la burla, la estigmatización… Ya con los años esa vehemencia se ha matizado. Los indígenas diversos, ya sea que lo declaren abiertamente o que se identifiquen para sí mismos, no viven la discriminación tan acérrima que viví yo hace unos diez años”, comenta el líder LGBTIQ+ Álvaro Guerrero.
De igual forma, Bayirian, orgulloso del poco pero significativo terreno ganado, concuerda con Álvaro. “Hemos participado en diferentes actividades y conferencias en los territorios hablando de diversidad, cosa que antes era impensable. Hay personas que ya nos entienden, otras que no mucho, pero poco a poco iremos conquistando esos corazones”, recalca el indígena koreguaje.
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Los indígenas diversos, ya sea que lo declaren abiertamente o que se identifiquen para sí mismos, no viven la discriminación tan acérrima que viví yo hace unos diez años
Una muestra de estos logros se reflejó en las pasadas elecciones legislativas, cuando Andrés Cancimance, un candidato abiertamente homosexual y cuya bandera política fue la reivindicación de los derechos de la población LGBTIQ+, quedó elegido como representante a la Cámara por el Putumayo, región donde –según el último censo– más del 20 por ciento de sus habitantes pertenece a algún grupo étnico.
“Muchos medios locales me preguntaban si no me daba miedo perder votos al identificarme como un hombre gay en un departamento conservador y rural; sin embargo, los resultados evidenciaron que no fue un impedimento. Nosotros tenemos una problemática y es que por ocasión de la guerra la comunidad diversa ha sido una de las más victimizadas, de ahí la importancia de visibilizarlos y representarlos”, indica el ahora congresista.
Precisamente, para hacer énfasis en esta causa, el pasado 20 de julio Cancimance decidió ir en tacones a la posesión del Congreso, en representación de la población LGBTIQ+, sobre todo aquellos que, como él, provienen de los territorios; una visión con la que espera aportar al trabajo legislativo.
“El Congreso de la República es un espacio democrático para reivindicar derechos que se nos han negado en razón de la discriminación y la homofobia. Yo he sufrido en carne propia esa violencia, a la que se suman las problemáticas sociales por venir de una zona rural, de un departamento fronterizo del sur del país. Es esta visión, alejada de los privilegios, la que espero aportar desde mi curul”, enfatiza el representante.
Las tareas pendientes
La resistencia que aún produce la diversidad sexual en los territorios se debe, en buena medida, a la poca apertura de las autoridades locales frente al tema y, por ende, su poca o nula priorización en la agenda de las comunidades.
“Las identidades diversas todavía son un asunto complejo de abordar en el mando indígena. Una vez en un congreso lo planteé y me preguntaron que si yo era 50/50… Estamos tan permeados con la religión, nuestra propia espiritualidad, que asumimos esto como enfermedad o casos aislados. A veces se mencionan, lo reconocen, pero no lo toman muy en serio”, refiere la investigadora nasa Collazos.
De igual forma, según los líderes LGBTI, la falta de profundización de sus contextos, la forma en que se relacionan y viven, impide que se aplique una política diferencial que ayude a cerrar la brecha que por su doble identidad, sexual y étnica, parece ser aún más extensa.
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Solo hasta hace unos meses arrancó la tarea, liderada por el Dane, de caracterizar a la población diversa del país. El registro es voluntario y anónimo –aunque se verifican los datos– y la información que resulte de este ejercicio será la punta de lanza en la implementación de la Política Pública LGBTIQ+ que deberá llegar a todos los rincones, incluidas las comunidades indígenas, para atender sus necesidades específicas.
Estamos tan permeados con la religión, nuestra propia espiritualidad, que asumimos esto como enfermedad o casos aislados
En las regiones esperan que a partir de esta identificación se pueda construir un trabajo pedagógico que no genere disrupción con las características culturales étnicas, sino que permita ser un tema paralelo con el que se den los primeros pasos en el reconocimiento de la diversidad sexual indígena.
“La idea es seguir hablando de diversidad hasta donde se nos permita. Hacer conferencias y capacitaciones, porque mucha gente en los territorios no sabe qué es eso. Es una lucha que muchos volvimos propia, pero en realidad es colectiva. Por eso debemos hacerle entender a la comunidad que también podemos ser LGBTI”, señala Bayirian Miranda, del pueblo Koreguaje.
Por su parte, Diana Collazos, desde el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), asegura que se ha iniciado una reflexión en la organización para que se sepa que la homosexualidad y las identidades diferentes a hombre y mujer existen.
“En las comunidades se debe entender que es algo normal, antes de que lleguen las políticas nacionales. Nada sacan con su implementación si en los territorios aún no se ha aceptado el tema. Para ello también estamos proponiendo hacer un encuentro de diversidad sexual, lo cual sería un logro gigante. Un sueño. Porque consiste en escucharlos y saber cómo se vive esta lucha dentro de la lucha indígena”.
SARA VALENTINA QUEVEDO
Redacción EL TIEMPO
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